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Nota política

Una campaña electoral articulada sobre consignas generales y moti­vada en hechos o denuncias de fuerte impacto marginó escrupulosamente el problema real de nuestra Patria: el agotamiento del sistema capita­lista dependiente que nos rige.

La realidad política que emergió de ese proceso electoral exterio­rizó las mismas características. El agotamiento del sistema está determinado por la agudización acelerada del antagonismo entre nuestra eco­nomía y la economía de los sistemas centrales.

Este incremento del antagonismo está determinado por la agudización de la crisis económica financiera de los sistemas centrales.

   La agudización de la crisis de los sistemas centrales está determinada por el desarrollo contradictorio de los centros económicos a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU., Europa, Japón y el denominado bloque socialista por un lado; y por el otro, por las exigencias cada vez mayores de los pueblos de América Latina y al Tercer Mundo, en el acceso a la salud, a la cultura y al bienestar.

La Trilateral ha tratado, sin lograrlo, de superar las contradicciones entre los sistemas económicos de Europa Occidental, EE.UU. y Japón, para contraponerlos al denominado bloque socialista y penetrar armóni­camente en los mercados del Tercer Mundo.

Las angustias de la Comunidad Europea exteriorizan su fracaso.

El agotamiento de un sistema capitalista dependiente también está determinado por la estructura dependiente de una economía que ha apun­tado a la promoción y a la satisfacción de las necesidades absurdas de un modelo de sociedad de consumo y no a la satisfacción de las necesidades básicas del pueblo.                   

Este agotamiento, así causado, ha determinado la paralización de nuestro aparato productivo, el profundo deterioro de las economías re­gionales, la existencia de desocupados, un índice de cuentapropistas propio del subdesarrollo, y una comunidad que no controla las vigas maest­ras de su economía.

La incoherencia es la norma y la falta de perspectivas estables es la constante.

Esta crisis en el ordenamiento del trabajo y de la producción, se irradia profundamente en las pautas culturales de la comunidad, que se desploman cual músculos y vísceras desprovistas de esqueleto.

Esta realidad se vio en nuestro país agudizada durante el régimen impuesto el 24 de marzo de 1976. A través de él y por imperio de la fuerza, las multinacionales se apoderaron de un alto porcentaje de la participación de los sectores nacionales en la renta nacional. Entre los sectores nacionales, quien sufrió la más alta expropiación fueron les trabajadores, a quienes durante el proceso se les robó de su participa­ción en la renta nacional una cifra mayor que nuestra deuda externa; fueron cesanteados miles de delegados de fábricas, muchos de ellos pagaron con su desaparición al reclamo de un par de botas de goma; jefes de personal, gerentes y ejecutivos utilizaron una forma permanente o irresponsable: la calumnia ante los organismos de la represión para acallar los justos reclamos de los trabajadores. La expresión institucional del desconocimiento de la Central Única de Trabajadores y al intervencionismo del régimen totalitario está concretada en el bando número 22105. Las pequeñas y medianas empresas, en especial las del interior, sufrieron el impacto de la economía de especulación implementada por el pro­ceso; más del 30% de ellas cerraron sus puertas. En concordancia perfecta con la economía de especulación implantada durante el proceso, no se concretó inversión significativa alguna.

El lucro fue encumbrado en la primera jerarquía del Panteón ofi­cial. La competencia fue consagrada como la relación ideal entre los hombres. La especulación fue la actividad superior de los sectores "lúcidos". El trabajo y la producción fueron las formas sórdidas a tra­vés de las cuales se exteriorizaba la vida de los "mediocres" y de quienes no tenían "capacidad" para otras cosas. El no especulador, el no usurero, asfixiado por la propaganda del régimen, en su propio medio, padeció el desprecio de los vecinos y de los suyos.

La juventud vivió durante años sospechada, proscripta su partici­pación y arrojada al terror, a la droga, a la pornografía. Los juegos mecánicos y actividades afines, gozaron de la protección y del respaldo de los altos organismos del régimen, agotado por el ejercicio mismo del proceso y desgastado por la resistencia heroica de los trabajado­res, el régimen procedió a convocar a un proceso electoral pergeñado para ser desarrollado sobre ejes aparentes. Un solo partido progresó y tuvo los medios necesarios para realizar la campaña electoral: UCR.

El eje de su campaña fue la denuncia del autoritarismo y el embate a las cúpulas sindicales. El 30 de octubre se logra la conjunción de todos los sectores sociales, políticos y económicos, adversos al pero­nismo, que suman el 52% del electorado.

El justicialismo, a pesar de ser el sector político más golpeado en la práctica y en la prédica por la dictadura, carente de conducción orgánica, carente de una estrategia electoral, con disidencias internas promovidas y promocionadas, obtiene más del 40% de los votos, siendo expresión innegable de la inmensa mayoría de la clase trabajadora y de los sectores más ortodoxos del pensamiento nacionalista.

