Archivo Histórico: Documentos

Partido Socialista Popular

Documentos PSP

Principios elementales del Socialismo

Descarga disponible en PDF

 

PROLOGO

Sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir su misión de combatiente de vanguardia.

El 23 de abril de 1972 nace el Partido Socialista Popular por expresa voluntad de militantes socialistas que formaban cuatro organizaciones preexistentes. Miles de mujeres y hombres de Argentina han acudido a la convocatoria realizada, convocatoria de sacrificio y de responsabilidad para la estructuración de un partido revolucionario que posibilite, a través de su perfeccionamiento y de su trabajo diario entre las masas, afianzar la libertad, el bienestar y la independencia nacional en marcha compleja pero victoriosa hacia la concreción de una Argentina socialista.

Al hacer suyo los principios de estudiar, organizar y difundir los integrantes del Partido Socialista Popular han asumido un concreto y difícil compromiso de trabajo. Hoy la inmensa mayoría de los militantes y la Mesa Ejecutiva del Comité Nacional que los representa, afronta conscientemente el compromiso contraído: estudiar, organizar y difundir al servicio de la liberación nacional en el camino hacia el socialismo.

Como una colaboración en esa importante tarea, la Federación Socialista Popular de la Provincia de Santa Fe edita el conocido trabajo de Leo Huberman denominado "ABC del Socialismo", destinado a constituirse en material primario de lectura colectiva de los militantes.

Para esta edición se ha seguido la efectuada por los compañeros del Partido Socialista de Chile. La urgencia en la obtención de nuevos ejemplares ocasionada por la demanda incesante de los afiliados, determinó la reedición directa de la edición chilena. Las próximas ediciones, que podrán encararse con más tiempo, se adecuarán a nuestra realidad nacional.

Resulta propicio este prólogo que se efectúa cuando nuestro partido se lanza impetuosamente tras los objetivos de su desarrollo y de su afianzamiento, para resaltar la importancia esencial que tienen en la concepción militante del socialismo la teoría, la capacitación, la práctica y la organización.

La teoría es el conjunto de conocimientos sobre la naturaleza y la sociedad acumulados en el curso de la historia. Por ello, la teoría correcta no nace de pensamientos antojadizos, sino que nace sobre la base de la práctica. Es el resultado de una generalización de la práctica de todos los hombres que han vivido sobre la tierra. Sin práctica, no puede haber teoría científica, que es decir teoría correcta: teoría que se ajusta a la realidad porque de ella nace.

Sólo una teoría que nazca de la realidad, que esté destinada a modificar esa realidad y que se mantenga en contacto permanente con esa realidad, puede servir a los hombres para caminar con paso firme por el maravilloso camino del conocimiento.

Sólo una teoría ligada a la práctica, al servicio de la práctica, y verificada por la práctica, hunde sus raíces en la vida.

Sólo una teoría ligada a las necesidades reales de las masas, al servicio de las masas y verificada por la vida y el accionar de las masas, puede surcar el camino de la revolución.

La teoría que nace de la actividad práctica de los hombres ejerce, a su vez, una influencia enorme sobre la práctica y descubre ante los hombres nuevas perspectivas, nuevos horizontes.

La fuerza de la teoría elaborada por Carlos Marx y Federico Engels en la segunda mitad del siglo pasado y que comúnmente recibe el nombre de marxismo reside en que, al generalizar la práctica de la humanidad, la historia de la sociedad revela la condición de los fenómenos sociales, las leyes objetivas del desarrollo, la marcha de los acontecimientos presentes y futuros, previendo, en consecuencia, con anticipación de años, las tendencias fundamentales de la evolución social. Ello permite al movimiento revolucionario trazar planes de actividad práctica rigurosamente científicos.

La teoría y la práctica se complementan y se enriquecen recíprocamente. La teoría se convierte en algo sin objeto si no se liga a la práctica revolucionaria y la práctica es ciega si la teoría revolucionaria no ilumina su camino. En consecuencia, es preciso recordar constantemente que no existe práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria. Por ello, aquellos que se llaman teóricos de la revolución pero que jamás realizan tarea militante, en la vida práctica juegan el rol de contrarrevolucionarios. Al separar la teoría de la práctica abandonan irremediablemente el campo del socialismo científico, que es el socialismo que nace de la realidad.

La clase obrera —decía Marx— conseguirá la victoria si sabe organizar su lucha apoyándose en el conocimiento exacto de las leyes del desarrollo social. Sólo la fusión del movimiento obrero con las ciencias ,con la teoría revolucionaria, puede asegurar el éxito de la gran causa de emancipar a los trabajadores de la opresión y de la explotación.

Mientras los oportunistas —furgón de cola del populismo— con planteos subjetivos, abstractos, parten de la utopía y se dedican a juzgar la realidad argentina sin estudiar los hechos, sin tener la más mínima idea de nuestra historia económica y de nuestra economía actual, los militantes del Partido Socialista Popular deben crear su teoría cimentándola en el estudio detallado y minucioso de la realidad nacional e internacional que los rodea y los condiciona.

A la teoría elaborada por Marx, Engels y sus continuadores no debemos considerarla como un dogma, sino como una guía para la acción. El marxismo para el revolucionario es como la llave prusiana para el mecánico. Importante es tener la llave, pero imprescindible es conocer lo que es un motor. Importante es conocer marxismo pero imprescindible es conocer y vivir la realidad nacional.

Nuestra tarea actual consiste en dirigir a nuestra patria de millones de hombres en una gran lucha, en una lucha antiimperialista y antioligárquica como jamás se libró antes, en conjunción con las grandes mayorías nacionales. Esto, que constituye en la actualidad el más alto objetivo de nuestro partido, surge como necesidad de la realización de un amplio y profundo estudio de la realidad nacional y de la aplicación de la teoría marxista a esa realidad. Ese gran objetivo sólo puede ser alcanzado por medio del esfuerzo orgánico, disciplinado y colectivo de los militantes de nuestro partido.

Se debe iniciar una competencia por el estudio en todo el partido y si logramos que centenares de compañeros adquieran un conocimiento sistemático y no fragmentario, práctico y no abstracto, militante y no parlanchín, de la realidad nacional y de la ideología marxista, la capacidad combatiente de nuestro partido se ampliará en gran medida y se fortalecerá nuestra labor en cantidad y calidad para derrotar al imperialismo y a su aliado: el privilegio nativo.

Los socialistas detentamos el internacionalismo proletario, que no es otra cosa que la expresión de la solidaridad internacional de los trabajadores, pero el marxismo que debemos aprender, que debemos hacer nuestro, que debe estar en nuestro cerebro, tiene que constituir un todo con las características específicas de nuestro país y adquirir una forma nacional antes de ser puesto en práctica. La llave mecánica debe ser de la misma medida que la tuerca; si no, no sirve para nada.

La gran fuerza del marxismo reside en su integración con la práctica revolucionaria específica de los distintos países. Las llaves mecánicas son sumamente útiles cuando son de la medida de las tuercas que queremos ajustar o aflojar. En el caso del Partido Socialista Popular, se trata de aprender a aplicar la teoría elaborada por Marx y Engéls y enriquecida por los movimientos revolucionarios del mundo a las circunstancias específicas de Argentina. Si los socialistas populares, que forman parte de la patria argentina y están unidos a ella en carne y hueso, hablan del marxismo separándolo de las características concretas de nuestra realidad nacional, hablarán de cualquier cosa menos de marxismo, ya que él constituye en sí la expresión de la fusión de la teoría y de la práctica. Por consiguiente, es necesario convertir el marxismo en algo específicamente argentino, aplicando cada una de sus manifestaciones a nuestra realidad, es decir, elaborar una ideología de conformidad con las características de nuestra patria, asimilando las experiencias positivas de los revolucionarios del mundo.

Hasta hoy —salvo excepciones— no se ha comprendido cabalmente la realidad del imperialismo norteamericano en la realidad nacional, no se ha comprendido cabalmente la influencia de los monopolios extranjeros, la lucha intermonopólica que se desarrolla entre los monopolios norteamericanos y los monopolios europeos y aún en el seno mismo de los primeros y las implicancias que estas luchas tienen para con la realidad política cotidiana de nuestra patria dependiente.

El Frente del Pueblo, que es la convergencia de las grandes mayorías nacionales, con una clara programática de liberación nacional que determine la expropiación de la oligarquía y la nacionalización de los resortes básicos de nuestra economía, existe en forma latente y se desarrolla permanentemente. En su seno han de surgir cosas nuevas interminablemente. Estudiar este movimiento en su totalidad y en su desarrollo, en su proceso, concientizar de su significado a las grandes mayorías nacionales que lo integran, es una gran tarea que reclama continuamente la atención del partido. Si alguien se niega a estudiar estos problemas que emergen de nuestra realidad con seriedad y cuidado, él no es un socialista.

Para el militante es imprescindible el estudio sistemático de la realidad actual, que es realidad política, económica, sanitaria, cultural. Es preciso estudiar escrupulosamente la realidad y partir objetivamente de ella y no de los deseos subjetivos. Muchos confunden sus deseos subjetivos con la realidad y de esa confusión no puede nacer jamás una programática correcta para el partido.

Pero también es imprescindible el estudio sistemático de la historia nacional, de una historia basada en los procesos determinantes de nuestra realidad y no en anécdotas de personajes de leyenda, porque es imposible entender el presente y prever el futuro para quienes no han comprendido el pasado.

En consecuencia, es preciso analizar las experiencias revolucionarias de los hombres del mundo y aplicar su síntesis y el pensamiento marxista a la realidad nacional. Marxista no es aquél que posee en su cabeza un diccionario de citas de autores marxistas, sino el que está en condiciones de adoptar la posición, el punto de vista y el método del materialismo dialéctico para el estudio completo del presente y del pasado de Argentina, o para el análisis y la solución concretos de los problemas de la revolución en Argentina.

Se debe estudiar a Marx, Engels y sus continuadores, para conocer la posición, el punto de vista y el método por medio de los cuáles es posible solucionar los problemas teóricos y prácticos de la revolución en Argentina y no como estudios puramente teóricos por apego a la teoría misma. Se debe partir de la realidad y extraer de ella las leyes que guíen nuestra acción.

Cuando se trabaja con puro entusiasmo subjetivo, con una imagen borrosa de la Argentina actual en la mente, en lugar de estudiar las circunstancias concretas en forma sistemática y amplia, se mutila la historia y se permanece en la oscuridad total en lo que respecta a la realidad de Argentina. No se debe estudiar la teoría marxista en abstracto y sin objetivo alguno. Algunos, confundidos, no muestran interés en estudiar la Argentina de hoy y de ayer, sino que concentran su atención en el estudio de "teorías" vacías, divorciadas de la realidad no les interesa buscar la verdad partiendo de los hechos, sólo quieren impresionar con fuegos de artificio. Otros, dedicados unilateralmente al trabajo práctico no prestan atención alguna al estudio de las condiciones objetivas y, con frecuencia, guiados sólo por su entusiasmo, confunden sus sentimientos personales con la realidad. Ambos tipos de compañeros practican el subjetivismo y hacen caso omiso de la existencia de las cosas objetivas. Son llamativos pero carecen de substancia. Son quebradizos y no tienen solidez. Es por ello que olvidan que en la tienda de los monopolios no se amamantará jamás la liberación nacional. Adoptar ese estilo en la conducta personal significa buscar la propia destrucción. Adoptarla en la educación de los otros significa la ruina de éstos. Adoptarla en una pretendida dirección de la revolución significa abortar a la propia revolución.

Esta metodología subjetivista, anticientífica, contraria al marxismo es enemiga del Partido Socialista Popular, de la clase trabajadora, del pueblo y de la nación. Es una manifestación de impureza del espíritu del Partido, es un cuerpo extraño a la existencia y desarrollo de un partido revolucionario que acepta por exactas las leyes interpretativas del sistema capitalista y de la historia que elaboraron Marx y Engels partiendo del estudio de la realidad y que han perfeccionado los pueblos del mundo en su lucha por el socialismo. Sólo cuando se termine con el subjetivismo triunfaré la verdad del marxismo, se fortalecerá el espíritu del partido y los trabajadores de Argentina tendrán la herramienta apta para concretar la liberación nacional camino hacia el socialismo.

Es necesario dejar claramente establecido que la falta de actitud científica, de actitud marxista de fusión de teoría con la práctica, significa una carencia de espíritu de partido o una grave deficiencia en el mismo. Pero por sobre todas las cosas, esta actitud caracteriza en quienes la sustentan una deformación subjetivista. La separación que en los hechos efectúan entre la teoría y la práctica es la elocuente demostración de ello. Para demostrarlo, tan sólo bastaría investigar en qué frente de trabajo actúan, cuántos materiales del partido reparten, cuántos fondos para el socialismo recaudan, cuántos grupos de simpatizantes han organizado, cuántas fichas para él partido han logrado, en cuántas movilizaciones populares han participado y encontraríamos entonces el abismo que separa, en ellos, a la teoría y a la práctica.

El socialismo —dijo Engels—, desde que se ha convertido en una ciencia, exige que se lo considere como una ciencia: que se lo estudie. Leer en general, rinde poco beneficio. Es preciso estudiar de un modo regular y sistemático.

Comenzar muchas lecturas y no concluir ninguna, leer el libro que caiga a mano, sin realizar sistematización temática alguna, constituyen actitudes individualistas que introducen la irracionalidad en la lectura y configuran la negación del estudio. Leer, analizar, debatir, resumir en forma colectiva la bibliografía indicada por el partido, sus documentos y materiales, constituye la metodología adecuada.

El estudio no constituye un pasatiempo, es una tarea militante. La erudición individual desarraigada de la militancia, lejos de ayudarnos a comprender el proceso de las masas nos aleja de ellas. Nuestro estudio y nuestra capacitación no deben ser frutos de una veleidad sino de una necesidad militante. Debemos estudiar aquellos conocimientos que necesitamos para interpretar y modificar la realidad. Jamás debemos estudiar para polemizar con aquéllos que viven al margen de la realidad. El debate en las nubes no modifica la tierra. La "crítica" del marxismo se ha puesto de moda. Las "limitaciones" y "lagunas" del marxismo ocupan día a día más volúmenes. Pero pese a lo abigarrado de sus tendencias, todos estos críticos y autores persiguen un fin común: desviar a las masas de la revolución.

Es necesario, además, aprender a hablar a las masas. No en el lenguaje de las fórmulas librescas, sino en el de los que luchan por la causa de las masas, cada una de cuyas palabras e ideas refleja la realidad y los sentimientos más íntimos de millones de personas. Hay que tener en cuenta que las masas no pueden asimilar nuestras decisiones si no aprendemos a hablar el lenguaje que ellas entienden. No siempre se sabe hablar en forma sencilla y concreta, con imágenes familiares e inteligibles para las masas.

Cabe aquí reiterar la necesidad de fundir y refundir la teoría con la práctica. El trabajo preliminar que realizó Federico Engels para escribir su libro "Sobre la situación de la clase obrera en Inglaterra" constituye un buen ejemplo de la modalidad que perseguimos. Engels estudió absolutamente toda la literatura precedente sobre la materia, analizó detallada y críticamente los diversos documentos oficiales y extraoficiales que pudo hallar. Pero los datos extraídos de los libros y documentos no le satisficieron: los consideró tan solo como un conocimiento abstracto de la materia. Engels quiso ver a los trabajadores en sus propias casas, en su vida cotidiana, observar personalmente su lucha contra los opresores. Y así lo hizo. La experiencia personal y el contacto directo con los obreros fue la base de su estudio. Engels estudió la realidad viva, conoció a muchos obreros, conversó con ellos sobre su situación y sus necesidades. En una serie de grandes y pequeñas ciudades estudió el estado de las viviendas, de las casas y de los barrios en los cuales vivían los obreros, inspeccionó y describió detalladamente las condiciones de existencia de muchas familias obreras, su salario, su alimentación y su vestido. Engels enumeró en su libro una serie de ciudades que visitó repetidas veces, describiendo del modo más detallado todo lo que en ellas vio y escuchó. De un modo particularmente minucioso estudió y describió la ciudad de Manchester, donde él vivió, considerando la situación de la clase obrera de allí como más o menos típica de los grandes centros, En sus visitas a los barrios obreros, Engels hizo incluso unos dibujos de la disposición de las casas obreras y la de algunas calles, dibujos que fueron después incluidos en el libro.

Esta forma concreta y correcta de estudiar y trasladar al papel todo lo que vio, escuchó y leyó, le dio la posibilidad de describir con sencillez el cuadro horrible de la miseria de los obreros ingleses, que llenó de asombro al mundo.

La estrecha relación con las masas, la confianza en las masas, el saber no solamente enseñar a las masas, sino aprender de ellas, debe constituir uno de los rasgos más característicos de todo militante socialista.

Los teóricos que conocen la historia de los pueblos, que han estudiado detalladamente desde el principio hasta el final los procesos revolucionarios sólo a través de los libros, padecen casi siempre una enfermedad. Esta enfermedad es el temor a las masas. Es la falta de fe en el poder creador de las masas, lo que a veces origina en estos "profesores" cierto aristocraticismo con respecto a las masas poco iniciadas en la historia de las revoluciones, pero llamadas a destruir lo viejo y a construir lo nuevo.

La concepción del problema de la organización del partido revolucionario es considerada frecuentemente como una cuestión puramente técnica, pero en realidad constituye uno de los problemas intelectuales más importantes y más complejos de la revolución.

La organicidad de los partidos revolucionarios ha sido atacada y calumniada por todos los oportunistas. Los oportunistas desdeñan la organización revolucionaria. Por el contrario, los mejores revolucionarios, que provienen de los sectores populares y fundamentalmente de la clase trabajadora, comprenden instintivamente los méritos y lo altamente positivo de la concepción revolucionaria de la organización.

Constituye un índice de falta de madurez la "inconsciencia" que se suele tener frente al problema de la organización. Es por ello que el problema de la organización es uno de los que ha permanecido durante más tiempo en la zona utópica de los cerebros de los "revolucionarios" subjetivistas.

La realidad es que la concepción de la organización es indisoluble de la concepción de la revolución. Quien no anhela ni cree en la revolución desdeña la organización revolucionaria. Quien desea y cree en la revolución lucha a diario por la implantación de la organización revolucionaria y por su perfeccionamiento. Por ello es válido afirmar que el problema de la organización de un partido revolucionario puede desarrollarse orgánicamente sólo a partir de una teoría de la revolución misma. Cuando el objetivo de la revolución se convierte en un problema vivo, la cuestión de la organización revolucionaria irrumpe como una necesidad imperiosa en la conciencia de la vanguardia de las masas.

Hay organizaciones, autotituladas de izquierda, que jamás se ocupan del problema de la organización revolucionaria. Ello sucede porque el oportunismo ha echado sus raíces tan profundas dentro de las mismas, que ha hecho imposible un conocimiento correcto del proceso revolucionario. Es tan indisoluble la concepción de la revolución con la concepción de la organización, es tan indisoluble la concepción del carácter de la revolución futura y de las tareas que de ella se desprenden y la concepción acerca de los problemas de organización, que cuando se plantean disidencias acerca de lo primero surgen inmediatamente disidencias acerca de lo segundo. Es que existe entre ambos conceptos una unidad, una ligazón indisoluble, dialéctica. Es por ello que se debe definir a la organización como la mediación entre la teoría y la práctica. No existirá conexión entre los términos de esta relación dialéctica si no existe una mediación entre ellos. En consecuencia, la teoría para ser llevada a la práctica necesita imprescindiblemente de la organización. Cada teoría, de conformidad con su contenido, concibe un tipo de organización y, por lógica, realiza un tipo de práctica.

Quizá no exista un campo del pensamiento revolucionario más definitorio que él de los conceptos sobre organización. En la teoría pura, las concepciones y las tendencias más diversas pueden coexistir en paz. Sus oposiciones toman la forma de discusiones que pueden desarrollarse tranquilamente dentro del marco de una sola y misma organización sin necesidad de hacerla estallar. Sin embargo, los mismos problemas cuando son aplicados a cuestiones de organización, se presentan como tendencias rígidas que se excluyen mutuamente.

Estas modalidades las determina el carácter de la organización, como mediadora entre la teoría y la práctica. Esto se revela con mayor claridad en el hecho de que la organización manifiesta una sensibilidad más grande, más sutil y más segura, respecto de las divergencias en el campo organizativo entre las tendencias, que respecto de cualquier otro dominio del pensamiento y de la acción política.

Quien se plantee la pregunta: "Qué debemos hacer ante el futuro?", ubica ya el problema en el plano de la organización. Ella busca descubrir en el análisis de la situación, en la preparación y en la dirección de la acción, los momentos que, a partir de la teoría, habrán de conducir necesariamente a una acción que les sea lo más apropiada posible. Busca entonces las determinaciones esenciales que vinculan la teoría con la práctica.

Cuando fracasa o es errónea una acción de la organización revolucionaria y se enfoca la responsabilidad desde el punto de vista personal, subjetivo, nos alejamos de la metodología correcta de la interpretación de la realidad. Pero si al tratar este tema se supera su aspecto simplemente particular y contingente, si se percibe en la acción errónea o defectuosa de los individuos una causa que compromete verdaderamente al conjunto, pero cuya razón sin embargo deberá ser buscada más lejos, entonces el problema estará nuevamente planteado en el plano de la organización.

En este caso, la acción ha ligado la conducta de quienes han actuado y el objetivo perseguido. Para analizarlo será preciso estudiar el problema de saber si los medios organizativos para pasar de la teoría a la práctica fueron los correctos.

El "error" pudo ciertamente residir en la teoría, en las metas fijadas o en el conocimiento de la situación misma. Sin embargo, sólo una observación orientada hacia los problemas de organización como nexo permite criticar realmente la teoría, partiendo del punto de vista de la práctica.

Este papel primordial de las cuestiones de organización explica por qué el oportunismo siempre ha experimentado una gran adversión a su existencia y a extraer consecuencias de tipo organizativo de las divergencias teóricas. El punto débil y fatal de todas las tendencias oportunistas que han existido y existen dentro de las organizaciones revolucionarias es que jamás pudieron concretarse en el plano de la organización.

