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Siempre el pueblo

 

En la Gran Semana de 1810 la idea de la independencia, el senti­miento de la libertad, movieron al pueblo de Buenos Aires con la misma fuerza con que la idea de defensa y el sentimiento de libertad lo había movilizado contra las invasiones inglesas. En aquella oportu­nidad la victoria había sido alcanzada sin ninguna técnica militar, nada más que con los esfuerzos y la bravura del vecindario.

En Mayo de 1810, cuando los doctores prudentes y los coroneles prudentes vacilaban entre acatar o no al virrey Cisneros y a las maniobras de los españoles en el Cabildo, los artesanos, los orilleros, los jóvenes, el pueblo, se movilizaba en plazas, recovas, cuarteles, cafés como el de los Catalanes y fondas como la de las Naciones y la de la Vereda Ancha, exigiendo un gobierno del pueblo. La mujer argentina jugó un papel destacado en todas las manifestaciones de la Semana de Mayo. En la tarde del día 19 un grupo de ellas encabe­zada por Casilda Igarzábal Rodríguez Peña, Angela Castelli e Isabel y Juanita Peña, se presentó en el cuartel de los Patricios reclamando a su jefe, el coronel Saavedra, su definición en favor de la revolución.

Esta fuerza del pueblo no surge de improviso, es el resultado y la consecuencia de más de dos siglos de opresión, de injusticias, de discriminación para los criollos. La opresión crea el terreno fértil para que la idea de la revolución crezca y se desarrolle a través del tiempo, primero en hombres aislados, luego en grupos y por último en el pueblo, que es quien hace la revolución.

Esta realidad que se forma a través de los siglos se concreta, se dinamiza, se canaliza en las calles cuando pasan determinados acontecimientos. En aquella oportunidad los acontecimientos fueron la inexistencia de los reyes de España, pero el pueblo de Buenos Aires, pero los intelectuales de Buenos Aires, no cayeron en la tentación de adorar a un nuevo emperador, al gran Napoleón. Porque el pueblo de Buenos Aires de ayer como el pueblo argentino de hoy lo que quiere no es cambiar de collar, sino vivir sin collar.

El 22 de Mayo el Cabildo intentó burlar al pueblo y salió burlado. Hoy cuando muchos, a espaldas del pueblo pretenden dibujar el fu­turo de la Nación, es conveniente recordar el juicio de Juan José Castelli, quien tuvo la debilidad de aceptar a Cisneros pero también tuvo la dignidad y la hombría de acatar la voluntad popular renun­ciando a la junta que encabezaba el virrey. Castelli dijo: no se debe reconocer en los virreyes y sus secuaces ''representación alguna para negociar sobre la suerte de los pueblos cuyo destino no de­pende sino de su libre consentimiento. Es a los pueblos a quienes exclusivamente les toca declarar su voluntad en estos casos... porque el pueblo es el origen de toda autoridad y el magistrado no es sino un precario ecónomo de sus intereses".

En la noche del 24 el pueblo, encabezado por sus auténticos representantes, el cartero Domingo French y el empleado Antonio Luis Berutti, ocupa recovas, zaguanes, cuarteles y fondas. Hasta lo simple y precario de su armamento traduce la seria y profunda decisión de alcanzar su libertad. El pueblo de Buenos Aires no aceptó la nueva junta presidida por Cisneros, obligando a renun­ciar a Saavedra y a Castelli que la habían aceptado. El pueblo de Buenos Aires rechazó la maniobra del viejo Cabildo y entrando en la sala de reuniones, el 25 de Mayo, propone a través de Berutti, a los integrantes de la Primera Junta Patria que debe ser aceptada por el Cabildo, la Audiencia y los regimientos.

De las barriadas como el Callejón de Ibáñez o los Campos del Talar, llegaron los pobladores que movilizaron y definieron Mayo. Como el gran artista que con el barro realiza la obra maestra, Argentina en su historia patria, con los integrantes más humildes y desheredados, realiza la maravillosa obra de la Revolución de Mayo.

El pueblo fue el agente de las iniciativas y de la acción eficaz en todos los primeros acontecimientos de la Emancipación. Los hombres, los grupos, cambiaron, pero la Revolución Argentina con­tinuó avanzando. Porque fue el pueblo quien la representó, la en­carnó y la realizó.


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