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Palabras de Guillermo Estévez Boero en el homenaje a Ernesto Jaimovich

Queridas amigas, amigos, compañeras y compañeros:

Me toca a mí en primer lugar agradecerles vuestra presencia y en segundo lugar una misión tan difícil como la de cerrar este acto con quien convivimos tantas décadas. Yo me he permitido borronear algunas cosas para poder decirles algo que si no, me sería absolutamente imposible.

Yo creo que venimos a recordar a un vencedor, y trataremos que nuestro profundo dolor nos lo permita.

Queremos recordar un camino, proyectar un ejemplo, liberar una luz, en medio de las dramáticas tinieblas en que vivimos.

ERNESTO JAIMOVICH, desde su temprana juventud, asumió con responsabilidad, sacrificio e integridad, la lucha por la solidaridad contra la explotación social.

Fue enemigo insobornable de toda injusticia. Su conciencia revelábase contra cualesquiera de las formas de la negación de los derechos de la democracia, la libertad y la justicia social, no a título de premisas teóricas, sino en función de hechos mensurables, como lo han relatado aquí tantos exponentes y compañeros de su accionar.

Estuvo comprometido, desde siempre, en la difícil articulación de lo social con lo nacional, también llevó adelante la lucha inclaudicable de la independencia nacional contra la dependencia. Porque asumió con Mosconi, con Huergo, con Scalabrini Ortiz y con Luisito Dellepiane, que en las colonias no puede haber democracia, ni justicia social, ni salud, ni educación para los hijos del pueblo.

En esta cierta e inasumida verdad, cuantas veces buceamos juntos en la historia con la pretensión exagerada de racionalizar la pasión, juntos leímos, marcamos a Teodoro Herzl, a Bauer, a Rosa de Luxemburgo, a Mariátegui, sobre el valor del concepto de nación en un continente y en otro, y seguimos tras esta gran pasión nacional. ¡Estuvieron tantos socialistas! Como Alfredo Palacios, que no descansó hasta encontrar las raíces de nuestro socialismo en el propio pensamiento de Esteban Echeverría.

Como no podía ser de otra manera, su espíritu juvenil abrazó los postulados de la Reforma Universitaria de 1918, donde lo esperaban las enseñanzas y las experiencias de Carlos Sanchez Viamonte, de Julio V. González, de Deodoro Roca, de Arturo Orgaz, en medio de esa pléyade de gigantes, que hoy tan poco se leen, de pensamiento y de espíritu, que culminara en la leonina cabeza de Alejandro Korn.

Pero este aprendizaje incansable de ERNESTO JAIMOVICH nunca lo llevó a la unilateralidad de la torre de marfil, del intelectualismo que envilece tanto más que el dinero. Le dio más fuerza para la acción, para la práctica.

Como alguien dijo -y Ernesto lo hizo- pensó como hombre de acción y actuó como hombre de pensamiento.

A las siete y media de la mañana, hace casi 30 años, garantizaba la apertura del departamento de materiales de estudios del Centro de Estudiantes de Medicina de Rosario, cuyos integrantes lo eligieron su presidente. En las viejas galerías de esa centenaria facultad, no sólo retumbaban sus inclaudicables arengas, sino también sus confrontaciones de hecho con los nazis de su tiempo y de todos los tiempos.

Culminó su cruzada universitaria con la más alta distinción a la que puede aspirar un universitario comprometido con su tiempo y con su tierra: la presidencia de la Federación Universitaria Argentina.

ERNESTO JAIMOVICH no declinó nunca un deber ni eludió jamás una responsabilidad; a veces de enojaba, con honestidad, porque lo cargábamos de trabajo, aprovechábamos esa capacidad -a la cual se refirieron algunos compañeros del Concejo- de análisis extraordinaria; muy pocas veces he encontrado con una posibilidad de análisis tan coherente, tan indestructible, tan temible por lo irrebatible como la de ERNESTO JAIMOVICH. Si el Partido lo necesitaba, estaba dispuesto a trasladarse, a su costa, a cualquier confín de nuestro territorio nacional; y si necesitábamos de su experiencia en el nivel internacional ya estaba pidiendo un crédito para participar en cualquier capital del mundo. Esta generosidad al servicio del ideal en el socialismo, desde Justo para aquí tiene muchos yunques para forjar esas conductas.