Los contrarrevolucionarios que han enfrentado al concepto de la revolución con el concepto de la reforma gradual han condenado la organización, necesaria para arribar a la revolución, manifestando que la misma cercenaba la libertad de los integrantes de la organización revolucionaria. Nada más alejado de la realidad que ello. La organización revolucionaria es el primer paso consciente que da el hombre hacia el reino de la libertad. Pero el concepto de la libertad socialista que tiene como reverso la solidaridad humana difiere profundamente del concepto de la libertad burguesa que sustenta como reverso la expoliación y el oprobio de los más por parte de los menos. La sociedad socialista será en la historia de la humanidad la primera sociedad que tomará realmente en serio y realizará efectivamente la libertad del hombre. Para conquistar las condiciones sociales de la libertad real habrá que librar batallas cuyo resultado implicará no sólo la desaparición de la sociedad actual sino también del tipo humano producido por esta sociedad. Dijo Marx: "La actual generación se parece a los judíos que Moisés conducía por el desierto. No sólo tiene que conquistar un mundo nuevo, sino que tiene que perecer para dejar sitio a los hombres que estén a la altura del nuevo mundo".

La "libertad" del hombre que vive en la actualidad es la libertad del individuo aislado por la propiedad privada y por el lucro, la libertad contra los otros individuos (igualmente aislados), libertad del egoísmo, del propio aislamiento, libertad ante la cuál la solidaridad y la cohesión aparecen como quimeras irrealizables. Exigir hoy esta "libertad" a la organización es renunciar prácticamente a la realización efectiva de la libertad real. Saborear, sin preocuparse por los demás, esta "libertad" adquirida por los individuos particulares en virtud de su situación social o de su temperamento, significa en los hechos legalizar eternamente, en la medida en que esto dependa del individuo en cuestión, la estructura no libre de la sociedad actual.

Desear conscientemente el reino de la libertad significa entonces franquear de manera consciente el paso que conduce efectivamente hacia él. Y si se comprende que la libertad burguesa dentro de la sociedad actual no es más que un privilegio corrompido y corruptor, puesto que se basa en la ausencia de solidaridad y en la falta de libertad de los otros, es decir, en la desigualdad, ello implica justamente el renunciamiento realmente libre al concepto de la libertad burguesa, dentro de la organización revolucionaria. Implica una subordinación consciente a esta voluntad de conjunto que tiene por vocación reclamar realmente de la vida la libertad real y que hoy emprende seriamente la tarea de dar los primeros pasos, difíciles, inciertos y titubeantes, en esa dirección. Esta voluntad de conjunto consciente es el partido revolucionario. Y en él, que es parte de un proceso y que constituye en sí un momento del proceso dialéctico, existe el germen, en forma primitiva y no desarrollada, de las determinaciones que se relacionan con el fin que está llamado a realizar: la libertad en unidad con la solidaridad.

Pero se hace necesario unir los diversos momentos de este proceso revolucionario y, dentro del concepto de la organización, la unidad de esos momentos tiene un nombre: la disciplina.

El partido es capaz de convertirse en una voluntad de conjunto activa y efectiva únicamente a través de la disciplina; toda introducción del concepto de libertad burguesa impide la formación de esta voluntad de conjunto y transforma al partido en un agregar de individuos particulares, agregado amorfo e incapaz de acción. Pero además debe considerarse a la disciplina para cada militante como el primer paso en dirección a la libertad real que existirá cuando sea derrocado el actual sistema social imperante.

El partido revolucionario se diferencia también de los partidos burgueses y de los partidos oportunistas por las exigencias mayores con respecto a sus miembros individuales. Para los partidos burgueses y para los partidos de izquierda oportunista las personas de los afiliados no cuentan, constituyen una masa pasiva muy poco interrelacionada con la conducción. Para los partidos revolucionarios el carácter de afiliado es sinónimo de participación personal activa en el trabajo revolucionario. Nadie puede esperar a organizarse para comenzar a luchar. La organización —que también es proceso— se formará a través y como producto de la lucha.

En los partidos burgueses y en los partidos de izquierda oportunista que también sustentan, por lógica, una ideología burguesa, el partido se articula en una parte activa y en una parte pasiva y la segunda debe ser puesta en movimiento sólo ocasionalmente y a las órdenes de la primera. La "libertad" burguesa que puede existir para los miembros de tales partidos, es por consiguiente, sólo la libertad de juzgar los acontecimientos que se desenvuelven para ellos de manera fatal. Son simples espectadores y jamás participan profundamente y con toda su responsabilidad en las decisiones y en las elaboraciones del partido.

El partido revolucionario que confía plenamente en la capacidad elaboradora y realizadora de las masas, por ende confía y respeta la capacidad elaboradora y realizadora de todos y cada uno de sus miembros. Pero esta incorporación activa y plena en donde se supera la dicotomía entre derechos y deberes de la concepción burguesa, exige al afiliado el compromiso activo del conjunto de su personalidad. Se es integrante y responsable pleno de la organización revolucionaria las 24 horas del día y no sólo en los momentos preelectorales o en las épocas de "paz social" en la república. La organización revolucionaria no existe solo cuando lo determinan los estatutos del sistema, existe y existirá a pesar de los estatutos y existe y existirá hasta acabar un sistema sustentado sobre la expoliación del hombre por el hombre y de los pueblos por el capital. La organización revolucionaria es una herramienta revolucionaria y no un club político y es por ello que sus integrantes deben ser conscientes de la inmensa medida de su sacrificio y de su compromiso, porque también son conscientes de que inician a través de la militancia el recorrido del único camino concreto para avanzar hacia la organización de su propia libertad.

Por ello el problema de la organización y dentro de ello el problema de la disciplina constituyen una cuestión práctica elemental para el partido, una condición indispensable para su funcionamiento real, un requisito esencial para la ludia contra el sistema, pero siempre debemos tener presente que ello no constituye un problema meramente práctico, sino una de las cuestiones intelectuales más elevadas e importantes del desarrollo del pensamiento revolucionario.

La organización y la disciplina sólo pueden nacer como el acto consciente y libre de la parte más esclarecida de la vanguardia de la organización revolucionaria. Sin un conocimiento, aunque sea instintivo, de la correlación existente entre el conjunto de la personalidad del afiliado y la disciplina del partido, el concepto de disciplina se transforma en un sistema abstracto e irreal de derechos y deberes, y el partido cae necesariamente en el tipo de organización de un partido burgués que terminará apuntalando al sistema y acomodándose en su regazo.

Debe existir una interacción viva entre la organización del partido y las masas desorganizadas. Esta interacción viva entre el partido y las masas, este trabajo político que se realiza en las fábricas, en los surcos, en las aulas, en las villas y en los barrios y no en los cafés ni en los gabinetes, constituye la profunda diferenciación existente entre una organización revolucionaría y una secta. Toda secta sustenta la profunda convicción de que un abismo la separa de la actual sociedad y es precisamente esa convicción la que pone de manifiesto que, en lo esencial, su concepción de la historia permanece todavía en el terreno de la ideología burguesa y que, en consecuencia, la estructura de su propia conciencia aún permanece vinculada estrechamente a la conciencia burguesa. Es indiferente para ello que reconozca incondicionalmente a las masas como futuro revolucionario o como destinatarias de la revolución, porque se piensa que habrá una minoría "consciente", que es la secta, que debe actuar en lugar de las masas "inconscientes". Esta concepción la hermana con la concepción de la burguesía que considera al proceso histórico real como separado de la evolución de la "conciencia" de la masa.

Si la secta actúa por la masa "inconsciente", en su lugar y como su representante o, si, en cambio, trata de absorberse íntegramente en el movimiento espontáneo e instintivo de las masas vive el dilema de la ideología burguesa: voluntarismo o fatalismo. Es por ello que la secta está obligada a sobreestimar desmesuradamente o también a subestimar desmesuradamente el papel de la organización revolucionaria.

Una organización oportunista manifiesta una sensibilidad menor que la organización revolucionaria a las consecuencias de una teoría falsa, porque es una agrupación más o menos relajada de componentes heterogéneos con vistas a la realización de acciones puramente ocasionales y porque sus acciones, por lo general, están impulsadas por tos movimientos inconscientes e imposibles de ser frenados de las masas, en lugar de estar dirigidos realmente por el partido. En cambio, el carácter eminentemente práctico de la organización revolucionaria y su esencia de partido de lucha, suponen una teoría correcta puesto que la organización produce y reproduce esa teoría correcta al intensificar conscientemente la sensibilidad de esa forma de organización a tas consecuencias de una actitud teórica, así como la capacidad de acción y de autocrítica, la capacidad de corregirse a sí mismo de desarrollarse siempre desde el punto de vista teórico, en una interacción indisoluble con las masas.

El crecimiento del partido y su consolidación tanto exterior como interior no se realizarán, como es obvio, en el espacio vacío de un aislamiento sectario, sino en medio de la realidad histórica, en una interacción dialéctica ininterrumpida con la crisis económica objetiva y con las masas impactadas por la crisis.

Constituyen desviaciones graves para un partido revolucionario inclinarse unilateralmente hacia una concepción sectaria del partido o a la acción propagandista y organizativa del partido sobre las masas. Es decir, a su vida interior descuidando aspectos de su vida exterior o al revés. Es imposible sustentar una constante actividad exterior correcta hacia las masas como accionar revolucionario, si no existe una constante, metódica y severa vida interior revolucionaria.

La capacidad de iniciativa táctica del partido revolucionario, su rapidez de reacondicionamiento ante el proceso siempre cambiante de la realidad histórica, exige como contrapartida la centralización organizativa del partido. Las posibilidades de expansión dentro de las masas de una línea correcta propuesta por el partido presupone su precia expansión en el interior del mismo. No sólo es necesario que los integrantes individuales del partido se encuentren sólidamente agrupados en la organización del aparato central y actúen hacia el exterior como los miembros reales de una voluntad colectiva, sino que es necesario que el partido se convierta en una formación tan unificada que todo desplazamiento en la dirección de la lucha se traduzca en un reagrupamiento de todas las fuerzas, que todo el cambio de posición repercuta hasta en los miembros individuales del partido y por consiguiente, que la sensibilidad de la organización para los cambios de orientación, para el paso de la legalidad a la ilegalidad o viceversa, y para que el aumento de la acción combativa, sean elevados a su máxima expresión. Para ello nadie debe transformarse en borrego, pero sí en revolucionario consciente que entiende que la revolución no es un hobby, no es una actitud filantrópica sino que es una lucha sin cuartel contra el sistema, sistema que mata, que secuestra y que tortura.

La sólida cohesión organizativa del partido no sólo le otorga la capacidad objetiva de actuar, sino que al mismo tiempo crea un clima interno que posibilita la existencia de una autocrítica revolucionaria, hace posible una intervención enérgica de todos sus integrantes en los acontecimientos y un aprovechamiento de las oportunidades que se le ofrece. Una real centralización de todas las fuerzas del partido, en virtud de su dinámica interna, lo hará necesariamente avanzar en el camino de la actividad y de la iniciativa. El sentimiento de una consolidación organizativa insuficiente en cambio, cumple necesariamente una acción paralizadora y de inhibición sobre las resoluciones tácticas y hasta sobre la posición teórica fundamental del partido.

Para un partido revolucionario no puede haber ninguna época en la cual la organización del partido permanezca políticamente inactiva. Esta vigencia táctica y organizativa, no sólo de la combatividad revolucionaria sino también hasta de la misma actividad revolucionaria, no puede ser entendida correctamente más que mediante una comprensión de la unidad entre la táctica y la organización. Si la táctica está separada de la organización, si no se percibe en ambas el mismo proceso de desarrollo de la conciencia de clase de los trabajadores, es inevitable que el concepto de táctica caiga en el dilema del oportunismo o del terrorismo, que la "acción" signifique ya sea el acto aislado de la "minoría consciente" por apoderarse del poder, ya sea simplemente la adaptación oportunista a los deseos momentáneos de las masas, mientras que a la organización revolucionaria se le asigna simplemente el rol técnico de preparar la acción.

La táctica y la organización de los oportunistas, que se basan en el abandono del método dialéctico, satisfacen el "realismo político" y las exigencias del momento, renunciando a la firmeza de los fundamentos teóricos, pero debido a ello son víctimas, justamente en su práctica cotidiana, del esquematismo esclerosado en sus formas de organización y en su rutina táctica.

Sólo el partido revolucionario puede mantener una tensión dialéctica de adhesión al "objetivo final" y la adaptación más exacta posible a las exigencias concretas de la hora. Esta claridad ideológica, que está integrada también por el concepto de organización que es el camino hacia la práctica y que en síntesis es la superación de la dicotomía entre teoría y práctica, el "realismo político" jamás la podrá lograr. El sistema capitalista exige la permanente conjunción de teoría, organización y práctica, porque él mismo reviste constantemente formas nuevas y lo que hoy es exacto, mañana puede ser falso. Lo que con determinada intensidad es saludable, puede con un grado mayor o menor, tener funestas consecuencias.

En completa oposición a las teorías oportunistas, él materialismo histórico, concebido por Marx y Engels, parte del hecho de que la evolución social produce continuamente nuevos elementos en sentido cualitativo. Es por ello que toda organización revolucionaria debe adoptar el criterio de reforzar permanentemente su propia sensibilidad con respecto a la nueva forma de aparición de los fenómenos y su capacidad de aprehenderlos en todos los momentos de la evolución. Ella debe impedir que las armas con las que ayer se obtuvo una victoria, al esclerosarse, se conviertan hoy en un obstáculo para las luchas exteriores. Flexibilidad, capacidad de transformación, capacidad de adaptación de la táctica y organización severa, no son más que los dos aspectos de una sola y misma cosa.

La vida interior del partido es un combate incesante contra la herencia capitalista. El medio de lucha decisivo en él plano de la organización no puede ser otro que el de lograr que los miembros tomen parte en la actividad del partido con la totalidad de su personalidad. La función en el partido, por más que sea ejercida con una probidad y una dedicación íntegra seguirá siendo únicamente un empleo a menos que la actividad del conjunto de los miembros se relacione de todas las maneras posibles con él trabajo del partido, y que además exista, en la medida de las posibilidades efectivas, una constante rotación en esta actividad, de manera que los miembros puedan alcanzar una relación viva con la totalidad de la vida del partido y con la realidad, es decir, puedan dejar de ser simples especialistas sometidos necesariamente a los peligros de una esclerosis interior.

Si cada militante se entrega de este modo con toda su personalidad, con toda su existencia, a la vida de partido, es él mismo principio de la centralización y de la disciplina el que debe dar, por la interacción viva entre la voluntad de los miembros y la voluntad de la dirección del partido, la expresión de la voluntad y de los deseos, de las iniciativas y de la crítica de los miembros frente a la dirección.

La participación activa de todos los miembros en la vida cotidiana del partido, la necesidad de comprometerse con la totalidad de su personalidad en toda acción del partido, es el único medio para obligar a la dirección del partido a hacer que sus resoluciones sean realmente comprensibles para los miembros del Partido.

La vida interna del partido debe superar en su seno las diferencias existentes entre sus integrantes, que vienen originadas de las realidades de las profesiones, de los oficios y de sus actuaciones anteriores y presentes en el campo de la economía y de la política. La vida interna, al mismo tiempo que perfeccionar en forma permanente la calidad de los afiliados y la calidad y capacidad elaboradora y realizadora de la organización revolucionaria, debe estar dirigida hacia el logro de la unidad y la cohesión revolucionaria entre los integrantes de la organización, para crear la verdadera unidad de la clase trabajadora y posibilitar, del mismo modo, la existencia de una organización que merezca el nombre de tal y a la existencia de la exigencia de un compromiso total de la personalidad del militante. De esta manera la vida interna de la organización revolucionaria y su accionar militante, romperá en cada miembro individual las envolturas que en la sociedad capitalista obnubilan la conciencia de la persona.

A pesar de lo reciente de la creación de nuestro Partido, es fundamental plantear la importante problemática de la organización, porque la misma constituye uno de los temas álgidos de la ideología y de la existencia de la organización revolucionaria.

 

PROLOGO DE LA EDICIÓN CHILENA

Prensa Latinoamericana S. A. lanza la tercera edición de estos "PRINCIPIOS ELEMENTALES DEL SOCIALISMO", cuyos autores, Leo Huberman y Sybil H. May, figuran entre los más distinguidos representantes del movimiento de izquierda norteamericano. Durante muchos años han desarrollado una gran labor de divulgación ideológica y tareas prácticas en la lucha por la dignificación del hombre. Huberman es, precisamente, uno de los editores de la revista "Monthly Review", que, a partir de mayo de 1964, publica —en nuestras prensas— su edición para Chile. Asimismo, es autor de varios libros y folletos de amplia difusión, que se caracterizan por el riguroso tratamiento científico del tema junto a una excepcional claridad y sencillez para abordar los asuntos más complejos.

La publicación de estos Principios llega, ahora, en un momento trascendental en el desarrollo de las luchas económicas, sociales y políticas del pueblo chileno. Ya se hace evidente, para las mayorías nacionales, que la suerte del capitalismo está sellada, siendo cuestión puramente de tiempo, de un tiempo muy breve, y de decisión de las fuerzas progresistas, el instante en que ese sistema caduco sea abandonado en definitiva y reemplazado por un orden nuevo, una forma más avanzada de la sociedad chilena: el socialismo.

Por desgracia, en nuestro medio, la educación socialista metódica y seria de las clases trabajadoras en los últimos años —puede decirse desde la segunda postguerra— ha debido relegarse a un plano relativamente secundario. Los gobiernos reaccionarios, el continuo agravamiento de la situación económica del proletariado y las clases medias, en fin, toda esa política antipopular inaugurada en 1947 y continuada hasta nuestros días, han obligado a los trabajadores y los partidos políticos de vanguardia a poner el énfasis en la defensa de los intereses más inmediatos de la clase asalariada, en salvar siquiera parte de lo conseguido tras grandes luchas. De ahí que numerosos contingentes de trabajadores, especialmente la juventud, no hayan tenido ocasión de procurarse una adecuada formación socialista, imprescindible para llevar adelante con éxito las grandes tareas de transformación económica y social de la patria.

El objetivo de organizar una educación masiva de los trabajadores en los principios del socialismo, adquiere ahora una importancia decisiva. De cualquier modo habrá que conjugar la lucha por los intereses más inmediatos con las medidas de mayor aliento del movimiento popular, es decir, establecer el sistema socialista de organiza¬ción de la sociedad. Es solamente mediante una educación sistemática en los principios del socialismo como podrá evitarse caer en el abatimiento, la frustración, el personalismo, que tantos males han ocasionado al movimiento popular. Esa es la única forma, además, de terminar con las ilusiones del reformismo y con las ingenuas creencias en una milagrosa ayuda extranjera a través de cualquiera "alianza para el progreso". La verdad es que la economía chilena no podrá moverse de su punto muerto, mientras no abandonemos definitivamente las viejas estructuras sociales que nos han regido y cuya impotencia creativa llega a extremos absurdos. Lo que nosotros necesitamos es entrevar la dirección del país a fuerzas nuevas —el Gobierno Popular, las clases trabajadoras y sus aliados—; llevar adelante la revolución agraria; terminar con el dominio de la economía por un puñado de monopolios extranjeros y nacionales; proceder a la rápida industrialización del país y otras medidas similares que remuevan el fondo de la economía nacional. Para hacer estas cosas se necesitará un fuerte control social de los medios de producción y aplicar los principios del planeamiento socialista al conjunto de la economía. Es decir, el socialismo nos abre la única vía aceptable para salir del atraso secular en que nos encontramos.

Estos "Principios", entregados por Prensa Latinoamericana S. A., a los trabajadores de Chile y el Continente, están basados en el libro de Leo Huberman y Sybil H. May, "El ABC del Socialismo". No obstante, debemos advertir que no constituye una traducción literal de esa obra. Algunos cambios han sido introducidos al texto original. En su análisis, los autores se dirigen siempre a los Estados Unidos como su punto de referencia. Donde se creyó conveniente, la palabra "Estados Unidos" fue sustituida por "Chile". De la misma manera, algunos ejemplos destinados a ilustrar el caso norteamericano fueron reemplazados por ejemplos referidos a la realidad nacional. Estas modificaciones no cambian la esencia del pensamiento de los autores, pero sí ayudan a la comprensión del socialismo por el máximo de trabajadores chilenos, que es el objetivo principal del libro.

Hoy, cuando la clase trabajadora se apresta a conquistar el poder e instaurar un Gobierno Popular, le hace falta más que nunca buscar y hallar las bases ideológicas del socialismo.

LOS EDITORES

 

PROLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN

Lo único que los norteamericanos, en su gran mayoría, saben acerca del socialismo es que no les gusta. Han aprendido a creer que el socialismo solo puede ser ridiculizado por impráctico o temido como un instrumento del demonio.

Esta situación es perturbadora. Constituye un error descartar o condenar un asunto tan importante sobre la base de las nociones harto superficiales y torcidas que tienen hoy día tan amplia difusión en los Estados Unidos. El socialismo es un movimiento mundial. A los millones de seres que lo odian en nuestro país se contraponen los millones que viven en él en otras naciones y que lo saludan alborozados. Jamás una idea ha cautivado la imaginación de tanta gente en lapso tan breve.

El socialismo es ya el modo de vida de más de doscientos millones de seres humanos, que habitan la sexta parte de la superficie terrestre. A ritmo acelerado va constituyéndose asimismo en modo de vida para otros seiscientos millones de personas. Estos dos grupos sumados conforman casi un tercio de la población mundial.

Resulta entonces deplorable que, para muchos norteamericanos, el socialismo no sea otra cosa que una mala palabra. Antes de decidir si el socialismo es bueno o malo, si debe ser combatido o apoyado, es necesario que se lo comprenda. Ayudar a lograr esta comprensión es la finalidad del presente ensayo.

