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Unidad Nacional

Terminamos 1980 y comenzamos 1981 en una realidad nacional difícil y en un mundo de amenazas y de enfrentamientos.

A pesar de todo, los argentinos estamos absolutamente seguros de que lograremos una Nación independiente, que va a garantizar la libertad y el bienestar para todos sus hijos. Nuestro actual retroceso no es nada más que una nube en el día, podrá oscurecerlo pero jamás transformar el día en noche.

A cada rato se dice que el plan económico no se cambiará. Nunca se hacen boletines médicos de gente que está sana, pensamos que el plan económico está enfermo y que su enfermedad ya nadie la puede ocultar.

El plan económico no ha sido aprobado por el pueblo de la Nación, ha sido aplicado al margen de la voluntad popular; el plan económico choca con los intereses de la mayor parte de los integran­tes del pueblo argentino: trabajadores, pequeños y medianos empre­sarios de la ciudad y del campo. Mientras se quiera imponer el actual plan económico será imposible el reconocimiento y el respeto de los derechos políticos de las mayorías nacionales.

1980 también nos demuestra que el avance del pueblo argentino y, fundamentalmente, de sus trabajadores y de su juventud, es impa­rable. Allí están los avances en el camino de la unidad gremial, allí están las movilizaciones de los productores agropecuarios, allí está el accionar de la juventud en contra de las restricciones impuestas en el acceso y permanencia a la educación en todos los niveles, allí está la solidaridad de los pueblos del mundo.

El objetivo argentino, para los argentinos, en 1981, es avanzar en la unidad de las mayorías nacionales para concretar la única herra­mienta capaz de asegurar la independencia nacional, la libertad y el bienestar para todos.

La unidad nacional, como los edificios, como toda casa, como el nido del propio hornero, debe comenzarse de abajo para arriba; de arriba para abajo no sirve, el viento se la lleva.

La unidad nacional debe desarrollarse en la fábrica, en el surco, en la oficina, en el aula, en el barrio, en el interior; allí están los ci­mientos de la Nación y allí se han de construir los cimientos de la unidad nacional.

La mayoría de las veces, hacer los cimientos no es fácil ni agra­dable; nos podemos encontrar con piedras, con toscas, con restos de antiguos edificios fracasados; es necesario tener mucha fe y mucha confianza.

Levantar los cimientos no luce, solamente se ve un gran pozo o algunas zanjas en la pequeña casa. Es muy lindo poner la rama que comunica el fin del techado, inaugurar la futura Constituyente del pueblo argentino; no es tan atractivo comenzar a cavar, golpear de puerta en puerta para construir los cimientos de la unidad nacional.

Esta construcción de la unidad nacional debemos profundizarla los argentinos en 1981, pero debemos saber que es imposible cons­truir la unidad nacional sin fortalecer la unidad de todas las organi­zaciones que integran la Nación. Por eso es necesario afianzar, en primer lugar, la unidad de la familia, y el camino es el diálogo cuyo primer objetivo es la comprensión y cuyo segundo objetivo es la concreción de metas comunes.

Debemos afianzar la unidad de las organizaciones gremiales y del movimiento obrero argentino, la unidad de las organizaciones juveniles; debemos afianzar la unidad de los productores de la ciudad y del campo, la unidad de los partidos políticos, la unidad de la FF.AA., la unidad de las iglesias, la unidad de las cooperativas y de las coope­radoras, la unidad del club y de la vecinal. Pero todos debemos ser conscientes que la unidad de cada organización sólo puede lograrse integrándose al país y no contraponiéndose a sus intereses.

Debemos desarrollar el diálogo entre quienes trabajan juntos en el campo y en la ciudad, entre quienes estudian juntos a cualquier nivel, entre quienes viven cerca en el barrio y en el centro. Dividirnos en cuartos sin puertas, sembrar la incomunicación, es el arma y la táctica del enemigo. Dialogar, comunicarnos, unirnos, es el camino de los argentinos.

Debemos aprovechar la oportunidad de las mesas de fin de año, por humildes que sean —que son las más—, para desarrollar el diá­logo en cada familia, el diálogo de la comprensión, el diálogo de las metas comunes; el diálogo entre argentinos es el primer cimiento de la unidad nacional; única garantía de la independencia nacional que posibilite el bienestar y la felicidad.

La amplitud de este diálogo, la justicia de este diálogo que pro­ponemos, ha de permitir la presencia en él de quienes ya no están y de quienes aún tienen las heridas abiertas del terrible drama en el que el actual sistema precipitó a nuestra Patria.

1981 debe ser un año de avance en la construcción de los cimien­tos de una Patria independiente, en la que la juventud pueda ver concretos objetivos de vida, de edificación de una sociedad más justa, a la luz de los valores de la tradición nacional.

Para que esto sea posible, no debemos olvidar los argentinos la advertencia que, en La Gaceta de Buenos Aires del 6 de setiembre de 1810, nos hiciese Mariano Moreno: "El más seguro recurso de los ti­ranos es la división de los pueblos, pues equilibrada entonces su fuerza, quedan al fin despedazados y sujetos".


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