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Semblanza de Manuel Belgrano - Centro de Estudios de Acción Argentina

MANUEL BELGRANO Y SU APORTE A LA EDUCACION PÚBLICA

Escribir sobre la vida y la obra del General Manuel Belgrano no resulta tarea sencilla por la gran responsabilidad que implica resumir en breve espacio una existencia tan rica y una acción tan poco comprendida por los hombres de su época, y sin embargo, de una enorme trascendencia en la historia de nuestra Patria.

De su vida pueden tomarse muchos aspectos: Belgrano funcionario, Belgrano militar, Belgrano héroe de la independencia, Belgrano ejemplo de renunciamiento, Belgrano propulsor de la educación pública argentina.

Es necesario rescatar hoy para la juventud de la Patria: Belgrano y su preocupación por la educación, porque ello marca con claridad a un Belgrano que es ejemplo de definición de vida.

Nacido en Buenos Aires, cursa sus primeros estudios en el Colegio de San Carlos, de donde egresa como licenciado en Filosofía a los 17 años de edad. Continúa con sus estudios en España, a la que llega con el objetivo de adquirir conocimientos sobre comercio, según era la voluntad de su padre, inclinándose, sin embargo, por el Derecho y graduándose como Abogado.

Vuelve a su Patria como Secretario del Consulado, a los 24 años de edad, con una determinación total que mantendrá durante toda su existencia: poner su vida al servicio de la Libertad y el Bienestar de su pueblo.

Ello está expresado cuando dice: "En los primeros momentos en que tuve la suerte de encontrar hombres amantes del bien público, que me manifestases sus ideas, se apoderó de mí el deseo de propender en cuanto pudiese al provecho general, y el de adquirir renombre con mis trabajos hacia tan importante objeto, dirigiéndolos particularmente a favor de mi Patria."

Puede afirmarse que él vislumbraba que no era posible afianzar la Revolución si no se formaba en el hombre ameri­cano la idea de un ser nacional que los unificara, y el único modo de lograrlo era a través de la educación de los pueblos.

No estaba orgulloso de los conocimientos adquiridos en la Metrópoli, puesto que las Universidades Españolas y sus profesores atravesaban un largo período de atraso y estancamiento. Sobre todo si se las comparaba con las nacientes ideas del Iluminismo francés.

Por tal carencia, y en su afán de ampliar sus cono­cimientos completábalos indagando la realidad para aprender de ella. "Pregunto a los hombres sabios que conozco para que me den su sentir".

De Condorcet, toma la idea de "buscar la igualdad dentro del pueblo de cada nación, mediante la supresión del prejuicio racial o nacional."

Ambos proponen imperiosamente la necesidad de dar instrucción al humilde para sacarlo de la profunda desigualdad social de esos tiempos.

El español que más influyó en nuestro prócer fue Jovellanos: el concepto de gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria, y, en materia de educación técnica, las escuelas de matemáticas, dibujo, comercio, náutica, etc.

De Genovesi asimila el concepto de dar educación a los labradores. De esta forma Belgrano integraba el trabajo manual y el trabajo intelectual como medio de dignificar al hombre, idea que, por otra parte él desarrolla y aplica permanente mente a través de su obra.

Con todas estas inquietudes, ansioso de llevarlas a la práctica como Secretario del Consulado, comienza pronto a chocar con los intereses de los comerciantes que integraban el Consulado y que veían en cualquier intento de alterar el statu-quo, una amenaza latente contra la estabilidad de sus negocios monopolistas.

En las Provincias Unidas del Río de la Plata, se vivía una realidad que difícilmente podía transformarse en poco tiempo.

Nada más adecuado que transcribir las palabras de Belgrano al respecto: "No es fácil entender en que ha podido consistir, ni en que consista que el fundamento más sólido, la base digámoslo así, y el origen verdadero de la felicidad pública, cual es la educación, se halla en un estado tan miserable, que aún las mismas capitales se resienten de su falta...".

"Mas es, los ha habido, los hay, es a saber, escue­las de primeras letras, pero sin unas constituciones formales, sin una inspección del gobierno y entregadas acaso a la ignorancia misma".

