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100 años del Socialismo en la Argentina

LA INFINITA SIEMBRA DE JUAN B. JUSTO

Corría la última década del siglo XIX. La política era cosa de minorías en este país que prosperaba bajo la hegemonía oligárquica y mediante formas salvajes de explotación del trabajo.

En ese tiempo, un acreditado cirujano y catedrático de la Universidad de Buenos Aires pensó que la sociedad argentina no sólo necesitaba de médicos, sino también de herramientas para curar la raíz de los males que enfermaban a los desposeídos: la ignorancia y la injusticia. La experiencia cotidiana en el hospital público mostró a Justo que las condiciones de vida y de trabajo en el campo y la ciudad reproducían un sistema de injusticia que no podía remediarse con la medicina sino con un partido político que fuese capaz de proponerles a los trabajadores una alternativa trente a la explotación salvaje.

Justo había conocido el socialismo en Europa, y el rigor de sus estudios sobre los textos de Carlos Marx lo convirtieron en el primer traductor de "El Capital" al castellano. Fue entonces que "la obra humana se me presentó como una infinita siembra de ideas”, escribiría.

La siembra arrancó en 1894 con la fundación del periódico socialista "La Vanguardia", empeño en el que dejó todos sus bienes personales, y prosiguió luego con un hito en la política nacional al concretar el 23 de junio de 1896 la fundación del Partido Socialista, primera organización que pudo exhibir estatutos, una declaración de principios y un programa, de acción política. Al decir de Alejandro Korn, aportó la ética a la práctica política argentina.

El Partido Socialista fijó la vía parlamentaria como la herramienta adecuada para desarrollar su "lucha en defensa y por la elevación de la clase trabajadora". Para ello llevó a cabo un impecable trabajo legislativo, tanto en su carácter de fuente generativa de derecho, como de instrumento de contralor.

En 1903 el veto de los trabajadores de San Nicolás consagró a un socialista como concejal, y un año después le correspondió a Alfredo Palacios convertirse en el primer legislador socialista de América, merced al voto de los obreros de La Boca. Tan fuerte es la raigambre nacional de este paladín de la acción constructiva, que al decir de José Luis Romero, no encontró sosiego intelectual hasta encontrar las raíces argentinas del socialismo en los trabajos a quien él denominara el albacea de mayo: Esteban Echeverría.

A Palacios le cupo el honroso timbre de promover y obtener la sanción de muchas instituciones del Nuevo Derecho, según su propia definición. Antes de cumplir su primer año de mandato como diputado obtuvo la sanción de la primera ley laboral argentina: la del descanso semanal obligatorio; y en 1908, la de protección del trabajo para mujeres y niños. Los avances democráticos logrados a partir de la sanción de la Ley Sáenz Peña en 1912, y el posterior ascenso irigoyenista favorecerían el tratamiento legislativo de muchas leyes de contenido social, un cauce que hacia mediados de siglo volvería a retomarse de la mano del peronismo.

La lucha por los derechos sociales encontró además un renovado impulso en las aulas universitarias cuando Alejandro Korn y otros dirigentes estudiantiles coronaron el Movimiento de la Reforma Universitaria en 1918, circunstancia que junto a la ley 1.420 concretó la democratización de la educación en el país.

La historia registraría luego una serie de iniciativas sociales orientadas a promover en el Congreso el derecho de los trabajadores: limitación de jornada de trabajo a 8 horas, establecimiento de la responsabilidad objetiva derivada de la teoría del riesgo causado por accidentes de trabajo, garantías de estabilidad laboral frente a enfermedades inculpables, protección ante el despido arbitrario, institución del derecho de seguridad social y de la previsión, social, descanso hebdomario y vacaciones pagas, así como el reconocimiento y los derechos de las organizaciones sindicales.

Como fuerza política, el Partido Socialista -pese a cuestionar el orden existente- respaldó las instituciones de la Constitución, a la que nunca consideró, corno sostenía Carlos Sánchez Viamonte, un impedimento para el mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo trabajador. Fue tal el celo en la defensa de los preceptos constitucionales que alguien llegó a decir alguna vez que el Partido Socialista debió asumir el rol de un partido liberal que no existía en la Argentina.