La primera mitad del trabajo resume el análisis económico socialista sobre el capitalismo —su estructura y sus defectos— con especial referencia al momento norteamericano actual. La segunda mitad trata sobre la teoría del socialismo, sus más grandes pensadores y las enseñanzas de éstos. Entre ellos se destacan holgadamente Carlos Marx y Federico Engels como las figuras más importantes y de mayor influencia en el desarrollo de la doctrina socialista fundamental. Su concepto del socialismo, que ha pervivido y es hoy la piedra fundamental del movimiento en todos los continentes, constituye la base de este ensayo.

Una palabra de advertencia: el cuadro que aquí presentamos es crudo y franco. Causará espanto a algunos lectores e indignación a otros. Lo cual es previsible, porque siempre constituye un rudo golpe el ver las creencias y posiciones personales enfrentadas a un desafío tan directo. El lector sagaz esperará a leer la totalidad del trabajo para extraer cualquier conclusión definida sobre la filosofía socialista.

Cabe recordar, por último, que ésta es una introducción al socialismo; un boceto de sus líneas generales y nada más. La literatura sobre el tema es vasta, y los lectores interesados no habrán de contentarse con este A-B-C, sino que pasarán luego a los muchos otros trabajos que abordan el tópico con la profundidad que merece.

El material que presentamos ha sido condensado de mi libro The Truth About Socialism, y editado, por Sybil H. May.

LEO HUBERMAN.

Nueva York, mayo de 1953.

 

Primera Parte

EL ANALISIS SOCIALISTA DEL CAPITALISMO

1. — La lucha de clases

No importa que las personas sean ricas o pobres, fuertes o débiles, blancas, amarillas o cobrizas, porque en cualquier parte que se encuentren deben producir y distribuir las cosas que necesitan, a fin de poder vivir.

El sistema de producción y distribución que conocemos en Chile se llama capitalista. Muchos otros países en el mundo tienen el mismo sistema.

A fin de producir pan, vestuario, casas, revistas, medicinas, escuelas, estas y demás cosas, se necesitan dos elementos esenciales:

1.— Tierras, minas, materias primas, máquinas, fábricas —lo que los economistas llaman "medios de producción".

2.— Trabajos —obreros que utilizan su fuerza y pericia aplicándolas sobre los medios de producción, obteniendo las cosas necesarias.

En Chile, así como en otros países capitalistas, los medios de producción no son de propiedad pública, de todos. La tierra, las materias primas, las fábricas, máquinas, son propiedad de individuos —los capitalistas—. Este es un hecho de enorme importancia. La circunstancia de que una persona sea dueña o no de medios de producción determina su posición dentro de la sociedad. Si usted pertenece al reducido grupo de propietarios de medios de producción —la clase capitalista—, usted puede vivir sin trabajar. Si usted pertenece al numeroso grupo que no posee medios de producción —la clase trabajadora—, usted no puede vivir, a menos que trabaje.

Una clase vive de sus propiedades; la otra clase vive de su trabajo. La clase capitalista obtiene sus rentas mediante el empleo de otras personas para que trabajen por ella; la clase trabajadora gana su renta en la forma de salario por el trabajo que hace.

Ya que el trabajo es esencial para la producción de mercaderías que necesitamos a fin de poder vivir, alguien podría suponer que aquellos que hacen el trabajo —la clase trabajadora— estarían muy bien recompensados. Pero ellos no lo están. En la sociedad capitalista, no son aquellos que trabajan los que se llevan la gran parte de las rentas, sino aquellos propietarios dueños de los medios de producción.

La ganancia es la fuerza que mueve las ruedas de la sociedad capitalista. El hombre de negocios más exitoso es aquel que paga lo menos posible por la compra y trata de obtener el máximo por lo que vende. El primer paso en el camino hacia las grandes ganancias es reducir los gastos. Uno de los gastos de producción son los salarios de los trabajadores. Está en el interés del patrón, por lo tanto, pagar salarios tan bajos como sea posible.

Los intereses de los dueños de medios de producción y de los hombres que trabajan para ellos, son opuestos. Para los capitalistas, la propiedad está en primer lugar, los hombres en segundo lugar; para los trabajadores, el hombre —ellos mismos— está en primer lugar, la propiedad está en segundo lugar. Por eso es que, en la sociedad capitalista, hay siempre un conflicto entre las dos clases.

Ambos bandos en la lucha de clases actúan en la forma que lo hacen, porque tienen que hacerlo así. El capitalista tiene que obtener ganancias para permanecer como capitalista. El trabajador tiene que luchar por salarios decentes para poder sobrevivir. Una clase puede tener éxito solamente a expensas de la otra.

Todas las conversaciones acerca de la "armonía" entre el capital y el trabajo, no tiene mayor sentido. En la sociedad capitalista no puede existir tal armonía, porque lo que es bueno para una clase es malo para la otra, y viceversa.

 

2. — La Plusvalía

En la sociedad capitalista, el hombre no produce las cosas que necesita, a fin de satisfacer sus propios deseos, sino que produce cosas, a fin de vendérselas a otro. Antiguamente las personas producían las cosas para su propio uso, pero hoy día ellas producen mercaderías para el mercado.

El sistema capitalista descansa sobre la producción y cambio de mercaderías.

El trabajador no posee medios de producción. El puede ganarse la vida solamente en una forma —arrendándose él mismo por el pago de un salario a aquellos que lo emplean—. El entra al mercado con una mercadería que vender —su capacidad para trabajar, su fuerza de trabajo—. La fuerza de trabajo es lo que el empleador compra del obrero. Por esa fuerza el empleador le paga un salario. El trabajador vende su mercadería, la fuerza de trabajo, a cambio de la cual el patrón lo retribuye con un salario.

¿Cuánto será el salario que ganará? ¿Qué determina el monto de su salario?

La clave de la respuesta está en el hecho de que lo que el trabajador tiene que vender, es una mercadería. El valor de su fuerza de trabajo, así como el de cualquiera otra mercadería, está determinado por el total de tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla. Pero puesto que la fuerza de trabajo del obrero forma parte de él mismo, el valor de su fuerza de trabajo es equivalente a los alimentos, vestuario y habitación necesarios para mantenerlo vivo (y dado que la oferta de trabajo debe aumentar, para sostener una familia).

En otras palabras, si el dueño de una fábrica, mina o molino quiere que alguien le trabaje cuarenta y ocho horas semanales, debe pagarle al que trabaja, lo suficiente para sobrevivir y permitirle criar una familia que lo reemplace cuando llegue a viejo y no pueda trabajar, o bien muera.

Los trabajadores obtendrán, entonces, en retribución a su fuerza de trabajo, salarios de subsistencia y (en algunos casos) un poco más para permitirles comprar una radio, un reloj, o una entrada al teatro de cuando en cuando.

¿Significa esta ley económica, que los trabajadores tenderán a obtener meros salarios de subsistencia, y que la acción política y de los sindicatos de obreros es inútil? No, definitivamente no es así. Por el contrario, los trabajadores, a través de sus sindicatos, han sido capaces, en Chile y en otros países, de elevar los salarios por sobre el mínimo del nivel de subsistencia. Y es muy importante tener presente que ésa es la única forma abierta a los trabajadores para resguardarse en algo de esa ley económica que opera durante todo el tiempo.

¿De dónde provienen las ganancias de los capitalistas?

La respuesta hay que encontrarla en que las ganancias, en general, están en el proceso de producción, y no en el intercambio de las mercaderías. Las ganancias que percibe la clase capitalista surgen de la producción.

Los trabajadores, al transformar las materias primas en artículos terminados, traen al mundo una nueva riqueza; crean, en otras palabras nuevos valores. La diferencia entre lo que el trabajador recibe en salarios y el monto de nuevo valor que él ha agregado a las materias primas, es lo que se guarda el patrón.

De ahí es de donde provienen las ganancias de la clase capitalista.

Cuando un trabajador se arrienda a sí mismo a un patrón, él no le vende al patrón lo que produce; lo que el obrero vende al empleador es su capacidad para producir.

El empleador no le paga al trabajador por el producto de ocho horas de trabajo; el patrón le paga para que trabaje durante ocho horas.

El obrero vende su fuerza de trabajo por todo lo que dure la jornada diaria —digamos ocho horas—. Ahora, supongamos que el tiempo necesario para producir el valor que el obrero recibe en salario es de cuatro horas. El obrero no se detiene ahí y se va a su casa. De ninguna manera. El ha sido alquilado para trabajar ocho horas. El tiene que continuar trabajando otras cuatro horas. En estas cuatro horas él está trabajando no para sí mismo, sino para su patrón. Una parte de su trabajo es pagada; la otra parte es trabajo no pagado. Las ganancias del empleador tienen su origen en el trabajo no pagado.

Tiene que existir una diferencia entre lo que el trabajador recibe y lo que él produce, pues de otra manera el patrón no le daría trabajo. La diferencia entre lo que el trabajador recibe en salarios y el valor de la mercadería que él produce, se llama plusvalía.

La plusvalía es la ganancia que va a manos del patrón. Este compra la fuerza de trabajo a un precio y vende el producto del trabajador a un precio más alto. La diferencia —la plusvalía— se la guarda para él.

 

3. — La Acumulación de Capital

El capitalista empieza su negocio con dinero. Con dinero él compra medios de producción y fuerza de trabajo. Los trabajadores, al aplicar sus fuerzas de trabajo sobre los medios de producción, producen mercaderías. El capitalista toma estas mercaderías y las vende por dinero. El total de dinero que él recibe al final del proceso debe ser mayor que el total con que ha comenzado. La diferencia es su ganancia.

Si el total de dinero que él obtiene al final del proceso no fuera mayor de lo que tenía al comienzo, entonces no habría ganancia y pararía la producción. La producción capitalista no empieza ni termina con las necesidades del pueblo. Ella comienza y termina siempre con el móvil del dinero.

Una suma de dinero no puede convertirse en una suma de dinero mayor, estando ocioso, atesorado. Solamente puede crecer cuando se usa como capital, es decir, comprando medios de producción y fuerza de trabajo, obteniendo de esta manera una participación en las nuevas riquezas creadas por los trabajadores cada hora, cada día y durante todo el año.

Se trata de un verdadero círculo. El capitalista busca más y más ganancias, a fin de acumular más capital (medios de producción y fuerza de trabajo), con más capital obtiene más ganancias, con más ganancias acumula más capital, con más capital él puede, etc.

Ahora bien, la forma de aumentar las ganancias es conseguir que los trabajadores produzcan más mercaderías, cada vez más rápido, y cada vez a menores costos.

La idea no está mal, pero ¿cómo lo consiguen? Máquinas y "racionalización" es la respuesta. Mayor división de trabajo. Velocidad. Producción en masa. Mayor eficiencia en las fábricas. Más máquinas. Máquinas automáticas que permiten al trabajador producir tanto como media docena de obreros anteriormente, tanto como diez, veinte, cincuenta.

Los trabajadores que quedan "superfluos" por el uso de maquinarias, se convierten en el "ejército industrial de reserva", constituido por hombres a punto de morirse de hambre y que, por su misma existencia, ayudan a mantener bajos los salarios de aquellos que han tenido la suerte de mantener sus empleos.

Las máquinas crean no solamente una población "excedente" de trabajadores, sino que también transforman el carácter del trabajo. El trabajo no calificado, mal pagado, ante una máquina moderna funciona con la misma eficiencia que el trabajo calificado, mejor pagado, deprimiéndose el nivel de los salarios. Los niños pueden ocupar el lugar de los adultos en las fábricas; las mujeres pueden reemplazar a los hombres.

La competencia obliga a cada capitalista a buscar los medios a fin de producir las mercaderías más baratas que los demás. Mientras menor sea "el costo por unidad de trabajo", más posibilidades hay de sobrepasar a los competidores y seguir haciendo ganancias. Con la extensión del uso de la maquinaria, el capitalista está en condiciones de que los trabajadores produzcan más y más mercaderías, cada vez más rápidamente y a menores costos.

Pero las maquinarias nuevas y mejoradas que hacen posible esta situación cuestan sumas elevadas de dinero. Significan una producción en mayor escala que antes; significan fábricas cada vez más grandes. En otras palabras, significan la acumulación de más y más capital.

El capitalista no tiene posibilidad de elegir. Las ganancias más grandes son para los capitalistas que utilizan los métodos técnicos más avanzados y eficientes. De esta manera los capitalistas se ven obligados al mejoramiento de sus instalaciones. Pero estos mejoramientos requieren de más y más capital. Para permanecer dentro del mundo de los negocios, para afrontar la competencia de otros y preservar lo que tiene, el capitalista debe expandir constantemente su capital.

No solamente él desea más ganancias para acumular más capital y poder hacer mayores ganancias todavía, sino que él está forzado a hacerlo por la naturaleza misma del sistema.

 

4. — Los Monopolios

Uno de los mitos más grandes que se ha hecho tragar al pueblo chileno es la afirmación continuamente repetida de que nuestro sistema económico es uno de "libre empresa privada".

Esto no es efectivo. Solamente una muy pequeña parte de nuestro sistema económico es competitivo, libre, individualista. El resto —y con mucho la parte más importante— es exactamente lo contrario: está monopolizado, controlado por un puñado de empresas.

La competencia, de acuerdo con la teoría, era una cosa muy bonita. Pero pronto los capitalistas encontraron que la teoría no calzaba con la práctica. Encontraron que la competencia disminuía las ganancias, mientras que el acuerdo y la combinación las aumentaban. Si ellos estaban interesados en las ganancias máximas, entonces, ¿para qué competir? Era mucho mejor —desde su punto de vista— ponerse de acuerdo.

El sistema económico chileno está dominado por un puñado de grandes monopolios. Un par de empresas extranjeras domina la minería; una media docena domina la industria nacional; unos pocos terratenientes controlan la mayor parte de las tierras.

Mientras más desarrollado esté un país capitalista, más monopolizado estará su sistema económico. Los Estados Unidos, el país capitalista más avanzado, es el más dominado por los monopolios. Ahí, prácticamente, ninguna actividad se escapa al monopolio: el petróleo, el acero, azúcar, whisky, hierro, carbón, aviación, ferrocarriles, cigarrillos, barcos, etc.

Mediante la alianza del capital industrial y el financiero, las corporaciones han crecido tanto que la mayor parte de las industrias está bajo el control de un reducido grupo de empresas. Veamos algunos ejemplos de lo que pasa en los Estados Unidos.

Entre la General Motors, la Ford y la Chrysler producen nueve de cada diez autos fabricados en USA.

El 84 % de la producción de cigarrillos corresponde a la American Tobacco Company, R. J. Reynolds, Ligget & Myers y P. Lorillard, o sea, a cuatro empresas.

Cuatro compañías —la Goodyear, Firestone, US. Rubber y Goodrich— producen el 93 % de toda la producción de la industria del caucho y goma en los Estados Unidos.

Una sola empresa, la United States Shoe Machinery Co., controla el 95 % de toda la maquinaria de zapatería en los Estados Unidos.

Desgraciadamente, en nuestro país no tenemos estadísticas conocidas en cuanto al grado de conexión que han alcanzado los monopolios con los bancos, y el capital que ellos controlan.

El monopolio permite a los monopolistas alcanzar su propósito de hacer tremendas ganancias. Las industrias que tienen competencia hacen ganancias en los tiempos buenos, y tienen pérdidas en los tiempos malos. Pero con los monopolios la cosa es diferente —ellos tienen ganancias enormes en todo tiempo, sea que los tiempos sean buenos o malos. Y los monopolios extranjeros llevan el estandarte en esto de las ganancias.

Cuando surgen fuertes protestas por los abusos de los monopolios y del peligro que encierra el hecho de que la riqueza esté concentrada en tan pocas manos, no faltan los defensores de los grandes consorcios que niegan que el cuadro sea tan malo. Estos defensores dicen que si bien es cierto las utilidades son altas, ellas son distribuidas entre miles de accionistas. Sostienen que existe una distribución adecuada de las acciones y pretenden hacer creer que los verdaderos dueños de las empresas son miles de personas modestas que sólo tienen un par de acciones. Muchas personas se han tragado esta afirmación de la propaganda norteamericana. Aquí, nadie cree que el "pueblo" sea el dueño de las empresas, pero la propaganda trata de hacer creer que sí lo es en los Estados Unidos. Veamos lo que pasa en ese país.

El número de accionistas de una compañía puede, en verdad, ser muy grande. Pero esto no dice nada. Lo que es significativo es Cuántos tienen cuánto. Lo que tiene importancia es cómo se distribuyen las ganancias entre los accionistas. Y en tanto usted conoce las cifras, encuentra que "el pueblo", como un todo, participa de una microscópica parte de la industria norteamericana, mientras un puñado de grandes propietarios son los dueños efectivos de la industria y se llevan las colosales ganancias.

El presidente Roosevelt reconoció esta situación, en su mensaje al Congreso en 1938, cuando dijo:

"El año 1929 fue el año en que mejor distribuido estuvo el mercado de accionistas. Pero incluso en ese año, tres décimos de uno por ciento de la población recibió el 78 % de los dividendos percibidos por las personas. Esto es lo mismo que decir que por cada 300 personas de nuestra población, una percibió 78 centavos por cada dólar repartido en dividendos, mientras que las otras, 299, se dividieron entre ellas los 22 centavos restantes".

Y, desde 1929 hasta ahora, la riqueza ha seguido concentrándose, y nuevos y más gigantescos monopolios han surgido.

 

5. — La Distribución de la Renta

En el sistema capitalista, la mayor parte de la renta que se genera en el proceso productivo, va a parar a manos de los dueños de producción. En Chile, la desigualdad es tan grande, que más del 50 % de la renta nacional queda en manos de un muy reducido grupo de capitalistas y terratenientes. Aquí, nadie le creería a alguien que dijera que el pueblo está recibiendo una retribución justa, que le permite vivir decentemente. Pero con frecuencia se argumenta que esto se debe a que el país no está lo suficientemente desarrollado y que una vez que lo esté, el pueblo sí vivirá en mejores condiciones. Se pone como ejemplo de país donde el obrero vive bien, a los Estados Unidos. Se dice que debemos seguir el ejemplo de ese país.

No es efectivo que los norteamericanos vivan tan bien. La verdad es que mientras una minoría afortunada vive a todo lujo, la mayor parte vive modestamente. La verdad es que su "alto standard de vida" no pasa de ser un fetiche, que no tiene significación para una gruesa parte del pueblo norteamericano.

El presidente Roosevelt fue uno de los pocos que se atrevieron a romper con la sarta de mentiras acerca del alto nivel de vida del pueblo, cuando en su segundo discurso inaugural dijo: "Veo que un tercio de la nación está mal alojada, mal vestida y mal alimentada".

En los Estados Unidos, así como en los demás países capitalistas a lo largo de los años ha existido un continuo proceso de aumento de la producción de bienes y servicios. Muchas cosas útiles y prácticas están ahora al alcance del pueblo.

Sin embargo, la capacidad del pueblo para adquirir estas cosas no aumenta con la misma velocidad en que aumenta la producción. La proporción de la renta nacional que percibe el pueblo es muy pequeña, para permitir a todos comprar las cosas que harían más agradable la vida de los trabajadores.

Basta leer algunas estadísticas oficiales del gobierno de los Estados Unidos, para demostrar lo anterior. Por ejemplo, veamos lo que dice el Bureau of the Census (marzo 25 de 1952):

Renta de la Familia Número de la Familia
Menos de 1.000 dólares  4.600.000
2.000 a 2.999 5.200.000
3.000 a 3.999 7.100.000
4.000 a 4.999 8.200.000
5.000 a 5.999 3.600.000
6.000 a 6.999 2.100.000
10.000 y más . 2.300.000 1.300.000
   
TOTAL    34.400.000

Obsérvese que alrededor de 9.800.000 familias, o el 25 % del total, tenían rentas, en 1950, inferiores a 2.000 dólares al año. Esto significa que una de cada cuatro familias, en los Estados Unidos, ganaba menos de 40 dólares por semana y con ellos tenía que comer, vestirse y alojarse.

¿Cuánto es el mínimo que necesita una familia para vivir con un mínimo de decencia? Dejemos que conteste el propio gobierno de los Estados Unidos. El "Presupuesto Básico para Una Familia Obrera", publicado por el Bureau de Estadísticas del Trabajo, hacía la siguiente estimación para el mismo año 1950. El presupuesto mínimo iba de 3.933 dólares, en Milwaukee, a 3.453, en Nueva Orleans. Volvamos a mirar el cuadro de cifras mostrado anteriormente. Notaremos que más del 50 % de todas las familias de los Estados Unidos recibían rentas inferiores, insuficientes no solamente para comprar algunos artículos no suntuarios, sino que "para mantener en una ciudad a una familia obrera de cuatro personas, en un nivel de vida adecuado". La cosa se agrava mucho más en el caso de las personas de raza negra, que ganan salarios miserables.

Es cierto que los obreros de los Estados Unidos viven mejor que los chilenos, como también es cierto que los chilenos viven menor que los obreros bolivianos. Pero en un caso significa, no que los obreros norteamericanos vivan bien, sino que nosotros estamos muy mal; y en el otro caso, no significa que los obreros chilenos vivan bien, sino que los trabajadores bolivianos están en una situación todavía peor que la nuestra. Y ciertamente estaría engañando a su pueblo el dirigente boliviano que dijera que Chile es el paraíso de los trabajadores.

6. — Crisis y Estagnamiento

Las cifras respecto de la distribución (o mejor dicho, la mala distribución) de la renta revelan una de las debilidades básicas del sistema capitalista en su aspecto económico.

La renta que percibe la masa del pueblo es, por regla general, demasiado pequeña para consumir la producción corriente de la industria, y mucho menos permite la ampliación del mercado interno.

La renta de la clase rica es, por regla general, demasiado grande como para hacer inversiones productivas en un mercado tan limitado por la pobreza de los muchos.

El grueso de la población querría comprar más cosas y dar utilización a la capacidad ociosa de las industrias; pero no tiene el dinero suficiente. Los pocos que tienen el dinero, tienen tanto, que no hallan en qué gastarlo.

Existe mercado interno para una producción en términos de necesidades de los trabajadores; no existe en términos de capacidad de éstos para comprar los bienes que necesitan.