Continúa escribiendo en "El Correo de Comercio" el 17 de Marzo de 1810; "Así pues, debemos tratar de atender una necesidad tan urgente, como en la que estamos de establecimien­tos de enseñanza, para cooperar con las ideas de nuestro sabio gobierno a la propagación de los conocimientos y formar al hom­bre moral al menos con aquellas nociones más grandes y precisas con que en adelante puedan ser útil al Estado...".

En las tres Memorias leídas ante la Junta del Consulado (1796, 1797 y 1798) se refleja claramente su voluntad rea­lizadora.

Dice J.V. González: "Su plan de acción es tan racional como lógico. Porque empieza por fundar la autonomía económica a través de: el desarrollo económico de la agricultura, la industria y el comercio".

Con respecto a la agricultura "el verdadero destino del hombre", consideraba tres requisitos fundamentales: el que trabaja la tierra debe "Querer", es decir que quien se dedicaba a estas tareas debía amar la agricultura y trabajar la tierra a gusto.

Era también necesario contar con los recursos imprescindibles para mejorar el cultivo.

Por último era indispensable saber, pues la falta de conocimientos de lo que atañe a la labranza era la causa de muchos fracasos.

Esta situación solo podía remediarse abriendo escuelas de agricultura. En dichas instituciones la juventud apren­dería todo lo concerniente a los distintos tipos de cultivos, plagas, formas de combatirlas, etc.

Había que premiar a los jóvenes que aplicaran este saber y era menester premiar también a quienes plantaran árboles. La forestación de los montes era tema de su inquietud.

Toda su obra está impregnada de un profundo contenido social. Su sensibilidad se volcaba hacia los seres más desprotegidos, y así, ataca a la ignorancia como fuente de corrupción en la mujer y como destructora de "las tiernas inteligencias infantiles".

Las escuelas gratuitas para niñas, donde se les en­señara a leer, escribir, bordar, era una forma de combatir la ociosidad.

Introduce de Europa como nuevo aporte a la educación técnica, al progreso industrial y fundamentalmente como original fuente de trabajo, las escuelas de hilazas de lana.

Para combatir el ocio propone trabajar las materias primas de que se dispone, la lana, el algodón, "otras infinitas materias primeras que tenemos y podemos tener con nuestra industria, pueden proporcionar mil medios de subsistencia a estas infelices gentes que, acostumbradas a vivir en la ociosidad desde niños, les es muy penoso el trabajo en la edad adulta, y son y resultan unos salteadores o unos mendigos".

Para terminar con esta lamentable situación hay que crear escuelas gratuitas "donde pudiesen los infelices mandar a sus hijos, sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción".

A la falta de esos establecimientos asignaba las miserias que observaba: "Hubo un tiempo de desgracia para la huma­nidad en que se creía que debía mantenerse al pueblo en la mayor ignorancia, y, por consiguiente en la pobreza, para conservarlo en el mayor grado de sujeción, pero esa máxima injuriosa al género humano se proscribió como una producción de la barbarie más cruel...".

Fiel a los objetivos trascendentes que había fijado para su vida, estando en Jujuy, al recibir un oficio de la Asam­blea Constituyente, en el que se le notificaba de los premios que se le otorgaban -un sable con guarnición de oro y cuarenta mil pesos en valor de fincas pertenecientes al Estado-, agradecía los mismos diciendo: "cuando reflexiono que nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos, que el dinero, o las riquezas, que estas son un escollo de la virtud que no llega a despreciarlas, y que, adjudicarlas en premio no solo son capaces de excitar la avaricia de los demás, haciendo que por principal objeto de sus acciones subroguen el bienestar particular al interés público, sino que también parecen dirigidas a lisonjear una pasión seguramente abominable en el agraciado...etc.", "he creído propio de mi honor y de los deseos que me inflaman por la prosperidad de la Patria , destinar los expresados cuarenta mil pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras".