Ante estos porcentajes no previstos, pero ante esta polarización con sus respectivos contenidos sí previstos, el Congreso del Partido no pudo vacilar ni vaciló definiéndose por unanimidad al lado de la clase trabajadora, sustento de la existencia de la Nación.

En un esfuerzo sin precedentes, pero que ha de ser necesariamente superado en el futuro -nadie lo dude-, el PSP concretó su presencia po­lítica en la mayor parte del territorio nacional.

En medio de una polarización rasante surgió en la Argentina una fuerza nueva, con una dimensión menor que la deseada subjetivamente pero suficiente para proyectar una imagen y un mensaje indeleble, de una fuerza revolucionaria arraigada en la esencia de lo nacional y profun­damente responsable.

Cien días han transcurrido desde la instalación de un gobierno constitucional. La realidad tozuda vuelve a emerger; el problema que se pretendió ignorar en toda la campaña electoral se desentierra solo: La dependencia.

Se ha demostrado que es más fácil arrestar a las Juntas del Pro­ceso que anular una concesión o desconocer una deuda a la banca internacional. Es más fácil aplicar el bando sobre organizaciones obreras que el bando declarando feriado el 2 de abril.

Esta es la situación del país, donde la realidad objetiva del agotamiento de su sistema económico se refleja irremediablemente en sus or­ganizaciones sociales y políticas. Esto sucede con el radicalismo y el peronismo, cuyos proyectos fueron los de satisfacer las necesidades de los sectores sociales que representaban, sin percibir que la razón de ser de la realidad que pretendieron modificar hundía sus raíces en la estructura dependiente del país. La Argentina de 1916 y la de 1945 ya no existen; hoy la dependencia se ha incrementado y todos los días en todos los campos aflora el agotamiento del sistema. El interior se ha despoblado progresivamente y en Córdoba se ha esfumado el último inten­to de erigir un fuerte polo de crecimiento industrial, como el que se pretendió a principios de la década del 50 (Industrias Mecánicas del Estado).

Nuestra realidad demográfica nos ha hecho perder atracción como mercado y los proyectos de inversión de capital extranjero pertenecen al pasado. Constituyen nostálgicos recuerdos dependientes de la post­guerra jamás concretados. El crecimiento numérico de la clase trabaja­dora, "índice innegable de un sistema capitalista", se ha estancado y disminuido.

Los modelos preexistentes han demostrado que no resulta una solu­ción para las necesidades de nuestro país y de la mayor parte de los pueblos del Tercer Mundo. El modelo y la posibilidad de desarrollo del Tercer Mundo todavía no está definido. Los pueblos del Tercer Mundo -que somos mayoría y de las mayorías siempre nace la nueva historia- busca­remos la forma de satisfacer nuestras necesidades y por primera vez iniciaremos en la vida del planeta una etapa donde el bienestar de los integrantes de cada una de las comunidades no estará en la explotación de algún sector o de algún pueblo por otro.

Los viejos modelos no son respuesta para los tiempos que nacen. El futuro no puede encerrarse en los moldes del pasado. No se puede que­rer cambiar lo viejo por lo nuevo yendo hacia lo nuevo con ideas viejas.

¿Cómo será? ¿Quién lo construirá? Para dar respuesta a estas pregunta el Partido lanza el programa "Para cambiar al país", y hace diez años promueve la conformación del Frente del Pueblo para su reali­zación.

Nuestro Partido piensa que es imperioso promover que los partidos políticos, que la CGT, que las organizaciones empresarias, que la Federación Agraria Argentina, y que las Fuerzas Armadas concreten un programa de integración nacional.

El PSP piensa que, al igual que los trabajadores constituyeron la columna vertebral de la resistencia al régimen de la entrega, hoy deben constituir la base de la concertación, y por eso saluda y adhiere a la convocatoria realizada por la CGT.

La difícil y compleja situación que atraviesa el país se exterioriza entre otras cosas, por la existencia de un gobierno sin un proyecto nacional y por una oposición también carente de él. Esto certifica el agotamiento de un sistema y de las fuerzas políticas a él ligadas. Pero 1984, ante una tensión creciente Este-Oeste, enfrenta a los argentinos a la imperiosa, jerárquica y difícil tarea de afianzar las insti­tuciones del país, e incrementar la solidaridad para con los pueblos hermanos de Chile y Uruguay para ampliar el espacio democrático en el Cono Sur de América Latina. Estas instituciones deben constituir las formas de nuestra convivencia democrática, su existencia debe evitar una nueva incursión sangrienta del privilegio internacional. Su funciona­miento debe posibilitar el imprescindible diálogo entre los argentinos que ha de conformar el nuevo y necesario proyecto nacional, que ha de tener como objetivo el afianzamiento de la Independencia Nacional y la satisfacción de las necesidades básicas de la Nación, encuadre necesa­rio de una libertad y una democracia estable. Este es el objetivo que el proceso histórico de nuestra Patria señala a los constructores de la nueva sociedad, a los militantes del partido. No se trata de la simplicidad de sumar o restar, se trata de la maravillosa responsabilidad de construir.


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