El resultado de esta situación son el estagnamiento y las depresiones periódicas del sistema.

Para retener la ganancia máxima, el capitalista paga tan poco como le sea posible, a sus trabajadores.

Para vender el máximo y seguir aumentando la producción, el capitalista debería pagar el máximo a los trabajadores.

El capitalista no puede hacer ambas cosas.

Bajos salarios para tener altas ganancias; pero, al mismo tiempo, para el sistema capitalista como un todo, los bajos salarios impiden la realización de las ganancias al reducirse la demanda por bienes.

La contradicción es insoluble.

Dentro del marco del sistema capitalista, no existe ninguna salida. El estagnamiento y la depresión estarán siempre con nosotros.

Después de la gran crisis de los años 30, pareció que el capitalismo había agotado, para siempre, su capacidad de expansión. De aquí que las preocupaciones de sus defensores estuvieran centradas en mantener la presión en un mínimo y hacerla tolerable al pueblo.

Pero los paliativos inventados por los economistas burgueses no funcionaron. La gente quería trabajo y las posibilidades del sistema de darlo eran muy remotas. De acuerdo con J. M. Keynes, el famoso economista burgués contemporáneo, "La evidencia indica que la ocupación plena, o siquiera aproximadamente plena, es de ocurrencia muy rara y de corta vida".

Pero la gente buscaba trabajo y el sistema, si quería sobrevivir, tenía que dárselo. Había una sola forma en que el sistema capitalista podía proveer trabajo. Una, bajo la cual los paralizantes defectos del capitalismo —el subconsumo al lado de la sobreproducción-podían superarse. Había un remedio para la fatal enfermedad del capitalismo, de las crisis y el estagnamiento.

La guerra.

Después de la crisis de los años 30, se ha hecho evidente que la guerra y la preparación para la guerra, solamente, permitían al capitalismo internacional, funcionar de manera de proporcionar trabajo suficiente a los hombres, utilizar las maquinarias y materiales.

 

7. — El Imperialismo y la Guerra

En las potencias capitalistas avanzadas el desarrollo de la gran industria monopolística trajo consigo una expansión muy grande de las fuerzas productivas. La capacidad de los industriales para producir mercaderías, crecía más rápidamente que la capacidad de sus conciudadanos para consumir la producción.

Esto significó que los industriales tuvieran que vender sus bienes fuera de su mercado interno. Estaban obligados a encontrar mercados extranjeros que absorbieran los excedentes de manufacturas.

¿Dónde encontrarlos?

Había una respuesta: las colonias y países dependientes.

La necesidad de encontrar mercados para los excedentes de manufacturas era solamente una parte de la presión sobre las colonias y países atrasados. La producción en masa, en gran escala, necesita de grandes abastecimientos de materias primas. El caucho, petróleo, salitre, cobre, estaño, níquel, todas éstas y muchas otras más, eran materias primas necesarias a los monopolios de las grandes potencias capitalistas. Los monopolios buscaban adueñarse o controlar las fuentes de estas materias primas tan necesarias. Este fue el segundo factor en el desarrollo del imperialismo.

Pero más importante que cualquiera de estas presiones fue la necesidad de encontrar un mercado para otro excedente —el excedente de capital—.

Esta fue la causa principal del imperialismo.

La industria monopolista trajo inmensas ganancias a sus dueños. Superganancias. Más dinero del que sus dueños sabían hacer con él. Más dinero del que podían gastar. Más dinero del que podían invertir en su propio país y obtener una buena ganancia. Una sobreacumulación de capital.

Esta alianza de la industria y la finanza, que busca ganancias en los mercados externos colocando manufacturas y capital excedentes, fue la fuente del imperialismo. El economista inglés J. A. Hobson, ya en el año 1902, dijo en su libro sobre este tema: "El imperialismo es el esfuerzo de los grandes consorcios industriales para ampliar los canales para sus excedentes de riqueza, mediante la búsqueda de mercados extranjeros y las inversiones en el extranjero, llevando las mercaderías y el capital que no tienen venta o utilización en casa". V. I. Lenin, el genial continuador de la doctrina de Marx y Engels, desarrolló la interpretación marxista del imperialismo en su libro "El imperialismo, fase superior del capitalismo".

El trato a que son sometidos los pueblos coloniales y los países dependientes varía de tiempo en tiempo y de lugar en lugar. Pero las atrocidades del imperialismo fueron y son generales —y ninguna nación imperialista tiene limpias sus manos—. Un escritor no marxista, Leonard Woolf, refiriéndose a las naciones europeas, decía: "Así como en los países de Europa han aparecido, en los últimos cien años, clases sociales claramente definidas, los capitalistas y los obreros, los explotadores y los explotados, así también en la sociedad internacional han aparecido clases claramente definidas, las potencias occidentales europeas y las razas oprimidas de Africa y Oriente: la una dirigiendo y explotando; la otra, dirigida y explotada".

Se dice que los Estados Unidos, por el hecho de no tener grandes colonias, no ha sido y no es una potencia imperialista. Esto no es efectivo. Los Estados Unidos han sido y son tan imperialistas como las potencias europeas. La política gubernativa, el dinero de las arcas fiscales, y la fuerza del gobierno norteamericano, han sido siempre usados para defender las ganancias y las inversiones de los grupos monopolistas. Hasta el propio presidente Taft tuvo que reconocer la estrecha connivencia que existía entre los monopolios capitalistas y la política gubernativa: "Aun cuando es conveniente que nuestra política exterior no se separe del recto camino de la justicia, puede ser muy necesario que ella esté revestida de una activa intervención, a fin de asegurar a nuestros negociantes y capitalistas, las oportunidades de inversiones jugosas".

Durante todo el siglo veinte, en cada gran potencia industrial el monopolio capitalista siguió desarrollándose, y junto con él creció el problema de qué hacer con los excedentes de capital y de mercaderías. Cuando los distintos gigantes que controlan sus propios mercados nacionales se enfrentaron en los mercados internacionales, hubo, en un comienzo, competencia —larga, dura y amarga—. Enseguida vinieron los acuerdos, las asociaciones, los carteles, en escala internacional.

Con estas grandes asociaciones internacionales que pactaban acuerdos para repartirse el mercado mundial, parecería que la competencia aflojaría y se entraría en un largo período de paz. Pero esto no sucedió, porque las relaciones de fuerza entre las potencias y los monopolios cambian constantemente. Algunas compañías siguieron creciendo cada vez más poderosas, mientras que otras declinaban. Lo que en un principio fue un reparto aceptable, se transformó, después, en algo inaceptable. Comenzó el descontento en los grupos poderosos y la lucha por una cuota mayor. Cada gobierno se aferró a la defensa de los monopolios de su país. El resultado inevitable fue la guerra.

El imperialismo conduce a la guerra. Pero la guerra no resuelve nada permanente. Los problemas que no pueden resolverse en negociaciones, en torno a una mesa de discusión, no desaparecen tampoco aun cuando la negociación sea hecha con altos explosivos, con bombas atómicas, con cadáveres y con cuerpos mutilados.

Mientras perdure el imperialismo, éste estará preocupado de buscar, a cualquier precio, mercados para sus excedentes de manufacturas y capital. Y el peligro de un desastre bélico no terminará completamente hasta que el imperialismo no sea reducido a la impotencia por la lucha activa de los trabajadores por el socialismo y la paz entre los pueblos.

 

8. — El Estado

La propiedad privada de los medios de producción es una clase muy especial de propiedad. Entrega a la clase poseedora, el poder sobre la clase desposeída. Permite a sus dueños, no solamente vivir sin trabajar, sino también pueden determinar si los obreros trabajarán o no, y bajo qué condiciones. Se establece una relación de amo a sirviente, con la clase capitalista en la posición de dar órdenes, y la clase trabajadora en la posición de recibir y obedecer.

Es muy comprensible, entonces, que exista un perpetuo conflicto entre las dos clases.

La clase capitalista, a través de su explotación de la clase trabajadora, es graciosamente recompensada con riquezas, poder y prestigio, mientras la clase trabajadora es pagada con la inseguridad, la pobreza y miserables condiciones de vida.

Ahora, es evidente que tiene que haber alguna forma mediante la cual este esquema de relaciones de propiedad —tan ventajoso para unos pocos y tan desventajoso para los muchos— es mantenido. Tiene que existir alguna institución con el poder suficiente dentro del sistema social, capaz de preservar el dominio de la minoría rica sobre la mayoría pobre.

Existe tal institución. Es el Estado.

Es la función del Estado proteger y preservar las relaciones de propiedad existentes, que permiten a la clase capitalista dominar a la clase trabajadora.

Es la función del Estado sostener el sistema de opresión de una clase sobre otra.

En el conflicto entre aquellos que poseen los medios de producción y los desposeídos, los primeros encuentran en el Estado el arma indispensable contra los segundos.

La clase dirigente pretende hacer creer a la gente, que el Estado está sobre las clases —que el gobierno representa a todo el pueblo, al rico como al pobre, al grande como al chico—. Pero, puesto que la sociedad capitalista está basada en la propiedad privada, se deduce que cualquier ataque contra la propiedad privada encontrará la resistencia del Estado, el que recurrirá a la violencia, si es necesario.

Por lo tanto, mientras existan las clases, el Estado no puede estar sobre las clases —tiene que estar siempre del lado de la clase dirigente—. Que el Estado es un arma de la clase dirigente es tan claro, que Adam Smith, el famoso economista del liberalismo, lo entendía perfectamente ya en 1776, en su famoso libro "La Riqueza de las Naciones". Smith escribió: "El gobierno civil, en tanto es instituido para proteger la propiedad, es en verdad instituido para defender al rico contra el pobre, para servir a aquellos que tienen propiedades, contra aquellos que no tienen nada".

La clase que domina económicamente —la que posee los medios de producción— es también la que domina políticamente.

Es efectivo que en una democracia como la chilena, el pueblo vota por sus respectivos candidatos para que vayan al gobierno. Pero esta libertad se reduce en gran parte a elegir a los representantes de los partidos Conservador, Liberal y otros que están por la defensa de las relaciones de propiedad existentes. Solamente una pequeña parte del pueblo participa en las elecciones. Quedan afuera, los analfabetos, que suman cientos de miles, los miembros de las fuerzas armadas y carabineros, etc. Y, cuando, a pesar de todo, los partidos políticos de la clase trabajadora han recibido una gran votación, se les elimina a sus militantes el derecho a elegir y ser elegidos, o se les escamotea sus diputados.

La clase dirigente hace todo lo posible para que usted pueda votar solamente por los representantes patronales. Y en lo que va corrido de la historia independiente de Chile, siempre hemos tenido en las posiciones claves del gobierno a representantes patronales. Siempre la clase dirigente ha tenido en sus manos el gobierno. Todos los gobiernos que hemos tenido han diferido muy poco en su actitud básica hacia el sistema de relaciones derivado de la propiedad privada. Claro es que existen diferencias de detalle. Un partido o persona opina esto; el otro, aquello, pero nunca ha existido divergencia en cuestiones fundamentales.

La libertad de elección que hemos tenido hasta la fecha, ha sido principalmente la libertad de elegir qué representante particular de la clase capitalista nos confeccionará las leyes en el Congreso, o quién defenderá desde la Presidencia de la República los intereses de la clase capitalista.

La ligazón que existe entre los hombres que hacen las leyes y los hombres cuyos intereses sirven estas leyes, es tan estrecha, que no cabe ninguna duda acerca de la relación entre el Estado y la clase dirigente. Y esto, no solamente en Chile.

En los Estados Unidos, que tanto se jacta de su democracia, las leyes y el gobierno sirven también primordialmente a la clase capitalista. Uno de los más grandes Presidentes que ha tenido ese país, Woodrow Wilson, dice algunas cosas que sirven para disipar la idea de que la clase que dirige económicamente no es también la que dirige políticamente.

"Supongamos que Ud. vaya a Washington y trate de hacerse oír por el gobierno. Siempre se encontrará Ud. con que, mientras es diplomáticamente escuchado, los hombres con que realmente está hablando son los representantes de los grandes banqueros, los grandes industriales, los grandes amos del comercio, los jefes de las corporaciones ferroviarias y de las compañías de navegación... Los amos del gobierno de los Estados Unidos son el conjunto de grandes capitalistas e industriales de los Estados Unidos".

Esta declaración, muy reveladora, fue publicada en 1913 en un libro de Woodrow Wilson. Y el autor estaba en condiciones de saber lo que decía. En ese momento era el Presidente de los Estados Unidos.

Surge la pregunta: Si la maquinaria del Estado es controlada por la clase capitalista y funciona en su propio interés, entonces ¿cómo es que sucede que de cuando en cuando se promulguen leyes que benefician algo al pueblo y limitan el poder de los capitalistas?

Eso pasó, por ejemplo, durante la administración de Pedro Aguirre Cerda. ¿Por qué?

El Estado suele actuar en favor de los humildes y en contra de los propietarios, cuando es forzado a hacerlo. Cederá en este u otro punto particular en conflicto, debido a que la presión de la clase trabajadora es tan grande, que se ve obligado a hacer concesiones, so pena de que la "ley y el orden" corran peligro, o, peor todavía (desde el punto de vista de la clase dirigente), que estalle un movimiento revolucionario. Pero la cuestión fundamental que hay que recordar es que las concesiones logradas en esos períodos, se hacen dentro del sistema de relaciones de propiedad vigentes. El marco del sistema capitalista mismo queda intacto. Es solamente dentro de ese marco donde se hacen concesiones. El objetivo de la clase dirigente es ceder en alguna parte, a fin de salvar el todo.

Todos los avances que la clase trabajadora consiguió durante la administración de Aguirre Cerda —y no deben subestimarse—, no cambiaron el sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción. No significaron el predominio de la clase trabajadora sobre la clase explotadora. Cuando murió Aguirre Cerda, los grandes capitalistas y terratenientes permanecían en sus posiciones acostumbradas y los trabajadores en las suyas.

Puesto que el Estado es el instrumento a través del cual una clase establece y mantiene su dominio sobre la otra clase, no puede existir una libertad verdadera para la mayoría oprimida.

Puede concederse un mayor o menor grado de libertad —depende de las circunstancias—, pero en último análisis las palabras "libertad" y "Estado" no pueden ser asociadas en una sociedad dividida en clases.

El Estado existe para imponer las decisiones de la clase que controla el gobierno. En la sociedad capitalista el Estado impone las decisiones de la clase capitalista. Estas decisiones están dirigidas a mantener el sistema capitalista en el cual la clase trabajadora debe trabajar para servir a los dueños de los medios de producción.

 

Segunda Parte

LA ACUSACION SOCIALISTA DEL CAPITALISMO

9. — El Capitalismo es Destructivo e Ineficiente

El aumento de la potencia del hombre para producir debería haber resultado en la abolición de las privaciones y de la miseria. Pero no ha sido ése el resultado, ni siquiera en los Estados Unidos, el país capitalista más avanzado y rico del mundo.

En los Estados Unidos, así como en cualquier otro país capitalista, incluido, naturalmente, Chile, existe hambre en medio de la abundancia; pobreza extrema en medio de la riqueza.

Tiene que existir algo fundamentalmente malo en un sistema económico caracterizado por tales contradicciones.

Efectivamente, algo anda mal. El sistema capitalista es ineficiente y destructivo, irracional e injusto.

Es ineficiente y destructivo porque aun en aquellos años en que funciona en su mejor forma, una cuarta parte de su mecanismo productivo permanece ocioso.

Es ineficiente y destructivo porque periódicamente está en crisis, en inflación o en deflación. Y cuando llega la crisis, no ya un cuarto, sino más de la mitad de la capacidad productiva se paraliza. Las personas adultas recuerdan la crisis de 1930, en que la miseria más espantosa se paseaba por el país. Todos estamos familiarizados con la inflación y con la cesantía periódica.

El sistema capitalista es ineficiente y destructivo porque es incapaz de dar trabajo útil a todos los hombres y mujeres que lo desean, en tanto que, al mismo tiempo, permite que miles de personas, física y mentalmente sanas, vivan sin haber trabajado jamás. Es incapaz de desarrollar los recursos del país, aprovechando la totalidad del potencial humano; es incapaz de resolver la contradicción de que en tanto existen tierras ociosas, existen campesinos sin tierras.

Es ineficiente y destructivo porque ocupa un exceso de vendedores, distribuidores, agentes aseguradores y así, por el estilo, que no trabajan en un proceso productivo y distributivo sano, sino en una competencia y riña insana para que algunos compren el dentífrico A en lugar del B, para que compren este jabón en lugar de aquel.

Es ineficiente y destructivo porque destina muchos hombres y materiales a la producción de los más extravagantes bienes de lujo, al mismo tiempo que no produce los bienes más elementales para la vida del pueblo.

Es ineficiente y destructivo porque en su delirio por aumentar los precios y las ganancias, en lugar de satisfacer las necesidades humanas, permite la destrucción deliberada de las cosechas y de los bienes en general.

Por último, es ineficiente y destructivo, porque periódicamente conduce a las guerras implacables que destruyen todo el trabajo de millones de obreros, así como la vida misma del hombre.

Esta ineficiencia y destrucción no es un mero desliz que pueda corregirse, sino que forma parte de la naturaleza del sistema capitalista, que no terminará sino cuando el sistema capitalista sea abolido en toda la tierra.

Mientras más desarrollado se encuentre un país capitalista, más se acentúan los males señalados. Durante la depresión del año 1930 hubo momentos, en los Estados Unidos, en que más de 15 millones de hombres estaban cesantes; querían trabajar y no encontraban dónde o se morían de hambre o iban de casa en casa pidiendo limosna, o hacían cualquier cosa para sobrevivir. Hombres, mujeres y niños, en todas las ciudades, formaban enormes colas en las panaderías.

Al mismo tiempo que estos millones de desdichados seres humanos necesitaban urgentemente una oportunidad para ganarse lo indispensable para vivir, otros hombres y mujeres, mejor colocados, que nunca habían trabajado antes, ni querían hacerlo, vivían en el confort y el lujo, aprovechándose de su propiedad sobre los medios de producción. Podían vivir en una vergonzosa ociosidad porque el sistema capitalista estaba hecho para permitirles a ellos recibir una renta de sus fábricas que ni siquiera conocían. La pobreza de los muchos que querían trabajar y no podían, se hacía todavía más humillante, porque las riquezas de los pocos se estaban ganando sin trabajar.

Cuando el sistema capitalista se ve enfrentado a estas crisis profundas, saca a relucir su conocido plan para resolver el problema.

El problema consiste en la miseria dentro de la abundancia. El plan capitalista consiste en abolir la abundancia.

A las papas se les arrojó parafina, a fin de inutilizarlas para el consumo humano; en el Brasil, la cosecha de café se quemó en las locomotoras; en otras partes, la leche se echó a los ríos, la fruta se dejó podrir en los árboles.

Esta aparente insanidad no es cosa tan de locos como a primera vista parece, por lo menos en el sistema capitalista. En una economía que no tiene la más mínima preocupación de alimentar al pueblo, las papas, el café, la leche, la fruta que el pueblo necesita; en una economía preocupada solamente de elevar al máximo los precios y las ganancias, la restricción de la oferta suele ser el mejor medio de conseguirlo.

Pero el derroche más grande del capitalismo es la guerra.

Debido a que la economía capitalista funciona muy dificultosamente en condiciones pacíficas, los capitalistas consiguen reavivar la actividad mediante el armamentismo y la guerra. En la guerra, y solamente en la guerra, consigue el capitalismo darles trabajo a sus millones de cesantes, utilizar las máquinas, los materiales, hacer trabajar a todo vapor a la economía.

¿Pero cuál es el precio de esta actividad? La destrucción más espantosa. La destrucción de las esperanzas y sueños de millones de seres humanos; la destrucción de miles de escuelas, hospitales, ferrocarriles, puentes, puertos, minas, plantas eléctricas; destrucción de miles de kilómetros cuadrados de cosechas y bosques.

Es imposible contar las agonías de los heridos, los sufrimientos de los mutilados e inválidos. Pero sabemos algo respecto al costo monetario de la guerra. Podemos calcular el monto de la destrucción en términos de dólares y pesos. Las cifras indican, fuera de toda duda, que el despilfarro más grande del sistema capitalista es la guerra.

La primera guerra mundial costó 200 mil millones de dólares "...lo suficiente para haberle regalado una buena casa habitación y un pedazo de terreno a cada familia de los Estados Unidos, de Inglaterra, Bélgica, Francia, Austria, Hungría, Alemania e Italia", "...con ese dinero habríamos tenido para financiar todos los hospitales de Estados Unidos por 200 años. Podríamos haber financiado todas las escuelas públicas de los Estados Unidos, por 80 años...".

La segunda guerra mundial le costó a la humanidad más de un billón de dólares, más de cinco veces el costo de la primera gran guerra.

Los diez últimos años, la satánica euforia armamentista en los Estados Unidos, han costado al pueblo norteamericano, solamente, más de 300 mil millones de dólares.

De ninguna otra manera puede ilustrarse mejor el despilfarro gigantesco del sistema capitalista que en la guerra y el armamentismo.

 

10. — El Capitalismo es Irracional

El sistema capitalista es irracional. Se basa en la premisa que el interés de los capitalistas es el interés de la Nación; que basta dejar libres a los individuos para que extraigan las ganancias máximas, para que toda la sociedad esté mejor; que la mejor forma de hacer las cosas es dar mano libre a los capitalistas para que hagan tantas ganancias como sea posible, y que, como subproducto del proceso de hacer cosas, las necesidades serán satisfechas.

Esta proposición es definitivamente inexacta. A medida que los monopolios empiezan a dominar la economía, reemplazando toda suerte de competencia, la afirmación es menos y menos verdadera. Los intereses de la empresa capitalista pueden o no coincidir con los intereses de la sociedad. Como regla general, con frecuencia están en pugna.

El sistema capitalista es irracional, porque en lugar de basar la producción en las necesidades de todos, basa la producción en el afán de lucro de unos pocos.