Las instalaría en las ciudades de Jujuy, Tarija, Tucumán y Santiago del Estero. Redactó luego el Reglamento que debía regirlas. El artículo 8º pone de manifiesto su interés por la instrucción y fundamentalmente por la dignificación del maestro. En las fiestas patronales y cívicas de la ciudad,  "... se le dará asiento al maestro en el cuerpo de Cabildo, reputándosele por un Padre de la Patria".

Pero así como el maestro debía ser enaltecido ante los ciudadanos, tendría también que hacerse acreedor de ese honor. Y en el artículo 18º expresa: "El maestro procurará con su conducta, y en todas sus expresiones y modos, inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto de la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud y a las ciencias , horror al vicio, inclinación al trabajo, despego del interés, desprecio de todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado y estimar en más la calidad de americano que la de extranjero".

De las cuatro escuelas, una sola llegó a funcionar y no por mucho tiempo. Belgrano no logró verlas.

Después de la Revolución consiguió una de sus aspiraciones: la Academia de Náutica que fue nuestra primera escuela militar pues los alumnos debían ser oficiales del ejército.

La escuela de matemáticas que tanto esfuerzo le cos­tara fundar, fue suprimida por la Corte. El permiso para su ins­talación nunca se obtuvo"...porque los españoles, ... francamen­te se oponían a ello errados a mi entender, en los medios de con­servar las colonias."

No obstante todas estas dificultades, él insistía en buscar la luz, por entre las tinieblas y escollos que se le presentaban. Es así que en ocasión de llegar a Santa Fe como jefe de la Expedición al Paraguay, con el carácter de representante de la Junta Gubernativa, visitó la escuela de la ciudad.

"Notando la poca asistencia de los niños -dice Mitre-reconvino por ello al Cabildo, recomendándole a los padres de familia para que no distrajesen a sus hijos del cultivo de sus tiernas inteligencias, pues la Patria necesitaba de ciudadanos instruidos".

En Mandisoví y Curuzú-Cuatiá, reunió a la población dispersa por la campaña en torno a la escuela y a la iglesia.

El 2 de Mayo de 1812 desde Jujuy envía una carta al Triunvirato en la que hacía saber que la población del lugar era hostil al Ejército del Norte. El encontraba una clara explicación, mal podían sentirse hermanados en una Patria común padeciendo grandes necesidades, aún las más elementales de salud y educación.

Es indudable que para él el progreso de una Nación estaba vinculado básicamente a la calidad y cantidad de los integrantes de su pueblo. Mejorar la calidad, como queda dicho, a través de la educación y el mejoramiento de las condiciones de vida. Y la cantidad, marcando la "necesidad de aumentar nuestra población y medios de conseguirlo sin recurrir fuera de nuestras Provincias". Expresado en sus memorias del año 1805.

El hombre constituía para él el factor esencial de todo proceso económico, social y político, puesto que es quien determina esos procesos y los pone a su servicio. Señalaba en forma permanente las deformaciones que se creaban al intentar poner al hom­bre al servicio de determinados intereses económicos.

"Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría en fa­vor de las Provincias por unos hombres que por sus intereses pos­ponían el del común; sin embargo, ya por las obligaciones de mi empleo podía hablar y escribir sobre tan útiles materias, me propuse al menos echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos, ya porque algunos estimulados del mismo espíritu se dedicasen a su cultivo, ya porque el orden mismo de las cosas las hiciese germinar".

Pobre y olvidado, veinticinco días antes de su muerte, el mismo día en que se cumplía la primera década de la Revo­lución, Belgrano dicta su testamento. En él encargaba a su herma­no, el canónigo, del cuidado de "mis escuelas".

Así concluye la existencia de un hombre empecinado en transformar a los habitantes de este suelo. Que soñó con escuelas pobladas de niños y de jóvenes; con lugares donde se cui­dase la salud de los pobladores; con extensiones cubiertas de sembrados y de árboles.

Todo ello bajo la protección de la Bandera Celeste y Blanca, símbolo innegable para el mundo del nacimiento de una gran Nación.

"Belgrano, el hombre que no sabía mentir, el hombre que no sabía calumniar, el hombre que no sabía doblegarse sino al yugo del sacrificio y del deber."

RICARDO ROJAS. 20 de Junio de 1920


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