Convencido de los valores trascendentes de la democracia y de la importancia de las leyes para encauzar las desigualdades sociales -como decía Lacordaire: "Entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, es la libertad la que oprime y la ley la que libera"-, el socialismo enfatizó desde el Parlamento el rol reparador del Estado y la necesidad de atenuar el presidencialismo en favor de mayores atribuciones parlamentarías. También procuró concretar la participación ciudadana mediante el reconocimiento institucional de sectores y servicios de la sociedad hasta la creación del Consejo Económico y Social. Entre estas iniciativas, merecen recordarse los trabajos de Enrique del Valle Iberlucea y Rómulo Bogliolo.

El socialismo que reconoce como antecedente en nuestra región el ideario de Don Simón Rodríguez, tan próximo a los pensamientos de Fourier y Saint Simón, desde principios de siglo en nuestra tierra exhibió una clara prédica en favor de los derechos de la mujer. El camino que iniciaron las hermanas Chertkoff desde la fundación en 1902 del primer Centro Socialista Femenino, fue continuado luego por la obrera textil Carolina Muzzilli, que desarrolló una intensa labor para mejorar las condiciones de trabajo de las obreras y los menores. Pero seguramente es la figura de Alicia Moreau de Justo la que encarna como ninguna el paradigma de la militancia política, de defensa de los derechos humanos y de permanente reivindicación de la dignidad de la mujer.

Sucesivamente se promovió el voto femenino, la eliminación de normas contra las mujeres casadas, la regulación del trabajo de mujeres y niños, la reglamentación del trabajo a domicilio, licencia por maternidad y lactancia, entre otras.

La gestión política de Juan B. Justo permitió, por otra parte, el respaldo a los movimientos agrarios en el interior del país, como el que en 1912 desembocó en el Grito de Alcorta, liderada por el socialista italiano Francesco Netri. Años después Justo lograría la sanción de la ley 11.170 de arrendamientos agrícolas, protegiendo a los arrendatarios rurales, con lo que inició la nueva legislación agraria en la Argentina. Justo también impulsó el movimiento cooperativista, y junto a Enrique Dickmann, Ángel Jiménez y Nicolás Repetto dio vida en 1907 a la cooperativa El Hogar Obrero, antes de presentar una serie de iniciativas parlamentarias que culminarían en 1926 con la primera Ley Nacional de Cooperativas.

Al amparo de estos grandes hombres, el socialismo argentino creció y dejó sus huellas en la historia. No estuvo ajeno a los grandes debates que plantearon los sucesivos cambios en el escenario mundial, ni pudo escapar a las grandezas y miserias de la política nacional. También tuvo errores, se dividió y llegó a disminuir sustancialmente su participación en la vida política nacional, desplazándose en épocas, a actitudes elitistas absolutamente contrarias a su esencia.

Cómo respuesta militante, surge en 1972 el Partido Socialista Popular, que se caracterizó por el rescate de la “cuestión nacional” y su articulación en la “cuestión social”. En las colonias, en los países dependientes no hay salud, educación ni justicia social para el pueblo.

Hoy ante la improvisación y el fracaso del neoliberalismo para mejorar la calidad de vida del pueblo, el socialismo se transforma en la esperanza nacional, de un futuro con justicia social. Sabemos que el dilema es solidaridad o desintegración. Sabemos la necesidad de fortalecer al Estado, a través del ejercicio de una planificación democrática, que articule el mercado necesario para la revitalización de la economía, con regulación que asegure la igualdad de oportunidades de todos en materia de salud, educación, vivienda y trabajo. Regular el accionar del capital especulativo en el país y en el mundo a través de una jerarquización de las naciones Unidas, que permita al Banco Mundial, al FMI y a la OCI regular al capital financiero en defensa de la vida de los hombres y del medio ambiente.

El socialismo propone la democracia social que garantice los derechos de todos a vivir en una nación independiente y solidaria. Transformar las actuales pautas de integración diseñadas por las multinacionales, con el mayor protagonismo de los parlamentos y sectores sociales en verdaderos procesos de integración económica, social y política que atemperen y reviertan los efectos negativos de la actual globalización y no que lo agudicen.

 


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