El sistema capitalista es irracional, porque en lugar de aplicar el sentido común ligando directamente la producción a las necesidades, usa el método indirecto de ligar la producción a la ganancia, en la vaga esperanza de que en algún punto coinciden las necesidades con la producción.

Es tan ilógico y absurdo como ir de Santiago a Puerto Mont dirigiéndose primero a Antofagasta, en lugar de tomar el tren directo al Sur.

Todavía más, surge una cuestión muy seria, que impide la convivencia democrática, debido a que un puñado de monopolios tiene en sus manos el poder de decidir, completamente por cuenta propia, y en su propio interés, si las necesidades de la Nación han de ser satisfechas y a qué precio. No tiene nada de exagerado decir que en un país donde el pueblo no controla la economía en su propio interés, la democracia económica es suplantada por la dictadura económica.

Esta dictadura económica, tan peligrosa para el bienestar del país, se acentúa mucho más en tiempos en que arrecian las dificultades económicas. Sin ninguna consideración por la suerte del país, los dictadores económicos insisten en entregar las riquezas del país a los monopolios extranjeros y en saquear al máximo las fuerzas de trabajo del asalariado. Cuando se acerca la crisis, los monopolios se resisten a producir, al menos, en los términos que ellos impongan. Ellos controlan los recursos naturales, el dinero, ocupan todas las posiciones estratégicas en la estructura económica, son dueños de las fábricas y equipos.

La misma irracionalidad del sistema se ve en otros aspectos.

Todos los años los bosques del Sur se incendian, destruyéndose millones de pesos en riquezas nacionales. Pero los incendios siguen año tras año. Es claro que los intereses de los incendiarios no son los mismos que los intereses del país.

En ninguna forma se observa mejor la irracionalidad del sistema que en la falta de un plan. Dentro de una empresa existe un sistema, organización, planificación; pero en las relaciones de esta empresa con otra no existe ningún sistema, ninguna organización, ninguna planificación, sino que simplemente la anarquía.

El bienestar de la Nación puede alcanzarse mejor, nos aseguran los monopolistas, no mediante una cuidadosa planificación para este fin sino que permitiendo a los capitalistas individuales decir qué les conviene más, en la esperanza de que la suma de todas estas decisiones individuales traerá el bien a la comunidad.

Esto, sencillamente, no convence a nadie.

El sistema capitalista es también irracional, por cuanto significa la división de la sociedad en clases antagónicas. En lugar de "una nación, indivisible, con libertad y justicia para todos", el capitalismo, por su naturaleza misma, crea dos naciones, divisibles, con libertad y justicia para una clase y opresión e injusticia para la otra. En lugar de una comunidad unificada, con todo el pueblo viviendo en hermandad y en amistad, el sistema capitalista provoca una comunidad desunida, con una clase que trabaja y otra clase rica, cada una combatiendo a la otra por una mayor participación en la renta nacional.

La renta de la clase rica, las ganancias, se miran como una cosa buena, puesto que el propósito de la industria es hacer ganancias; la renta de la clase trabajadora, los salarios, se mira como una cosa mala, por cuanto recortan las ganancias. Pese a la palabrería acerca de la "teoría de los salarios altos", ese es el quid del asunto. Las ganancias son consideradas como un positivo bien y deben agrandarse hasta donde se pueda; los salarios son considerados como un mal que hay que reducirlo al mínimo, a fin de bajar los costos.

La insuficiencia del poder de compra de los trabajadores, resultante de lo anterior, lleva al estagnamiento y a la crisis. Puede haber producción, pero no hay quien la compre. ¿Puede un sistema económico ser más ilógico?

Otra irracionalidad que surge del apetito de ganancia, como la fuerza motriz del desarrollo capitalista, es el trastoque de los valores por los cuales vive el hombre.

¿Cuál es la guía para conducirse en la sociedad capitalista? Depende.

En el mundo de los negocios, impera la dura ley del dinero, nada de contemplaciones cristianas con el vecino; la negociación astuta y envenenada, poner al rival contra la pared y golpearlo hasta aplastarlo; no importa nada cómo consiguió Ud. la riqueza, eso se olvida pronto —la cuestión es que mientras más riqueza tenga Ud., más hombre de éxito será considerado.

En el mundo de la familia y las amistades, en el mundo de la religión, prevalecen otros estándares. En lugar de competencia y lucha implacable, se habla de cooperación; en lugar del odio, el amor; en lugar de agarrar cuanto se pueda para uno mismo, se habla de servir a los demás; en lugar de encaramarse sobre las espaldas de otro para surgir, se dice que hay que ayudar al colega; en vez de la pregunta ¿cuánto me tocará a mí, se recomienda preguntar ¿tendrán lo suficiente los otros?; en lugar de la codicia de riqueza, se sermonea con servir a los demás.

Dos escalas de valores. Una para los negocios, para la vida práctica. Otra para la vida privada, para las sobremesas. Tan diferentes una de otra, como el día de la noche. Esta es la profunda hipocresía de la sociedad capitalista.

 

11. — El Capitalismo es Injusto

El sistema capitalista es injusto.

Y tiene que ser injusto porque su piedra fundamental es la desigualdad.

Las mejores cosas para la vida que se producen todos los días, en este país, forman una corriente permanente que va a parar a manos de una clase reducida, rica y privilegiada; pero el fantasma de la cesantía, la pobreza degradante, la desigualdad de oportunidades son para la clase pobre, la más numerosa, la que no tiene privilegios.

Este es un resultado de la propiedad privada de los medios de producción —la base del sistema capitalista. Otro resultado importante es la desigualdad de libertad personal entre aquellos que poseen medios de producción y los que no los tienen.

El trabajador, en teoría, es una persona "libre" que puede hacer lo que se le venga en gana. En la práctica sin embargo, esta libertad está severamente limitada. El trabajador es libre solamente para aceptar los términos opresivos que le ofrece el patrón —si no los acepta, se muere de hambre.

Esto pasa no solamente aquí en Chile. Lo mismo ocurre en todos los países capitalistas, inclusive en los Estados Unidos, pese a todas las mentiras de la propaganda.

La estructura del sistema capitalista es tal, que siempre la mayoría del pueblo se encuentra en un estado indigente, necesitado, y por lo tanto no son libres. Los obreros poseen solamente sus dos manos. Deben comer hoy día con lo que ganaron ayer; antes de los cuarenta años son considerados "demasiado viejos" para trabajar en las mejores industrias; los trabajadores están siempre sujetos a la angustia de perder el empleo.

Otra injusticia del sistema capitalista es que él tolera la existencia de una clase parasitaria que, lejos de estar avergonzada de vivir sin trabajar, se enorgullece de ello. Los defensores del sistema capitalista argumentan que aun cuando estos parásitos están ociosos, su dinero no lo está —y que la ganancia que extraen del obrero no es más que la recompensa "por el riesgo" de ese capital. Muy bien.

Pero mientras los parásitos arriesgan su dinero, los trabajadores arriesgan su vida.

¿Cuál es la magnitud de los riesgos a que están expuestos los trabajadores? Las cifras son en verdad escalofriantes. No pasa una hora sin que un trabajador chileno no caiga herido, inválido o muerto, todos los días del año, todas las semanas, todos los meses.

¿Y cuál es la recompensa que recibe el trabajador por los riesgos a que se expone?

Basta un ejemplo sencillo para aclarar el asunto. Mientras el presidente de una Cía., cualquiera, gana más de dos mil escudos mensuales, para no hacer absolutamente nada, y sin estar sometido a ningún riesgo, un obrero de la misma compañía, con años de trabajo, no llega a los cien escudos. Le toma al obrero un año y ocho meses ganar lo que el presidente gana en un mes.

Pero el presidente de la Compañía tiene, por lo menos el mérito de ir a la oficina, aunque sea como figura decorativa. Por lo menos pronuncia discursos. Pero, ¿qué pasa con aquellos que heredan una fortuna y jamás tienen necesidad de trabajar?

Es necesario tener claridad respecto a la significación de la herencia en el sistema capitalista. Cuando un hombre hereda cien millones de pesos, éstos no significan una simple suma de dinero de la cual se va sacando todos los días hasta que no queda nada. De ninguna manera es éste el significado.

Supongamos, por ejemplo, que la herencia la recibe una persona en forma de un fundo. Los fundos se arriendan, digamos, por una renta igual al quince por ciento de su valor total. Esta significa que por el simple hecho de recibir una herencia de cien millones, una persona puede tener una renta de quince millones de pesos por año. Y esto sin hacer absolutamente nada, excepto recibir todos los años el dinero del arrendatario.

En otras palabras, de la riqueza que se produce en el país año tras año, hay que separar 15 millones de pesos para los bolsillos del heredero del fundo. Este gasta 15 millones este año, 15 millones el año siguiente y el subsiguiente. Cuando llega a viejo, muere, y su hijo hereda nuevamente el fundo. El hijo recibe 15 millones todos los años, y los gasta. Hasta que muere, y deja el fundo a su hijo . . . y así sucesivamente. ¡Y después de generaciones de estar gastando 15 millones cada año, la fortuna todavía está intacta! ¿Quién puede comerse la torta sin que se le acabe? Ya lo sabe usted.

Ni el hombre que heredó el fundo, ni su hijo, nieto o biznieto han tenido necesidad de trabajar el suelo. La propiedad de los medios de producción —en este caso la tierra—, los ha convertido en parásitos, que viven del trabajo de los demás.

Otra injusticia grosera del sistema capitalista es la desigualdad de oportunidades.

Un niño nace en la modesta casa de un obrero que gana, digamos 700 pesos diarios, y al mismo tiempo, en el mismo día, nace otro niño en la casa de un millonario. ¿Tienen los dos niños los mismos derechos y oportunidades? ¿Es de la misma calidad el alimento, la ropa, la habitación de uno y otro? ¿Es similar el cuidado médico, la recreación y la educación que reciben?

No sirve de nada responder que Chile es un país de oportunidades para todos, y que el hijo del trabajador puede surgir por su cuenta. La habilidad e inteligencia ayudan algo; la posición social, la cuna, la riqueza, es lo decisivo. Esto no quiere decir que con habilidad, energía y buena suerte el niño pobre no pueda llegar a ser rico. Puede. Pero las posibilidades para los pobres, como clase, de ser más de lo que son hoy día, de elevarse socialmente, fueron siempre muy precarias, y van disminuyendo día tras día.

Donde faltan oportunidades, no es suficiente tener habilidad. Y nadie duda que faltan oportunidades.

Por ejemplo, una de las oportunidades es la educación. Pero, igualdad de oportunidades de educarse no existen en Chile. Cientos de miles de niños están condenados a la ignorancia todos los años. Otros cientos de miles apenas llegan a las primeras letras.

De la desigualdad de oportunidades económicas, mejor no hablar.

En un sistema donde el motivo principal de la producción de bienes es obtener ganancias, es inevitable que la ganancia sea considerada lo más importante. Más importante que la vida. Y, efectivamente, es así. Los mineros del carbón saben perfectamente que es así. Los obreros del cobre y del salitre lo saben desde hace largos años. Los obreros de la construcción, también. Todos lo saben. Lo mismo pasa en todos los países capitalistas, inclusive en Estados Unidos, pese a la propaganda. Aquí tenemos un ejemplo tomado al azar:

El 25 de marzo de 1947 hubo una explosión en la mina de carbón Centraba, en los Estados Unidos, en la cual murieron 111 obreros. Estos obreros no tenían por qué morir. Los administradores de la mina sabían que había peligro, por cuanto los inspectores federales y estatales escribieron un informe, advirtiendo a la gerencia de la empresa. El Gobernador del Estado de Illinois, sabía que existía peligro en la mina.

Y el Gobernador Dwight Green lo sabía, porque el 9 de marzo de 1949 recibió una carta de los dirigentes del Sindicato Unido de Trabajadores Mineros, Local Nº 52, en que, a pedido de los mineros se escribía. "... Gobernador Green, este es un llamado de auxilio que hacemos a usted, para que por favor salve nuestras vidas, para que obligue a la empresa a poner en práctica las leyes en la Mina Nº 5, de la Centraba Coal Co. .. . antes que tengamos una explosión de gas en esta mina, como la que acaba de suceder en Kentucky y en West Virginia

Un año más tarde, tres de los cuatro hombres que firmaron la carta estaban muertos —muertos en la misma explosión de la cual habían rogado al Gobernador que los salvara.

Un comité de investigación gubernativo —naturalmente después de la explosión— le preguntó al gerente de la mina, William H. Brown, por qué no habían instalado un sistema de aspersión.

Brown respondió: "Sinceramente creíamos que el sistema no resultaba económico para nuestra mina".

—¿Quiere decir usted que no quisieron incurrir en mayores gastos?

—Precisamente eso —respondió Brown, el representante de los patrones.

Dólares versus vidas ... y los dólares se impusieron . ..

 

12. — El Capitalismo está en su Ocaso

El sistema capitalista no solamente es ineficiente y destructivo, irracional e injusto; como sistema mundial, ha entrado en un período de bancarrota.

En los tiempos de crisis, el colapso del sistema alcanzó un punto tal, que en lugar de ser la sociedad y sus trabajadores alimentados, vestidos y alojados, es la misma sociedad la que debe asumir la carga de alimentar, vestir y alojar a los cesantes, mediante sistemas de subsidios, auxilios, etc.

Si fuera solamente en tiempos de crisis que el sistema frena el aumento de la producción, entonces alguien podría decir que el desarrollo de las fuerzas productivas está trabado sólo temporalmente y no permanentemente. Sin embargo, no sólo en la depresión el capitalismo es incapaz de aprovechar la capacidad productiva. Bajo las actuales condiciones económicas, la industria chilena trabaja normalmente con más de un tercio de su capacidad ociosa, y el caso es mucho más acentuado en el campo, donde apenas se explota una mínima parte de los terrenos cultivables.

No obstante las grandes matanzas de seres humanos y las vastas pérdidas económicas que traen las guerras, las naciones capitalistas, a pesar de ello, continúan actuando en términos bélicos; cruje su aparato económico, la posibilidad de aniquilamiento de la raza humana es real, y, sin embargo, el capitalismo, no bien termina todavía la matanza, cuando ya comienza a organizar la próxima carnicería.

Solamente en la guerra y en la permanente preparación para la guerra, el cuerpo ya enfermo del capitalismo encuentra algún alivio en sus contradicciones. No puede vivir en otra forma que no sea preparando las armas para su propia muerte.

La tarea de todas las personas conscientes es impedir que el capitalismo, enloquecido por sus contradicciones, desate otro holocausto.

El capitalismo está ya maduro para su cambio.

Y el nuevo sistema que lo reemplazará no puede "hacerse a la orden". Tendrá que surgir y crecer del viejo sistema, tal como el capitalismo surgió del feudalismo. Dentro de la misma sociedad capitalista debemos buscar los gérmenes del nuevo sistema social.

El capitalismo transformó la producción, de un proceso individual, en uno colectivo. En los viejos tiempos, los bienes eran producidos por artesanos individuales que trabajaban con sus propias herramientas en sus propios talleres; hoy día, la gran masa de los productos es producida por miles de trabajadores que laboran en conjunto, en complicadas maquinarias en las grandes fábricas.

Incesantemente el proceso de producción se ha convertido en más y más social, con más y más gente unida entre sí, en fábricas cada vez más grandes

En la sociedad capitalista, las cosas son operadas cooperativamente, pero ellas no pertenecen cooperativamente a las personas que las fabrican. Aquellos que usan la maquinaria no son sus dueños, y los que son sus dueños no las usan.

Aquí reside la contradicción fundamental de la sociedad capitalista: en el hecho de que mientras la producción es social —el resultado del trabajo y del esfuerzo colectivo—, la apropiación es privada, individual. Los productos, producidos socialmente, son apropiados no por los productores, sino por los dueños de los medios de producción, los capitalistas.

El remedio es claro: hermanar la socialización de la producción con la propiedad social de los medios de producción. La forma de resolver el conflicto entre la producción social y la apropiación privada es llevar adelante el desarrollo del proceso capitalista de producción hasta su conclusión lógica: la propiedad social.

Las grandes fábricas en Chile, como Huachipato, los bancos y muchísimas empresas cuyos dueños son los accionistas poderosos que obtienen las ganancias, son administradas por gerentes a quienes se les paga un sueldo para que representen al capital. Pero los verdaderos dueños no tienen nada que preocuparse de su administración. Lo mismo pasa con los grandes fundos que son administrados por personas distintas de sus dueños. La propiedad, que una vez cumplió su función, es ahora parasitaria. Los grandes capitalistas, como clase, ya no son necesarios. Si fueran transportados a la luna, la producción de sus fábricas no se afectaría en nada, ni por un minuto.

La propiedad privada sobre los medios de producción, y la sed de lucro, están condenadas. El capitalismo ya está senil y hace rato que cumplió su papel en la historia. Ahora hay que arrumbarlo junto a los trastos viejos, al lado de la rueca, el arcabuz o la pluma de ganso para escribir: al lado del esclavismo y del feudalismo que lo precedieron.

El lugar del capitalismo será ocupado por el socialismo, el nuevo sistema de organización que ha aparecido en el mundo, y que ya tiene bajo sus banderas a más de un tercio de la población del planeta.

 

Tercera Parte

LOS CREADORES DEL SOCIALISMO

13. — Los socialistas utópicos

El socialismo es un sistema en que, en contraste con el capitalismo, los medios de producción son de propiedad común en lugar de ser privados; en que existe la producción planificada en lugar de la producción anárquica para obtener ganancias.

La idea del socialismo no es nueva. Apenas surgió el sistema capitalista con el advenimiento de la revolución industrial, su ineficiencia, despiltarros, irracionalidad e injusticia se hicieron evidentes para gran número de personas.

Comenzando allá por el año 1800, tanto en Inglaterra como en Francia, los males del capitalismo fueron denunciados en panfletos de amplia circulación, en libros y discursos. También había críticas anteriores, por ejemplo, en el siglo 16 y en la centuria siguiente. Pero los escritores de esa época eran por lo general pensadores aislados, que nunca pudieron ejercer una influencia grande en el pueblo. Pero a partir de 1800 la situación cambió. Roberto Owen, en Inglaterra, Carlos Fourier y el conde Enrique de Saint-Simon, en Francia, pueden llamarse pioneros socialistas y cada uno de ellos desarrolló un movimiento de opinión de dimensiones apreciables. Sus libros fueron ampliamente leídos, sus discursos tenían un amplio auditorio, y a través de ellos sus ideas se propagaron a otras tierras, incluso llegaron a lugares tan alejados de Europa como nuestro país.

Estos hombres no se limitaron solamente a denunciar la sociedad tal cual es. Fueron todavía más lejos. Cada uno de ellos, a su propia manera, gastó tiempo y esfuerzos considerables en hacer planes cuidadosamente estudiados para cómo debería ser una sociedad.

Cada uno de ellos elaboró, hasta en sus menores detalles, su propia visión de una sociedad ideal del futuro. Aun cuando las utopías privadas de cada uno de ellos eran muy diferentes de los detalles específicos, todos estaban basados en un mismo molde.

El primero y más importante principio de cada uno de estos esquemas utópicos era la abolición del capitalismo. En el sistema capitalista veían solamente males. Era ineficiente, injusto, trabajaba sin un plan. Ellos querían una sociedad planificada que fuera eficiente y más justa. Bajo el capitalismo, la minoría que no trabajaba vivía a todo lujo y confortablemente, adueñándose de los medios de producción. Los socialistas utópicos veían en la propiedad común de los medios de producción la manera de alcanzar una vida mejor. Por eso en sus visionarias sociedades planeaban que la mayoría que trabaja viviría con abundancia y confortablemente mediante la propiedad común de los medios de producción. Esto era socialismo, y éste era el sueño de los utópicos.

Siguió siendo un sueño para los utópicos porque aun cuando ellos sabían a dónde iban, tenían solamente una visión muy nebulosa de cómo alcanzar sus objetivos. Creían que todo lo que se necesitaba era formular sus planes de una sociedad ideal, interesar al poderoso o al rico en las bondades y bellezas del nuevo orden, experimentando los planes, primero en pequeña escala y después confiar en el sentido común del pueblo para aplicarlos en forma general.

La ingenuidad de los utópicos queda demostrada por el hecho de que los grupos mismos a los cuales se dirigían eran precisamente los interesados en que las cosas quedaran como estaban, en no provocar cambios. Demostraron su incomprensión de las fuerzas en acción dentro de la sociedad, al repudiar la agitación política y económica de la clase trabajadora; en insistir solamente en que a través de la buena voluntad y el entendimiento de todos los hombres, y no mediante la organización de los trabajadores, como clase, podían alcanzarse los fines de la nueva sociedad.

Igualmente irreal era su idea de que podía tenerse éxito haciendo experimentos sociales en miniatura, de acuerdo a sus utópicos programas. Como cualquiera puede darse cuenta ahora, sus "islas de placer en el océano gris de la miseria capitalista", estaban condenadas al más completo fracaso. Jamás podía ser enmendado el sistema capitalista con algunos parches en forma de pequeñas comunidades aisladas del resto del mundo.

Los socialistas utópicos eran personas de gran sensibilidad y de espíritu humanitario que reaccionaban vehementemente contra el duro ambiente del capitalismo. Hicieron críticas válidas y penetrantes del sistema capitalista, e inventaron programas para construir un mundo mejor. Mientras ellos predicaban su nuevo evangelio, nacían en el mundo dos hombres que iban a enfocar el problema en una forma diferente.

Sus nombres: Carlos Marx y Federico Engels.

 

14. —Carlos Marx y Federico Engels (1)

El socialismo de los utópicos se basaba en el humanitario sentido de la injusticia. El socialismo de Marx y Engels se basó en un estudio histórico, económico y social del desarrollo del hombre.

Carlos Marx no planeó ninguna utopía. Prácticamente no escribió nada sobre cómo funcionaría la Sociedad del Futuro. Estuvo enormemente interesado en la Sociedad del Pasado, cómo había surgido, desarrollándose y decaído, hasta transformarse en la Sociedad del Presente; estuvo enormemente interesado en la Sociedad del Presente, porque quería descubrir las fuerzas que provocarían el cambio hacia la Sociedad del Futuro.