Oriundo de la hermosa ciudad de Paraná, se enclavó durante años en la ciudad de Rosario, donde desde su altillo de calle Lavalle, más semejante a un palomar que a una habitación, sin horarios y sin feriados, se dio en desarrollar el Movimiento Nacional Reformista. Durante las vacaciones se preparaban los apuntes, las guías, los trabajos prácticos y los materiales para recibir a los estudiantes de primer año.

Esta conducta, año tras año, avatar tras avatar, requiere una fortaleza moral prodigiosa, una vocación heroica, una disciplina constante y una pasión inextinguible, cuya gimnasia combate en el espíritu todo vestigio de bajeza. No se hizo nada "a cambio" o esperando la contraprestación, o pensando en la próxima lista. Ernesto hizo todo en cumplimiento del deber que impone el ideal, al cual abrazó y sirvió toda su vida.

ERNESTO JAIMOVICH fue el albañil y el arquitecto de la construcción del Partido Socialista Popular en esta tremenda megalópolis. Con su joven compañera Pelusa llegó un día a Buenos Aires, cavó los cimientos y diseñó el edificio; y amigos y adversarios fueron reconociendo hasta el día de hoy su trabajo y sus realizaciones.

En la vida asumió la responsabilidad de abrir el camino, de abrir la picada, con seriedad y prudencia, pero con las banderas desplegadas de todos sus ideales. Jamás buscó el atajo ni desdibujarse en los claros y oscuros del régimen. Fue responsable cabal de la vida y de la seguridad de todos y de cada uno de los integrantes de su partido en todos los tiempos.

ERNESTO JAIMOVICH llegó a los cargos partidarios y públicos para servir en ellos y no para servirse de ellos; por esta razón, honró todos sus cargos y jamás envileció alguno.

Asumió sus responsabilidades con reciedumbre y altivez -como lo decía Norberto pero también como él lo decía- como consecuencia de sus profundas convicciones, pero nunca con odio, soberbia o arbitrariedad.

Podríamos enumerar sus obras, sus múltiples preocupaciones y realizaciones en el campo de la salud y la educación, cumpliendo durante toda su vida lo que habíamos aprendido en la lejana juventud: que estas son las dos grandes palancas para mejorar la calidad de vida del pueblo.

También en el tiempo, tuvimos que ir saliendo del hospital y del aula, para confrontar frontalmente con la esencia inmoral del sistema, o del modelo, como hoy se lo llama. Porque comprendimos el acierto de Justo y de tantos otros, en entender que el sistema enferma más de lo que puede curar el hospital y que el modelo degrada más de lo que puede formar la escuela.

Hoy, toda esta vida coherente la ofrecemos a la juventud como ejemplo, no sólo de capacitación, servicio y trabajo, sino fundamentalmente de que es posible realizarse, de que es posible llegar de Paraná y ser un ciudadano querido e importante y respetado de la Capital de la República, siendo honesto, siendo coherente con los ideales de la justicia y de la Patria. Que no es verdad -como se pregona noche y día- que haga falta transitar la degradación y la inmoralidad imperante para poder llegar a algo. Ese camino desemboca en la tumba moral y muchas veces física de quienes lo recorren.

El camino de ERNESTO JAIMOVICH desemboca en la vida, en la realización moral valorada por todos aquellos en los que existe un soplo de solidaridad y patriotismo.

Por ello hemos venido aquí hoy, no a acumular huecas palabras de elogios, sino a señalar la triunfal afirmación de una personalidad ejemplar.

Como dijo Withman: "Detrás de todo adiós, se oculta en gran parte el saludo de un comienzo nuevo". Ese comienzo lo recorreremos con la juventud, que sacrificándose mucho, muchisimo, estudie y luche, tras el ideal de una nación independiente y solidaria.

¿Qué ganará con ello?: SER, como fue y será ERNESTO JAIMOVICH.


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