Contrariamente a los utópicos, Marx no gastó tiempo en las instituciones económicas del mañana. Gastó casi todo su tiempo en un estudio de las instituciones económicas de Hoy Día.

Marx quería saber cuáles eran las fuerzas que movían las ruedas de la sociedad capitalista. El título de su libro más importante. "El Capital — Un análisis Crítico de la Sociedad Capitalista", muestra dónde se centraban su interés y su atención. El fue el primer gran pensador que hizo un análisis sistemático, inteligente y crítico de la producción capitalista.

(1) Aun cuando aquí se mencionen continuamente las ideas de Marx, la contribución de Engels al desarrollo del pensamiento socialista no debe ser minimizada. Marx y Engels estaban en su juventud cuando se conocieron, y siguieron siendo amigos y colaboradores por el resto de sus vidas. La suya fue sin duda la asociación intelectual más grande que el mundo ha conocido. Aun cuando Engels era un pensador eminente y arribó a su filosofía básica independientemente de Marx, él se contentó con ser un segundo violín a través de la larga asociación. En 1888 Engels resumió esta relación en las siguientes palabras: "No puedo negar que tanto antes como durante mis 40 años de colaboración con Marx yo tuve un rol algo independiente en colocar los fundamentos y más particularmente en la elaboración de la teoría. Pero la mayor parte de sus principios directrices básicos, particularmente en el campo de la economía y la historia y sobre todo su final y clara formulación, pertenecen a Marx. Marx se elevaba más, veía más lejos y captaba una visión más amplia y rápida que todo el resto de nosotros. Los otros éramos, a lo más, hombres de talento. Marx era un genio".

Con los utópicos, el socialismo no pasaba de ser un producto de la imaginación, de una invención de una u otra mente brillante. Marx bajó a la tierra el socialismo desde las nubes, donde éste se encontraba; demostró que no era una aspiración vaga sino que era el próximo paso en el desarrollo histórico de la raza humana —que era el resultado necesario e inevitable de la evolución de la sociedad capitalista.

Marx transformó el socialismo, de una utopía, en una ciencia. En lugar de un visionario y fantástico cuadro de un orden social perfecto, Marx construyó una teoría del progreso social ajustada a la realidad; en lugar de hacer llamados a la simpatía o a la buena voluntad o inteligencia de las clases dirigentes, Marx mostró que la clase trabajadora tenía que emanciparse por sí misma y transformarse en el arquitecto del nuevo orden.

El socialismo de Marx —el socialismo científico— tuvo su primera expresión significativa hace un siglo, con la publicación, en febrero de 1848, del Manifiesto Comunista, escrito conjuntamente con Engels. Este panfleto, que sólo tenía 23 páginas en el original, en que Marx y Engels destilaron la esencia de su teoría, se ha convertido en el fundamento del movimiento socialista en cada rincón de la tierra. Ha sido traducido a más lenguas que ningún otro libro, tal vez con la excepción de la Biblia: como fuerza inspiradora del poderoso movimiento mundial de la clase trabajadora, es sin lugar a ninguna duda, el panfleto que mayor influencia ha tenido, jamás escrito en cualquier parte del mundo.

En su intensivo estudio de lo que es la sociedad humana, por qué cambia, y en qué dirección se mueve, Marx y Engels encontraron que había un hilo conductor a través de la historia. Las cosas no eran independientes las unas de las otras; la historia solamente aparecía como un conjunto desordenado de hechos y sucesos, pero en realidad no era un enredo confuso; la historia no era algo caótico —sino que se ajustaba a un molde bien definido de leyes que podían descubrirse.

Carlos Marx descubrió estas leyes del desarrollo de la sociedad. Esta fue su contribución más grande al género humano.

La economía, la política, el derecho, la religión, la educación de cada civilización están íntimamente ligadas; cada una depende de las otras, y son lo que son, debido a las demás. De todas estas fuerzas, la economía es la fundamental, la más importante. La clave del problema está en las relaciones entre los hombres como productores. La forma en que viven los hombres está determinada por la forma en que ellos se ganan la vida, por el modo de producción prevaleciente dentro de una sociedad dada, en cualquier tiempo determinado.

La forma en que ellos piensan está condicionada por la manera en que ellos viven. Usando las palabras de Marx: "El modo de producción en la vida material domina el carácter general de los procesos sociales, políticos y espirituales de la vida. No es la conciencia de los hombres lo que determina su existencia, sino por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia".

Los conceptos de derecho, justicia, libertad, etc. —la lista de ideas que tiene cada sociedad— están condicionados a la etapa particular de desarrollo que ha alcanzado esa sociedad. Ahora bien, ¿qué es lo que provoca los cambios sociales y políticos? ¿Es el simple cambio en las ideas de los hombres? No. Porque estas ideas dependen primeramente de cambios que han ocurrido en la base económica de la sociedad en el modo de producción y cambio—.

El hombre progresa en su conquista de la naturaleza; se descubren nuevos y mejores métodos de producción e intercambio de los bienes. Cuando estos cambios son fundamentales y de gran alcance, entonces surgen conflictos sociales. Las relaciones que han surgido con el viejo método de producción han llegado a solidificarse; la vieja manera de vivir ha llegado a fijarse en cuerpo de leves, en la organización política, en la religión, en la educación. La clase que tiene el poder desea retener su poder, y entra en conflicto con la clase que está en armonía con el nuevo modo de producción surgido. La revolución es el resultado de este conflicto.

Esta aproximación a la historia, de acuerdo con el marxismo, permite entender lo que de otra manera sería un mundo completamente incomprensible. Mirando los sucesos históricos desde el punto de vista de las relaciones de clase resultantes de la manera en que los hombres se ganan la vida, lo que ha sido ininteligible, se convierte por primera vez en algo inteligible. Por eso, el análisis del Manifiesto Comunista comienza con la frase "La historia de todas las sociedades conocidas hasta el momento, es la historia de la lucha de clases".

¿Qué rol juega el Estado en esta lucha entre las clases? El Estado es una creación de la clase dirigente. Ha sido establecido y se mantiene para preservar el orden existente. El rol del Estado en la sociedad es explicado en el Manifiesto Comunista: "Los dirigentes del Estado moderno no son sino un comité para administrar los asuntos comunes en beneficio de toda la burguesía".

El primer deber del Estado en la sociedad capitalista es la defensa de la propiedad privada de los medios de producción que es la esencia de la dominación de la clase capitalista sobre la clase trabajadora. Se desprende, por lo tanto, que si el objetivo de la clase trabajadora es abolir la propiedad privada sobre los medios de producción, debe destruir el Estado actual que tiene la clase dirigente y reemplazarlo por un Estado nuevo. La clase trabajadora sólo puede obtener el poder —la revolución tendrá éxito— si el Estado de la clase dirigente es destruido y se establece un Estado adecuado a la clase trabajadora en su reemplazo.

A primera vista esto parece implicar la mera substitución de la dictadura de la clase capitalista por la dictadura de la clase trabajadora. ¿Es éste el objetivo de la revolución de la clase trabajadora —imponer el dominio de los trabajadores sobre aquellos que antes los subordinaban? NO. La dictadura del proletariado es solamente el primer paso necesario en el proceso de abolición para siempre del dominio de una clase sobre otra, para terminar con las condiciones que hacen posible la división de la sociedad en clases antagónicas. La meta socialista no es la substitución de una forma de dominio de una clase por otra, sino la abolición completa de todas las clases; la meta del socialismo es una sociedad sin clases en la cual se elimine toda clase de explotación. En las palabras del Manifiesto Comunista. "En lugar de la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus: antagonismos de clases tendremos una sociedad en la cual la libertad de desarrollo de cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos".

En todo momento y en todas partes Marx insistió en que la transformación de la vieja sociedad de clases en una nueva organización sin clases tenía que ser obra de la clase obrera, del proletariado. Insistió en que el proletariado tenía que ser el agente activo que trajera al mundo el socialismo, porque era el proletariado, la mayoría de la población, el que más sufría de las contradicciones del capitalismo, porque el proletariado no tenía otra salida para mejorar su situación.

Los trabajadores están forzados, por las penosas condiciones en que viven, a marchar unidos, a organizarse, a formar sindicatos para combatir por sus propios intereses. Los sindicatos, sin embargo, no surgieron de la noche a la mañana. Se necesitó de un largo tiempo para que se desarrollara el sentimiento de solidaridad, y hasta que éste no apareció, la poderosa organización en escala nacional que hoy tenemos era imposible.

Fue la expansión del capitalismo debido a la Revolución Industrial y el sistema de fábricas lo que permitió al sindicalismo hacer enormes progresos. Esto pasó porque la Revolución Industrial trajo consigo la concentración de los obreros en las ciudades, los mejoramientos en los transportes y comunicaciones que son esenciales para la organización en escala nacional, y las condiciones que hacen tan necesario el movimiento obrero. En otras palabras, la clase trabajadora creció junto con el desarrollo del capitalismo, que generaba la clase trabajadora, el sentimiento de clase, y entregaba los medios físicos para la cooperación y las comunicaciones.

El proletariado, en consecuencia, nació del capitalismo, y crece junto con éste. Por último, cuando el capitalismo sea liquidado, cuando todos vean claramente que sus contradicciones no pueden resolverse con parches, cuando "la sociedad no pueda ya vivir bajo el dominio de la burguesía, en otras palabras, su existencia no es ya compatible con esa sociedad" —cuando, en suma, el capitalismo esté listo para ser acorralado, será el proletariado su sepulturero.

Marx no fue un revolucionario cómodo, que se contentaba con decirles a los demás qué tenían que hacer y cómo debían hacerlo. No, Marx vivió su filosofía. Y, puesto que su filosofía no era solamente una explicación del mundo, sino también un instrumento para cambiar el mundo, Marx, como era un revolucionario sincero, no podía estar por sobre la lucha, sino que tenía que combatir él mismo. Y lo hizo.

De acuerdo con su idea de que la fuerza para abolir el capitalismo no podía ser otra que el proletariado, dedicó la máxima atención que pudo, quitando tiempo a sus estudios, a fin de entrenar y organizar a la clase trabajadora en sus luchas económicas y políticas. Marx fue el miembro más activo y el de más influencia en la Asociación Internacional de Trabajadores (la primera Internacional), que se creó en Londres el 28 de setiembre de 1864. Dos meses después de fundada la Internacional, Marx le escribió a un amigo alemán, el Dr. Kugelman: "La Internacional, o mejor dicho su comité, es importante debido a que los líderes de los sindicatos de Londres están en él. . . Los líderes de los trabajadores de París, están también conectados con ella".

Los sindicatos, que para mucha gente de entonces, como pasa también hoy día, eran meras organizaciones dedicadas a mejorar día a día las condiciones de vida de los obreros, tenían un significado más profundo para Marx y Engels: "La organización de la clase trabajadora como una clase por medio de sus sindicatos... es la verdadera organización de clase del proletariado que lleva adelante su lucha diaria contra el capital, en que se entrena a sí mismo

¿Pero entrenarse para qué?, ¿para la lucha por mayores salarios, menos horas de trabajo, mejores condiciones? Sí, por cierto. Pero también se entrena para una lucha muchísimo más importante: la lucha por la completa emancipación de la clase trabajadora, mediante la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

Marx hizo mucha claridad sobre este punto, en un discurso que pronunció ante el Consejo General de la Internacional, en junio de 1865. Después de demostrar que a menos que los sindicatos llevaran adelante una fuerte lucha diaria, los trabajadores irían siendo degradados a un nivel de vida cada vez más desdichado, siguió adelante, explicando que los sindicatos deben tener objetivos más amplios: "Al mismo tiempo, y esto completamente aparte de la servidumbre general envuelta en el sistema de salarios, la clase trabajadora no debe exagerarse a sí mismo el resultado último de estas luchas diarias. Los trabajadores no deben olvidar que están luchando con los efectos, pero no con las causas que originan esos defectos; que están retardando el movimiento de descenso, pero no cambiando su dirección; que ellos están aplicando solamente paliativos, no curando el mal. Los trabajadores, por lo tanto, no deben absorberse exclusivamente en estas inevitables luchas de guerrillas que surgen de la incesante hostilización del capital o de cambios en el mercado. Los trabajadores deben comprender que, junto con todas las miserias que pesan sobre ellos, el sistema actual engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para una reconstrucción económica de la sociedad. En lugar de la consigna conservadora: "Un salario más justo por un trabajo más justo", los trabajadores deberían inscribir en sus estandartes "Abolición del sistema de salarios".

Siempre y en todas partes Marx enseñó su lección básica —la única salida es un cambio fundamental en la organización económica, política y social de la sociedad, siendo la revolución de la clase trabajadora el medio de alcanzarla.

¿Significa esto, como generalmente se supone, que Marx era un creyente tan grande de la revolución como para desearla en cualquier parte, en cualquier momento? De ninguna manera. Marx se opuso a la revolución indiscriminada. En la Internacional, combatió contra aquellos que argumentaban que la revolución debía hacerse porque había que hacerla. La esencia del pensamiento de Marx es que la revolución, para que tenga éxito, debe ocurrir en el momento oportuno; la sociedad no puede ser transformada, a menos que hayan madurado las condiciones para el cambio.

La base para el paso al socialismo está en las profundas contradicciones existentes dentro de la sociedad capitalista y que la conducen a su aniquilamiento en la creación, mediante la socialización de la producción, de los gérmenes del nuevo orden dentro de las entrañas del viejo orden; y en el aumento de la conciencia de clase y en la organización de la clase trabajadora, la cual exige la acción revolucionaria para provocar el cambio.

Marx veía el sistema capitalista como una parte del desarrollo de la historia humana. No era, por lo tanto, ni permanente ni inmutable. Por el contrario, el capitalismo era un sistema social esencialmente transitorio que, al igual que todas las otras formas de sociedad humana, surgió del sistema anterior, se desarrolló, entraría en decadencia y sería seguido por otro sistema. Para Marx, la sociedad humana no era algo estático sino que estaba todo el tiempo en un permanente estado de cambio y movimiento. La tarea de Marx, tal como él se la planteaba, era encontrar qué fuerzas eran las que provocaban el cambio en la sociedad capitalista —descubrir la "ley del movimiento del capitalismo"—. Marx comenzó por explicar el funcionamiento del sistema capitalista y terminó no alabándolo, como lo hacían los economistas de su tiempo, sino delineando una guía para la acción de las fuerzas que crearían en el futuro una sociedad mejor.

Los socialistas consideran que el cuadro de la sociedad capitalista hecho por Marx es verdadero y preciso, y que explica la realidad en una forma mucho más satisfactoria que la de los economistas no marxistas. Sobre este punto, el profesor Leontiev, de reputación internacional, de la Universidad de Harvard, aun cuando él mismo no es un marxista, dijo las siguientes palabras ante la asociación norteamericana de economistas: "Si. . . alguien quiere aprender qué son efectivamente las ganancias y salarios de las empresas capitalistas, esa persona puede obtener en los tres volúmenes de "El Capital", una información más realista y de primera mano, de lo que puede encontrarse en diez ediciones sucesivas del Censo de los EE.UU., o en una docena de textos sobre las instituciones económicas contemporáneas".

En la misma oportunidad, el profesor Leontiev tuvo la honestidad de reconocer cómo se habían cumplido las brillantes predicciones científicas de Marx: "El récord es en verdad impresionante: incesante concentración de la riqueza, rápida eliminación de las empresas medianas y pequeñas, progresiva limitación de la competencia, incesante progreso tecnológico acompañado de una importancia cada vez mayor del capital fijo, y, por último, no menos importante, la amplitud no disminuida de los ciclos comerciales —en verdad una serie no sobrepasada de pronósticos cumplidos, contra lo cual la moderna teoría económica no tiene prácticamente nada que mostrar, pese a todos sus refinamientos".

Es interesante destacar que casi al mismo tiempo que este profesor de Harvard indicaba a sus colegas economistas que podían aprender mucho de Carlos Marx, otro distinguido hombre de estudios hacía recomendaciones muy similares a sus colegas en el campo de la historia. En un artículo escrito en la revista American Historial Review, de octubre de 1935, Carlos Beard, uno de los más eminentes historiadores que ha tenido los EE.UU., decía: "Parece oportuno recordar a aquellos inclinados a tratar a Marx como a un mero revolucionario u hombre de agitación, que Marx fue mucho más que eso. Era doctor en Filosofía, salido de las mejores universidades alemanas, y poseía el sello del gran pensador. Era un estudioso del latín y el griego. Además del alemán, su lengua nativa, hablaba francés, inglés, italiano y ruso. Era uno de los hombres más versados en historia contemporánea y en el pensamiento económico. Por eso, aunque alguien no esté de acuerdo con las ideas personales de Marx, nadie puede negarle que poseía conocimientos muy amplios y profundos —y llevó una vida de sacrificios y sin vacilaciones—. Marx no solamente interpretó la historia, como lo hace cualquier persona que escribe sobre historia, sino que ayudó a construir la historia. Con toda seguridad, Marx tenía que saber algunas cosas.

El movimiento de la clase trabajadora, prácticamente en todos los rincones del mundo, luchando por alcanzar la justicia económica y social, tiene conciencia de que Marx debía saber algunas cosas.

Los pueblos dependientes de América latina, Africa y Asia, que basan sus combates por la liberación y la independencia en las enseñanzas de Marx, tienen conciencia de que sabía algunas cosas.

Los pueblos del Este de Europa que trabajan por reemplazar la producción anárquica para las ganancias por la producción planificada para el bienestar común, creen que Marx sabía algunas cosas.

Las clases privilegiadas en cada país capitalista del mundo, tratando de prolongar su existencia, aferrándose desesperadamente al poder, tiemblan ante el temor de que Marx efectivamente sabía algunas cosas.

Los pueblos de más de un tercio de la población mundial, habiendo derribado exitosamente al capitalismo y demostrado que el socialismo puede terminar con la división de clases y permitir al hombre dirigir conscientemente la economía para el bienestar de todos, están seguros de que Marx sabía algunas cosas.

Solamente los economistas entontecidos por la pedantería, aquellos acostumbrados a la charlatanería de café, pueden negar que Marx sabía algunas cosas.

 

Cuarta Parte

EL SOCIALISMO

1 5. — La Economía Socialista Planificada

Hagamos ahora un breve análisis del socialismo. Dejemos claramente establecido desde un principio que los defensores del socialismo no sostienen que el cambio de la propiedad privada a la propiedad pública de los medios de producción resolverá de por sí todos los problemas del hombre, no convertirá a los demonios en ángeles, ni traerá el paraíso celestial a la tierra. Ellos sostienen, sin embargo, que el socialismo remediará los grandes males del capitalismo, abolirá la explotación, la pobreza, la inseguridad, las guerras, y traerá mayor bienestar y felicidad al hombre.

El socialismo no significa hacer uno que otro parche reformista al capitalismo. Significa un cambio revolucionario —la reconstrucción de la sociedad sobre líneas enteramente diferentes.

En lugar del esfuerzo individual para la ganancia individual, existirá el esfuerzo colectivo para el beneficio colectivo.

El vestuario se fabricará no para ganar dinero, sino para vestir al pueblo con buenas telas —y así con los demás bienes.

El poder del hombre sobre el hombre será eliminado; el poder del hombre sobre la naturaleza aumentado.

La capacidad para producir en abundancia, en lugar de ser estrangulada por consideraciones de la ganancia privada, será utilizada al máximo para llevar la abundancia a todos.

El perpetuo temor de la cesantía y la crisis, del despido y la inseguridad, se desvanecerá con el conocimiento de que la producción planificada asegura el trabajo de todos, durante todo tiempo, y trae la seguridad económica desde la cuna hasta la tumba.

Cuando el éxito del hombre se mida, no por la cuenta bancaria sino por la medida en que uno ha colaborado al bienestar de sus semejantes, entonces el dominio del dinero sobre el hombre será reemplazado por el dominio del hombre sobre el dinero.

Las guerras imperialistas, que resultan de la búsqueda de ganancias en los mercados extranjeros donde los capitalistas venden los "excedentes" de bienes e invierten el capital "excedente", llegarán a su término, por la sencilla razón de que no habrá bienes de consumo "excedentes" y capital "excedente" y no más sed de ganancias.

Con los medios de producción ya no más en manos de propietarios privados, la sociedad no estará más dividida en patrones y asalariados. Ningún hombre estará en condiciones de explotar a otro.

En suma, la esencia del socialismo es que el país ya no estará en manos de unos pocos propietarios y administrado por ellos en su propio beneficio, sino que, por primera vez, el país pertenecerá al pueblo y será dirigido por el pueblo en beneficio del pueblo.

Hasta el momento, hemos abordado una parte de esa "esencia" del socialismo, la parte del país que es de propiedad del pueblo —otra forma de decir la propiedad pública de los medios de producción—. Ahora llegamos a la segunda parte de esa definición: "dirigido por el pueblo en beneficio del pueblo". ¿Cómo se conseguirá esto?

La respuesta a esta pregunta es la planificación centralizada. Así como la propiedad pública de los medios de producción es un rasgo especial del socialismo, así también lo es la planificación centralizada.

Ahora bien, es evidente que la planificación centralizada de todo un país es una tarea muy grande. Tan grande, que muchas personas en los países capitalistas —especialmente aquellos que tienen los medios de producción, y por lo tanto piensan que el capitalismo es el mejor de los mundos— están seguras de que no puede hacerse. Esta opinión la expresó en forma perfectamente clara hace unos años un gran dirigente y representante de los industriales: "Ningún grupo pequeño de hombres posee la sabiduría, la perspectiva y el discernimiento para planificar, dirigir y estimular exitosamente las actividades de todo un pueblo".

Si este cargo fuera efectivo sería una consideración extremadamente seria contra el socialismo. Porque si la economía socialista tiene que ser planificada, y si la planificación es imposible, entonces el socialismo también sería imposible.

¿Es posible la planificación centralizada? En 1928 sucedió un hecho de enorme trascendencia, que trajo el problema de la planificación del reino de la especulación y vaguedades en que se encontraba, al terreno más concreto de la vida práctica del hombre.

En 1928, la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas puso en práctica su Primer Plan Quinquenal. Cuando éste fue cumplido, los soviéticos siguieron con un segundo plan quinquenal y después de eso continuaron con un tercer plan quinquenal (y así seguirá por los años venideros, porque, como hemos visto, un estado socialista tiene que tener un plan).

Ahora ya no necesitamos divagar acerca de si es posible que una nación pueda ser planificada. Ahora sabemos que puede serlo. La Unión Soviética dio el ejemplo. Demostró que funcionaba; que la planificación era posible.

Cualquiera que sea la opinión que una persona tenga sobre este o aquel aspecto de la vida soviética, sea que le guste o no le guste la Unión Soviética, tendrá que reconocer —puesto que hasta sus enemigos capitalistas más recalcitrantes lo admiten— que ella tiene una economía planificada. Por lo tanto, para comprender cómo funciona una economía planificada en un país socialista, uno tiene que estudiar el modelo soviético. Ahora también procede estudiar el modelo chino, yugoslavo o de los países de Europa Oriental.

¿Qué significa un plan? Cuando usted o yo hacemos un plan siempre podemos distinguir dos partes —un para qué y un cómo—; siempre hay un objetivo y un método. El objetivo es una parte de nuestro plan, y la forma en que lo conseguimos es la otra.

Lo mismo pasa con la planificación socialista. Esta tiene un objetivo y un método. Los grandes investigadores sociales ingleses Sidney y Beatriz Webb, en un estudio publicado hace ya más de veinte años, explicaron magníficamente la diferencia esencial entre el objetivo de la planificación socialista y el objetivo que anima a los países capitalistas: "En una sociedad capitalista el propósito es la ganancia pecuniaria que deben obtener sus dueños o accionistas . . . En la Unión Soviética el fin de la planificación es completamente diferente. Aquí no existen dueños o accionistas a quienes beneficiar, y no existen las consideraciones de la ganancia pecuniaria. El único objetivo es el máximo bienestar y seguridad para toda la comunidad".

Esto en cuanto a la meta de la planificación en la sociedad socialista. Ya hemos discutido el punto de que son las necesidades del pueblo y no las ganancias los objetivos generales. Nos corresponde ahora preocuparnos del método para lograr esos objetivos.

Las necesidades del pueblo son ilimitadas; pero existe un límite físico, en un momento dado, de recursos productivos para satisfacer todas esas necesidades. Las medidas que adoptemos deben basarse, por lo tanto, no en lo que los planificadores quieren hacer, sino en lo que es posible hacer. Y para saber lo que es posible hacer con los hombres y recursos disponibles. Y para saber lo que es posible hacer necesitamos un cuadro completo de los recursos productivos. (Esta es la tarea de la Comisión Estatal de Planificación).

La primera tarea de esta Comisión (Gosplan) es informarse acerca de quién, qué, cómo, dónde, respecto a cada cosa en la Unión Soviética. ¿Cuáles son los recursos naturales del país? ¿Cuántos trabajadores hay disponibles? ¿Cuántas fábricas, minas, molinos, granjas existen y dónde están localizados? ¿Cuánto produjeron en el último año? ¿Cuánto más podrían producir si les damos más recursos hu¬manos y materiales? ¿Se necesitan más ferrocarriles y puertos? ¿Cuán¬tos tenemos disponibles? ¿Qué necesita más el pueblo? Hechos, cifras, estadísticas.

De cada institución del vasto territorio de la Unión Soviética, desde cada molino, mina, hospital, escuela, sindicato, cooperativa, etc.; de todos ellos y de todas partes llegan respuestas a las preguntas. Toda esta información llega a las oficinas del Gosplan, donde es ensamblada, organizada y analizada por expertos. "El personal del Gosplan de la URSS —dicen los Webb— alcanza a unos dos mil expertos estadísticos, técnicos y científicos de todas clases, con muchos más empleados de oficina. Se trata de la máquina estadística mejor equipada y más extensa del mundo".

Cuando estos expertos han terminado su labor de ensamble, arreglo y chequeo de los datos recibidos, ellos preparan un cuadro de cómo están las cosas. Pero es solamente una parte de su trabajo. Enseguida deben empezar a pensar en "cómo deberían estar las cosas". En este punto los planificadores deben entrevistarse con los jefes del gobierno. "Las conclusiones de la Comisión Estatal de Planificación quedaban sujetas a la ratificación del gobierno; la función planificadora era separada de la función de dirección y la última no estaba subordinada a la primera".

La planificación, por cierto, no termina con la necesidad de tomar decisiones con respecto a la política que debe contener el plan. La política del plan es determinada por los jefes del gobierno, y el trabajo de los planificadores es buscar la forma más eficiente de llevar adelante esa política sobre la base de los materiales que ellos han ensamblado. De la discusión entre el Gosplan y los líderes del gobierno surge el primer borrador del plan. Pero éste es solamente el primer borrador. No es todavía el Plan. En una sociedad socialista planificada, el Plan de un grupo de hombres no es suficiente. Debe ser sometido a la discusión de todo el pueblo. Este es el caso siguiente: Las "cifras de control" son remitidas para su lectura y comentario a todos los comisariados del pueblo y otros cuerpos centrales que trabajan con la economía nacional, como por ejemplo, el Comisariado del Pueblo para la Industria Pesada, la Industria Ligera, el Comercio, Transporte, Comercio Exterior, etc. Cada autoridad Central remite a su vez las partes del Plan a los organismos administrativos inferiores, de manera que, finalmente, el Plan llega a cada fábrica, granja, etc. En cada etapa "las cifras de control" están sujetas a análisis y consideraciones muy cuidadosas. Cuando ellas alcanzan el último eslabón en su viaje desde la Comisión Estatal y llegan a las fábricas y granjas, todos los obreros y campesinos toman una parte activa en la discusión y en la consideración del Plan, haciendo nuevas proposiciones y sugestiones. Después de esto las cifras de control empiezan su camino de vuelta siguiendo las mismas líneas, hasta que finalmente llegan con todas las proposiciones y sugestiones a la Comisión Estatal para la Planificación.

Los obreros y los campesinos hacen públicos los méritos o defectos que les merece el Plan. Este es un sistema del cual los soviético están muy justamente orgullosos. Con frecuencia sucede que ellos están en desacuerdo con las cifras que a ellos les corresponde. A menudo remiten un contraplan en que dan sus propias cifras para demostrar que incluso pueden superar la producción esperada de ellos. En la discusión del Plan Provisional por millones de ciudadanos en todas partes, el pueblo ve que existe verdadera democracia. El Plan de Trabajo de los objetivos a alcanzarse, no es impuesto desde arriba. Los campesinos y obreros tienen una participación activa en el Plan. ¿Con qué resultado? Un observador extranjero muy perspicaz da la siguiente respuesta: "Dondequiera que usted vaya, al menos las partes de Rusia que yo visité, encontrará que los trabajadores le dicen orgullosamente a usted: Esta es nuestra fábrica; este es nuestro hospital; esta es nuestra casa de descanso; no significando que ellos, individualmente, eran dueños personales de las cosas, sino que todo estaba funcionando y produciendo directamente para su propio beneficio y que ellos se daban cuenta, estaban conscientes de eso y, todavía más, se sentían responsables para que todo siguiera funcionando cada vez mejor".

La tercera etapa de la preparación del Plan es el Examen final de las cifras de control devueltas. El Gosplan y los jefes de Gobierno estudian las gestiones y arreglos, hacen los cambios necesarios y entonces el Plan queda listo para la aprobación y vigencia. En su versión final se envía nuevamente a los obreros y campesinos de todas partes y entonces toda la nación pone en tensión sus energías para cumplir los objetivos trazados. Entonces la acción colectiva para el bien colectivo se convierte en una realidad.

Bajo el socialismo mediante la propiedad pública de los medios de producción y la planificación centralizada, el pueblo puede controlar su propio destino, el hombre se transforma en el amo de las fuerzas económicas. La producción y el consumo se basan en un plan que pregunta: ¿Qué tenemos? ¿Qué necesitamos? ¿Qué podemos hacer con lo que tenemos, para conseguir lo que necesitamos? Con un Plan así es posible dar trabajo útil a cada uno que desee trabajar y puede garantizar el derecho al trabajo.

El Derecho al trabajo está asegurado por la organización socialista de la economía nacional, por el permanente crecimiento de las fuerzas productivas de la sociedad, por la eliminación de la posibilidad de las crisis económicas y la abolición de la desocupación.

La catástrofe económica que se produjo en 1929 es citada como una crisis mundial. No fue así. La paralización de la producción, acompañada por la desocupación y miseria de las masas, afectó a todas las partes del mundo, menos a una. La marea llegó hasta los bordes de la Unión Soviética, y de ahí retrocedió.

Los soviéticos estaban muy seguros detrás de su dique de sociedad socialista planificada.

La planificación centralizada es un rasgo característico del socialismo. Para comprender cómo funciona la planificación hemos examinado el modelo soviético, puesto que la Unión Soviética es por el momento el país socialista más avanzado del mundo.

No debemos cometer el error, sin embargo, de suponer que entre nosotros la planificación debe ser exactamente igual que en la URSS. Nuestros recursos naturales pueden ser diferentes, nuestro clima es distinto, los gustos de las personas son diferentes, la educación, la salud pública, la cultura, están en distintos niveles, las tradiciones históricas son distintas.

Las condiciones específicas que condujeron a la URSS a moldear la clase de planificación socialista que mejor se ajustaba a sus necesidades no son las mismas en todas partes; de ahí que en todas partes el socialismo debe seguir un camino distinto. Pero las líneas generales serán las mismas para todos los países que abracen el socialismo. En todos existirá la propiedad pública sobre los medios de producción y habrá planificación centralizada.

 

16.—Preguntas acerca del Socialismo

¿Puede funcionar nuestro sistema económico sin capitalistas?

Cambiemos solamente la última palabra de la pregunta y encontraremos que esta pregunta típica ha sido hecha en cada período de la historia. Hace 400 años, la pregunta en Europa era: ¿Puede funcionar nuestro sistema económico sin los señores feudales? Y en los tiempos del Imperio Romano la pregunta era: ¿Puede funcionar nuestro sistema económico sin los señores esclavistas?

Así como la sociedad demostró que podía funcionar perfectamente sin los señores feudales y sin los señores esclavistas, así también ha demostrado que puede funcionar sin capitalistas. Debe hacerse una distinción entre los capitalistas y los medios de producción que ellos se apropian como capital. La sociedad no puede, por cierto, prescindir de los medios de producción —la tierra, las minas, materias primas, máquinas y fábricas—. Ellos son esenciales. Esta diferencia ha sido muy bien explicada por un escritor: "Decir que no podemos trabajar sin capital es tan cierto como decir que no podemos hacer la siega sin Tina guadaña. Decir que no podemos trabajar sin un capitalista es tan falso, como decir que no podemos segar un potrero, a menos que todas las guadañas pertenezcan a un hombre. No sólo eso; es tan falso como decir que no podemos hacer la siega, a menos que todas las guadañas pertenezcan a un hombre y que éste tome un tercio de la cosecha por el préstamo de ellas."

En tanto que los capitalistas se dedicaban a las funciones de administración, en tanto trabajaban algo, eran necesarios; pero ahora que se limitan solamente a las transacciones de la bolsa, ganando dinero sin hacer nada y alquilando a gerentes para que administren sus fábricas, ellos ya no son esenciales.

El derecho sobre los medios de producción, propiedad que tuvo una función útil en su tiempo, se ha convertido ahora en una función parasitaria. ¿Y quién puede negar que nuestro sistema económico puede operar —mejor que en cualquier época anterior— sin los parásitos?

La médula del problema es que hemos alcanzado un punto en que nuestra sociedad no solamente puede sino que debe funcionar sin los grandes capitalistas, puesto que el poder que ellos tienen como propietarios de los medios de producción está siendo utilizado para mantener un perpetuo estado de incertidumbre, cesantía, miseria y aventuras de toda especie.

¿Trabajará la gente sin el incentivo de la ganancia?

La mejor respuesta a esta pregunta es que la mayor parte de la gente está trabajando —en este mismo momento— dentro de la sociedad capitalista, sin el incentivo de la ganancia. Pregunte usted al trabajador de una fábrica textil cualquiera, cuántas ganancias recibe él por su trabajo, y le dirá muy correctamente, que no está obteniendo ganancia alguna, que las ganancias van al dueño de la fábrica textil. ¿Por qué trabaja, entonces, el obrero?

Si la ganancia no es su incentivo, ¿qué es, entonces? La mayor parte de las personas en la sociedad capitalista tienen que hacerlo, porque no queda otro remedio. Si ellas no trabajan, no comen. La cosa es muy sencilla. Ellos trabajan, por salarios, a fin de tener lo indispensable para alimentarse, vestirse y encontrar un techo para sí y los familiares.

Bajo el régimen socialista también la gente tiene que trabajar para ganarse la vida. Pero el socialismo ofrece muchos otros incentivos al trabajador, que son imposibles bajo el capitalismo. ¿En razón de qué los trabajadores mismos se esfuerzan dentro del socialismo en aumentar la producción? Bajo el socialismo, la atracción de trabajar duro y parejo se basa en que es la sociedad como un todo la que recibe los beneficios. No pasa lo mismo en el capitalismo. Aquí el resultado de un esfuerzo extraordinario no beneficia a nadie, excepto a los capitalistas que perciben la ganancia. En un caso tiene sentido trabajar con entusiasmo; en el otro caso, no tiene sentido. En un sistema el trabajador siente el deseo de dar el máximo de sí mismo; en el otro, ha de hacer lo menos posible; uno es un sistema que excita la imaginación y eleva la moral; el otro es un sistema que achata y deprime al trabajador.

Con frecuencia se objeta que si bien es cierto lo anterior, para el trabajador medio, para quien el incentivo de la ganancia es completamente ilusorio, no pasa lo mismo con el hombre de genio, el inventor o el capitalista emprendedor, para quienes el incentivo de la ganancia es bien real.

¿Es efectivo que es el deseo de riquezas lo que alienta a científicos e inventores a trabajar día y noche hasta conseguir el éxito en sus experimentos? Hay muy poca evidencia para sostener esta tesis. Por otra parte, existe amplia evidencia para sostener que el genio inventivo no busca otra recompensa que la satisfacción del descubrimiento o la felicidad que resulta del uso completo y libre de la potencia creadora. Recordemos solamente estos nombres; Remington, Underwood, Corona, Sholes. Inmediatamente reconoce usted tres de ellos como grandes y prósperos fabricantes de máquinas de escribir. ¿Quién es el cuarto, quién fue el señor Cristóbal Sholes? El fue el inventor de la máquina de escribir. Esta invención de su cerebro no le trajo la fortuna que a Remington, Underwood o Corona. El vendió los derechos de su invento a los Remington por 12.000 dólares. La ganancia no fue el incentivo de Sholes. De acuerdo con su biógrafo: "El rara vez pensó en el dinero, y decía que no estaba preocupado de ganarlo, pues traía muchas complicaciones. Por esta razón, ponía poca atención en sus asuntos comerciales".

El caso de Sholes es el de uno de tantos miles de inventores que están siempre absorbidos por su trabajo creativo y que "rara vez piensan en el dinero". Esto no quiere decir que no existan hombres de genio para los cuales la ganancia es el único incentivo. Esto es de esperar en una sociedad sedienta de dinero. Pero incluso dentro de la sociedad capitalista es posible demostrar que el genio científico trabajará sin el incentivo de la ganancia. Si alguna vez hubo duda sobre ello, ahora no existe ninguna. Hace ya bastante tiempo que se fueron los días en que el hombre de ciencia trabajaba por su cuenta en su pequeño laboratorio. Cada vez en mayor proporción, los más destacados hombres del mundo científico son empleados por las grandes compañías capitalistas para que trabajen en los laboratorios de éstas, por salarios pagados igual que a cualquiera otro empleado. Seguridad en el empleo, un buen laboratorio, gratificación por trabajos extraordinarios, es lo que piden los hombres de ciencia al igual que todos, pero no ganancias. Supongamos que ellos inventen un proceso nuevo. Ellos no reciben las ganancias que resulten. Tal vez prestigio, ascensos, mayor salario, pero no ganancias. En cambio, una sociedad socialista sabe cómo alentar y destacar a sus inventores y artistas. Junto a la recompensa monetaria se encarga de dignificarlos y darles el prestigio social que se merecen.

¿Reciben todos el mismo salario en una sociedad socialista?

No todos reciben el mismo salario. El trabajador especializado recibe más que el no especializado; el jefe de una empresa recibe más que el trabajador medio; un gran músico obtiene más que un músico mediano; el minero que extrae 8 toneladas de carbón recibe más que el que extrae 6. A la gente se le paga de acuerdo con la cantidad y calidad de su trabajo. Incluso las personas que reciben las más altas rentas las reciben solamente en tanto continúen trabajando. En ningún momento pueden transformar su renta en Compra de medios de producción y explotar el trabajo de los demás. Y él no puede comprar medios de producción por la razón de que en una sociedad socialista, los medios de producción son propiedad de todo el pueblo y no están para la venta. La mayor renta la obtiene mediante un trabajo más esforzado o mejor y le permite vivir mejor que los que ganan menos; pero esta mayor renta no le permite explotar a nadie. Aunque existe desigualdad de rentas en la sociedad socialista, existe igualdad de oportunidades. Aun cuando los trabajadores calificados obtienen mayor remuneración, los no calificados tienen acceso inmediato a los centros de entrenamiento y adquieren la experiencia necesaria para convertirse en trabajadores calificados; aun cuando los administradores, ingenieros, escritores, artistas, técnicos, perciben una remuneración mayor, la educación gratuita y libre para todos permite ingresar a estas profesiones sin ninguna traba social. Por lo demás, una remuneración mínima asegura para todos un nivel decente.

¿Cuál es la diferencia entre el socialismo y el comunismo?

El socialismo y el comunismo son iguales en lo que respecta a que ambos sistemas de producción se basan en la propiedad pública de los medios de producción y en la planificación centralizada. El socialismo surge directamente del capitalismo; es la primera forma de la nueva sociedad.

El comunismo es un desarrollo posterior, "un grado más elevado de socialismo". De cada cual según su capacidad; a cada uno según su trabajo (socialismo). De cada cual según su capacidad; a cada uno según sus necesidades (comunismo). El principio socialista de distribución, de acuerdo al trabajo, es decir por cantidad y calidad de trabajo realizado, es inmediatamente posible y practicable. Por otra parte, el principio comunista de distribución de acuerdo a las necesidades no es inmediatamente posible y práctico —es una meta por alcanzar—. Es evidente que antes de aplicar el principio comunista de distribución, la producción tiene que haberse desarrollado muchísimo —para satisfacer las necesidades de cada persona debe existir abundancia de todas las cosas—. Además tiene que desarrollarse un cambio en la actitud de la gente hacia el trabajo —en lugar de trabajar porque tiene que hacerlo, la gente trabajará porque desea hacerlo, tanto por su sentido de responsabilidad hacia la sociedad como porque el trabajo dentro de la nueva sociedad es una satisfacción para la fuerza creativa del hombre.

El socialismo es el primer paso en el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas a fin de alcanzar la abundancia y transformar las perspectivas mentales y espirituales del pueblo. Es una etapa transitoria del capitalismo, al comunismo.

Esto no quiere decir que todos los partidos políticos que a través del mundo se llaman a sí mismos socialistas defienden el socialismo, mientras que los que se llaman comunistas defienden el comunismo. Este no es el caso. Puesto que el sucesor inmediato del capitalismo puede ser solamente el socialismo, los partidos socialistas así como los comunistas tienen como objetivo inmediato el establecimiento del socialismo. ¿No existen, entonces, diferencias entre los partidos socialistas y comunistas? Sí, existen diferencias en cuanto al enfoque para llevar adelante la revolución, en cuanto a la estrategia de lucha y a las tácticas a aplicarse en un momento dado. Pero ambos están de acuerdo en que hay que provocar un cambio básico en el carácter del Estado. En que debe reemplazarse el dominio de la clase capitalista por el dominio de la clase trabajadora. El socialismo no puede construirse por el simple hecho de apoderarse del gobierno y seguir haciendo uso de la vieja maquinaria estatal; los trabajadores y sus aliados deben destruir lo viejo y establecer un nuevo Estado adecuado a sus fines. El Estado de los trabajadores no debe permitir a la vieja clase dirigente la oportunidad de organizarse y hacer una contrarrevolución; debe vigilar y usar el poder estatal para aplastar cualquier intento capitalista que surja.

En el mundo hay muchos partidos que se hacen llamar "socialistas", cuando en verdad son socialdemócratas o reformistas. Creen que es posible construir el socialismo sin introducir cambios básicos en el carácter del Estado. Creen que el capitalismo puede irse perfeccionando poco a poco; que el capitalismo puede interesarse en la suerte de la clase trabajadora. Estos partidos que se hacen llamar "socialistas", contribuyen a la desorientación de la clase trabajadora haciéndola ilusionarse con planes y reformas que sólo sirven para afianzar al capitalismo. El Partido Socialista francés, por ejemplo, se ha prestado por décadas a hacerle el juego al capitalismo francés.

¿Significa el socialismo quitarle al pueblo sus bienes de propiedad privada?

En lugar de querer quitarle al pueblo sus bienes de propiedad privada, los socialistas desean que el pueblo tenga muchos más bienes de propiedad privada que antes. Existen dos clases de propiedad privada. Hay la propiedad que es personal por naturaleza, como los bienes de consumo —vestuario, alimentos, muebles, etc.—. En seguida hay una clase de propiedad que no es de naturaleza personal; la propiedad de los medios de producción. Esta clase de propiedad no se utiliza en la satisfacción de las necesidades personales, sino para producir los bienes de consumo, que sí sirven para esos fines.

El socialismo no significa quitarle al pueblo la primera clase de propiedad, por ejemplo el vestuario; significa sí quitarles a los grandes capitalistas la segunda clase de propiedad, es decir, las fábricas para hacer el vestuario. Significa eliminar la propiedad privada sobre los medios de producción en manos de unos pocos capitalistas a fin de que exista mucha más propiedad privada de bienes de consumo en manos de la mayoría del pueblo. La parte de la riqueza producida por los trabajadores y que se les arrebata en forma de ganancias, volverá a sus legítimos dueños bajo el socialismo y servirá para comprar más propiedad privada, más vestuario, más muebles, más alimentos, más y mejores habitaciones, más entradas para los espectáculos artísticos y deportivos.

Más propiedad privada para el goce y satisfacción del pueblo. Nada de propiedad privada para la opresión y explotación del trabajador. Eso es el socialismo.

¿Son, los socialistas, predicadores de la lucha de clases?

La lucha de clases tiene que existir mientras la sociedad siga dividida en clases con intereses contrapuestos. El capitalismo, por su misma naturaleza, crea esta división. La guerra de clases debe terminar tan pronto la sociedad no se encuentre dividida en clases hostiles. El socialismo, por su misma naturaleza, crea una sociedad sin clases.

Los socialistas no "predican" la lucha de clases, sino que describen la lucha de clases que ya existe. Ellos se dirigen a la clase trabajadora para provocar un cambio más rápido desde una sociedad dividida en clases a una sociedad en que tal división no será posible. Ellos urgen que la hermandad universal entre los hombres, que bajo el capitalismo no pasa a ser un sueño, sea transformada en una realidad bajo el socialismo.

¿No es mejor el sistema capitalista que el socialista, ya que en los Estados Unidos el nivel de vida sería superior al de la Unión Soviética?

Para contestar a esta pregunta debemos tomar en cuenta, primero, que el sistema capitalista de los Estados Unidos tiene cerca de 200 años de edad, mientras que el régimen socialista todavía no llega a los cincuenta años. Comparar los dos es, por lo tanto, tan injusto como comparar la fuerza de un hombre adulto con la de un niño que recién está en la infancia.

Todavía más, debemos tener presente que la Unión Soviética en el momento de su nacimiento era un país atrasado industrialmente y que fue devastada por una guerra de intervención imperialista que duró más de tres años (1918-1921), además de los destrozos que había sufrido en la primera guerra mundial (1914-1917). En seguida se la hostilizó y aisló durante más de quince años, y cuando la Unión Soviética empezaba a caminar ya con paso seguro en la industrialización socialista, los imperialistas desataron la segunda guerra mundial. La Unión Soviética fue nuevamente devastada y más de la mitad de su industria fue aniquilada; perdió 50 veces más hombres en el frente de combate que los Estados Unidos. La guerra trajo calamidades sin cuento a la Unión Soviética y a su pueblo, mientras que los Estados Unidos prosperaban, fabricando y negociando armamentos.

En tales condiciones, no puede compararse en forma simplista el mérito relativo del socialismo y el capitalismo, eligiendo para la comparación al país capitalista más rico del mundo, el más avanzado industrialmente y el único que jamás ha sido devastado por las últimas guerras mundiales.

Una comparación más justa sería comparar lo que era la Rusia capitalista en los tiempos zaristas, con el socialismo actual de la Unión Soviética. Aquí, cualquier observador honesto estará de acuerdo con que el socialismo es, pero muy lejos, superior en cada aspecto al régimen capitalista.

No debe olvidarse tampoco, cuando se responde a esta comparación entre regímenes socialistas y capitalistas, que los países socialistas han venido creciendo económicamente muchísimo más rápido que cualquier país capitalista. Por ejemplo entre 1929 y 1955, la producción industrial soviética creció en 40 veces, mientras la de Estados Unidos solamente tres veces. La potencia industrial de la Unión Soviética es hoy día equivalente a la clase de los siete países más avanzados de Europa: Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, Bélgica, Dinamarca y Suiza, tomados en conjunto. Hace apenas algunos años Alemania e Inglaterra superaban, individualmente a la Unión Soviética.

Y no olvidemos tampoco que la ventaja actual de los Estados Unidos es puramente temporal. De mantenerse las condiciones de paz en el mundo, antes de los próximos veinte años los Estados Unidos serán desplazados de su lugar de primera potencia industrial del mundo y su lugar será ocupado por la Unión Soviética. Esto ya está pasando en el terreno de las ciencias y la educación.

¿Es antipatriótico el socialismo?

Para que el socialismo fuera antipatriótico, sus fines deberían ser contrarios al espíritu y tradiciones del pueblo chileno. ¿Es éste el caso? ¿Qué cosa puede ser más patriótica que los objetivos de justicia social, igualdad, oportunidad, seguridad y bienestar económico, amistad con todos los pueblos del mundo? ¿Acaso no han sido éstos los principios que han inspirado a los Padres de la Patria y a los hombres progresistas de esta tierra?

El socialismo de Carlos Marx es una ciencia. Como todas las demás ciencias, es universal, y ha afectado el pensamiento de millones de hombres en todas partes del mundo, incluyendo a Chile. Pero la prueba de si una idea es buena o mala para el país no consiste en examinar de dónde proviene la idea, sino de si ella es práctica y aplicable a Chile.

¿Es efectivo que el socialismo es imposible debido a que "usted no puede cambiar la naturaleza humana"?

Las personas que argumentan que "Usted no puede cambiar la naturaleza humana" incurren en el error de suponer que debido a que los hombres se comportan en cierta forma en la sociedad capitalista, ello se debe a factores de la naturaleza humana, siendo imposible otra forma de conducta. Ven que en la sociedad capitalista el hombre es codicioso, sus impulsos son egoístas y tratan de salir adelante por cualquier medio, bueno o malo. De aquí concluyen que ésta es una conducta "natural" en los seres humanos y que es imposible establecer una sociedad basada en algo que no sea una lucha de competencia por las ganancias privadas.

Sin embargo, los antropólogos dicen que todo esto no tiene ningún sentido, y lo prueban citando que, en otras sociedades actualmente existentes, la conducta del hombre es completamente diferente de lo que es bajo el capitalismo. Se unen a ellos los historiadores que sostienen que el argumento no tiene sentido, y lo prueban citando las sociedades esclavistas y feudales, donde la conducta del hombre era completamente diferente que bajo el capitalismo.

Es probable que todos los seres humanos nazcan con el instinto de la conservación y reproducción de la especie. Sus necesidades de alimentos, vestuario y amor sexual son básicas. Esto es lo más que puede admitirse como "naturaleza humana". Pero la forma en que ellos satisfacen estos deseos no es necesariamente la forma acostumbrada en la sociedad capitalista, sino que depende más bien de la forma que más se adecúe a la cultura específica en que nacen. Si las necesidades básicas del hombre pueden satisfacerse solamente mediante el aplastamiento del vecino, entonces podemos suponer que los seres humanos se golpearán unos a otros; pero si las necesidades básicas del hombre han de satisfacerse mediante la cooperación, entonces es legítimo suponer que los seres humanos cooperarán entre ellos.

Los intereses más elementales del hombre se expresan en su deseo de más alimentos, más vestuario, más habitaciones, en su afán por lograr seguridad. Cuando el hombre se dé cuenta de que estas necesidades no pueden satisfacerse para todos bajo el capitalismo y que ellas pueden ser satisfechas bajo el socialismo, entonces provocará el cambio del sistema.

 

17. — La Libertad

La libertad, para la gran mayoría de los chilenos, significa hacer y decir lo que a uno se le ocurre, sin interferencia policial o estatal, y es uno de los orgullos nuestros poder criticar al gobierno y a los dirigentes nacionales.

Estas libertades, de las cuales justamente nos preciamos tanto, están establecidas en la Constitución Política del Estado. Este documento garantiza la libertad de expresión, de reunión: libertad de verse arrestado arbitrariamente, libertad de exigir un juicio correcto antes que a uno lo condenen.

La importancia de estas libertades no puede subestimarse. Ellas son libertades muy preciosas. Han sido armas esenciales de la clase trabajadora en su lucha por mejorar sus precarias condiciones. Han servido para acrecentar el prestigio de la República en el exterior.

Es muy posible que los chilenos disfruten de un grado de libertad mayor que muchos países latinoamericanos. Sin embargo sería ingenuo sostener que los derechos garantizados dentro de la Constitución se cumplen siempre en la práctica. Las libertades que figuran escritas en la Constitución no son siempre las que tenemos en la vida real. Así, los dirigentes del gobierno persiguen y hostilizan a los trabajadores amparándose en leyes represivas que son completamente inconstitucionales; hacen uso de circulares impositivas para entrometerse en la vida democrática de los sindicatos.

El Servicio de Investigaciones, creado para actuar contra los ladrones, criminales, ha sido transformado en un centro de persecución contra miles de chilenos honestos que buscan el progreso de la patria.

Los hechos indican que la clase capitalista mete mucho contrabando en sus fervientes declaraciones acerca de nuestro régimen libertario haciendo creer que la Constitución y la realidad son una misma cosa.

Todavía más, la libertad puede efectivamente ser negada o suprimida aun cuando no exista una coerción directa del Estado; los trabajadores y dirigentes sindicales progresistas, por ejemplo, con frecuencia son despedidos por los patrones sin ninguna causa justificada, sino por la lealtad con que ellos defienden a sus camaradas de trabajo.

¿Es efectivo que nuestra libertad de pensar y expresar las ideas es tan substancial como creemos? ¿Es efectivo que se toleran todos los partidos políticos cualquiera que sea su ideología? En Chile tenemos la triste experiencia que nos viene desde 1947. Decenas de miles de chilenos fueron eliminados de sus derechos de expresar su opinión política y sus creencias, y se les cancelaron todos los derechos ciudadanos. Cientos de profesores fueron expulsados de las aulas por el pecado de no ser reaccionarios. Ni siquiera la Universidad de Chile, de larga tradición democrática, ha escapado a la ofensiva antilibertaria. En su Facultad de Economía, la Universidad de Chile no tiene ninguna cátedra obligatoria de Economía Política Marxista, y esto a pesar de que la teoría económica de Marx se está aplicando ya en países que cubren casi la mitad de la población del mundo.

La libertad de prensa es una de las cosas de que más alardea la clase dirigente. Pero ¿existe ahora, verdaderamente, libertad de prensa? Todos conocemos los enormes sacrificios que debe afrontar la prensa del pueblo en su lucha por esclarecer a los trabajadores los problemas nacionales. La prensa del pueblo es continuamente vejada y perseguida y apresados los periodistas.

Para el socialismo la ausencia de coerción, valiosa como indudablemente lo es, no asegura necesariamente la libertad.

El mero hecho de que una ley no prohíba hacer tal cosa no significa que usted está en condiciones de hacerla. Nadie le prohíbe a usted sacar un boleto de ferrocarril y salir a veranear con su familia a algún balneario o ir a la cordillera a practicar deportes, pero en la práctica usted no está en condiciones de ir, no es realmente libre para viajar, porque no tiene la plata para cancelar los gastos. ¿De qué sirven todos estos derechos si la enorme mayoría de los trabajadores jamás podrá hacer uso de ellos?

Para el socialismo, entonces, la libertad significa mucho más que la simple ausencia de coerción. Para el socialismo, la libertad tiene un aspecto positivo, que para la gran mayoría del pueblo es de significación más profunda. La libertad significa poder vivir en forma completa, tener la capacidad económica para satisfacer las necesidades del cuerpo en cuanto a alimentos, vestuario y habitación,más una efectiva oportunidad de cultivar la mente, desarrollar la propia personalidad y terminar con la inseguridad.

Este concepto de libertad seguramente sorprenderá a los que siempre han tenido los medios para satisfacer sus deseos y desarrollar sus aptitudes. Para ellos la libertad se mide solamente en términos de no interferir en sus derechos; para la gran mayoría del pueblo, sin embargo, la libertad se mide en términos de más pan, menos horas de trabajo, más seguridad. Basta hacer algunas preguntas solamente, para establecer la validez de este concepto: ¿es libre un trabajador cesante que a duras penas logra subsistir? ¿Es libre una persona analfabeta a quien el régimen ha separado del mundo de los libros y de la cultura? ¿Es libre un trabajador encadenado 52 semanas a su trabajo y que nunca, en el año, está en situación de descansar, viajar, reponer sus energías? ¿Es libre un hombre en el perpetuo temor de perder su empleo y quedar cesante? ¿Es libre una persona talentosa que no puede ir a la escuela a desarrollar sus aptitudes?

Solamente los ricos gozan de libertad en el sentido amplio de abundancia, seguridad, descanso. Los pobres no son libres. Ni pueden ganar su libertad bajo el sistema capitalista. La lucha por alcanzar el socialismo es, por lo tanto, una lucha por alcanzar la libertad.

El camino hacia la libertad para la clase trabajadora está marcado claramente: substituir la propiedad privada de los medios de producción, por la colectivización de los mismos; establecer el socialismo en reemplazo del capitalismo.

Mientras el socialismo es la condición de libertad para la masa del pueblo, él priva a la clase capitalista de muchas libertades que hoy tienen. Por eso es que ellos gritan tanto de que el socialismo y la libertad son incompatibles. Debemos preguntarnos: ¿libertad para quién? Es cierto que el socialismo es incompatible con muchas libertades a las que la clase capitalista está acostumbrada. El socialismo termina con la libertad de ésta para colocar su propio bienestar por sobre el bienestar general; termina con la libertad para explotar a otros; liquida la libertad de poder vivir sin trabajar.

Para todo el resto de nosotros, el socialismo significará más —no menos— libertad efectiva. Y no nos preocupemos demasiado con la pérdida de libertad que tendrá la clase capitalista, pues ésta se ha conseguido a expensas de los que hoy día tienen muy poca.

El socialismo y el capitalismo tienen conceptos diferentes de la libertad. Para los socialistas el hecho de que el pueblo expropie los medios de producción y organice la producción de acuerdo a un plan central, significa libertad; para los capitalistas significa todo lo contrario. ¿Quién tiene la razón? El punto de vista del socialismo tiene, por lo menos, el mérito de ser consistente. Si estamos en favor de la democracia política, como expresamente todos lo estamos, entonces, siguiendo el mismo razonamiento, debemos estar en favor de la democracia económica.

Debido a que los marxistas siempre han advertido, basándose en muchas experiencias históricas, que las revoluciones han venido acompañadas por el uso de la fuerza y la violencia, se supone comúnmente que ellos "creen en el uso de la fuerza y la violencia". Esto no es verdad.

Los marxistas no defienden el uso de la violencia; ninguno, en su sano juicio, lo hace. Nada sería mejor para los marxistas que alcanzar sus propósitos de transformación de la sociedad capitalista en socialista, por medios pacíficos y democráticos. Especialmente en las actuales condiciones del mundo, tal procedimiento puede tener muchas posibilidades de éxito. Sin embargo, los marxistas advierten que los intentos de la clase trabajadora por imponer la voluntad de la mayoría y hacer los cambios necesarios encontrarán la resistencia de la clase dirigente, que combatirá hasta el final para mantener el viejo orden social; todavía más, hacen presente que el uso de la fuerza y de la violencia por parte de la clase trabajadora, una vez en el poder, se justifica como medio de impedir que sea derribada por el uso contrarrevolucionario de la fuerza y la violencia por parte de los capitalistas desplazados ayudados por el imperialismo internacional. El caso de Guatemala está muy cercano para que nos olvidemos de esta advertencia.

Los marxistas miran la transición del capitalismo al socialismo como una traslación desde el despotismo a la libertad. Están concientes de los peligros inherentes al período de transición. Es posible que se derrame sangre, que se pierdan vidas. Pero hay que preguntarse: ¿Cuál es la alternativa? ¿Es una alternativa a las pérdidas de vida que puede acompañar en algunas circunstancias a la revolución socialista, el término de los sufrimientos, la desaparición de las matanzas en escala mundial, no más violencia, no más pérdidas de vidas de trabajadores? De ninguna manera. La alternativa a la revolución socialista es más sufrimientos, más sangre derramada, más violencia, más pérdidas de vidas obreras dentro del país. Y en escala mundial, la posibilidad de guerras capitalistas. Los libros de historia relatan, con horror, la historia de miles de personas que murieron en el curso de la Revolución Francesa. En verdad es una narración trágica. Pero comparemos el total de vidas perdidas en esa revolución —estimadas en 17.000—, con los soldados caídos en una sola gran batalla de la última guerra. Comparemos la violencia de la revolución —17.000 vidas— con la violencia de la guerra mundial número dos, provocada por el capitalismo: 22.060.000 muertos y 34.400.000 heridos y lesionados para toda su vida, entre militares y civiles. Millones y millones de trabajadores de todo el mundo muertos, y sufrimientos sin cuento para las clases modestas, y todo ello para la mayor gloria y majestad de los grandes consorcios armamentistas de los cuales nuestro país se ha convertido en un satélite. Y para que no quepa la menor duda de cuál es la alternativa, recordemos que las clases dirigentes han firmado un Pacto Militar con los Estados Unidos en que ofrecen carne de cañón y materias primas chilenas a los grandes monopolios.

Cada triunfo del socialismo y de las clases trabajadoras significa alejar el peligro de la nueva matanza que han estado preparando los insaciables consorcios capitalistas.

Hace ya poco más de un siglo que Carlos Marx y Federico Engels explicaron a los trabajadores de todo el mundo, en el Manifiesto Comunista, cómo se podía llevar a cabo la transición del capitalismo al socialismo, la próxima etapa en el desarrollo de la raza humana. Y el 12 de enero de 1848, unas pocas semanas antes que los creadores del socialismo científico publicaron su inmortal trabajo, un gran hombre surgido del pueblo, en los Estados Unidos, se levantó en la Cámara de Diputados de ese país para decir algo sobre los derechos del pueblo. Esto es lo que dijo Abraham Lincoln acerca del derecho del pueblo para hacer su revolución:

"Cualquier pueblo, en cualquier parte, estando inclinado a hacerlo y teniendo la fuerza, tiene el derecho a levantarse y destruir el gobierno existente, y formar uno nuevo más adecuado a sus intereses. Este es el derecho más valioso, el más sagrado, y tenemos confianza que será el derecho que libere al mundo. Ni se limita este derecho a los casos en que la totalidad de la población quiera ejercitarlo ante el gobierno existente ... Basta la mayoría del pueblo para hacer la revolución, aplastando a la minoría que se oponga a este movimiento. Tal minoría fue precisamente el caso de los Tories (los conservadores) en nuestra propia revolución. Está en la esencia de las revoluciones que ellas no sigan las viejas líneas o las viejas leyes, sino que rompan con ambas y se hagan otras nuevas".

Los capitalistas ya no se atreven a argumentar contra la democracia política. Pero ellos están contra la democracia económica, afirmando que es un golpe contra la libertad. ¿Pero un golpe contra la libertad de quién? ¿Están preocupados ellos de que todas las personas compartan las satisfacciones de la vida, o están preocupados solamente de la libertad de la propiedad privada sobre los medios de producción, a fin de mantener su privilegiada posición?

El bajo nivel de la productividad del trabajo humano fue la justificación histórica de la división de la sociedad en clases, para la explotación del hombre por el hombre; de que la libertad fuera el privilegio de una pequeña minoría. Esta situación ha terminado.

Ahora, por primera vez en la historia, es posible abolir las clases, arrojar la explotación del mundo entero y enriquecer la calidad de la vida humana, eliminando la miseria, terminando con la inseguridad, dando acceso a todo el pueblo al mundo de la cultura; disponer del tiempo necesario para el descanso, el estudio y el desarrollo de la personalidad del hombre.

Todo esto no es nada fácil, no será cuestión de un día para otro. Pero el ejemplo ha sido dado ya por más de 900 millones de hombres que en Europa y Asia están construyendo el socialismo pese a los desesperados esfuerzos del imperialismo internacional por destruir el trabajo de esos hombres.

Sí, no es nada fácil establecer el socialismo; pero, ¿es tarea imposible para los trabajadores chilenos, los mismos que han causado admiración por su valentía, su inteligencia, su patriotismo, su espíritu libertario?

No, no es tarea imposible para la clase trabajadora. La clase trabajadora chilena unida a sus aliados, construirá el socialismo en este país y habrá libertad para todos, no para unos pocos.

 

18.—El Camino al Poder

Los marxistas sostienen que para transformar la sociedad se necesita de una revolución. Estiman que la transición del capitalismo al socialismo no puede alcanzarse en cualquier momento, sino solamente cuando las condiciones estén maduras para la transformación. No están en favor de que una minoría se haga cargo del poder; la revolución puede tener éxito solamente cuando la gran mayoría del pueblo apoye a la clase trabajadora organizada en sus partidos políticos de vanguardia, conscientes de lo que significa alcanzar el poder cuando la clase dirigente se encuentra desorientada por la agudización de los problemas debido a la acción del imperialismo y las contradicciones internas de la economía chilena.

La revolución no es el simple cambio en el personal dirigente del gobierno; reemplazando a unos miembros de la clase dirigente por otros, como resultado de una rebelión o insurrección. Para los marxistas el término revolución tiene un significado mucho más profundo. Es la transferencia del poder político de una clase a otra clase. El tipo de revolución por que luchan los marxistas, la revolución socialista, significa, concretamente: la transferencia del poder de la clase capitalista a la clase trabajadora; significa revisar las relaciones entre los trabajadores y los capitalistas, de manera que la clase trabajadora se convierta en la clase dirigente; significa eventualmente la destrucción del capitalismo a través de la socialización de los medios de producción.

La captura del poder político por la clase trabajadora es el primer paso en la revolución. El segundo paso es el reajustar el orden social y aplastar la resistencia al cambio por parte de la clase capitalista.


Centro dedicado al conocimiento, formación y difusión del Pensamiento Socialista.

Dorrego 717, Rosario.
Te. +54 0341 4474931

Visitantes Online

Hay 242 invitados y ningún miembro en línea

Subscribete

Suscríbete a nuestro canal de noticias, eventos y actividades.

Copyright © 2024 Fundación ESTÉVEZ BOERO.

Buscar

+54 341 4474931 Dorrego 717, Rosario, Arg.