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Consideraciones sobre la salud de los argentinos

"El hombre constituye el factor esencial de todo proce­so económico, social y político; es quien determina esos pro­cesos y los pone a su servicio".

El hombre tiene la posibilidad de conocer los fenóme­nos de la naturaleza. El conocimiento del ciclo de los vegetales permitió obtener mayor dominio sobre los alimentos; el conocimiento del ciclo y la geografía de los ríos permitió embalsar sus aguas y usarlas para riego y para producir energía eléctrica. El descubrimiento del petróleo y de la petroquímica posibilitó su aplicación en la fabricación de innumerables objetos que usamos a diario; la profundización del conocimiento de la estructura del átomo brindó inmensas posibilidades al controlar su energía. Estos pocos ejemplos constituyen la ex­presión concreta de la ilimitada capacidad creadora y realizadora del hombre. TODAS ESTAS REALIZACIONES NO SERÍAN POSIBLES SIN EL TRABAJO Y SIN LA ASOCIACION ENTRE LOS HOMBRES.

Lo lógico sería en consecuencia, que los beneficios alcanzados en la actividad económica se vuelquen para lograr el bienestar del pueblo y el desarrollo integral del hombre y de las fuerzas productivas.

Pero cuando el hombre y la mujer que trabajan no gobiernan, el país no se organiza para satisfacer su bienestar, no se transforma lo producido por el trabajo en salud, educación y vivienda. Un país así jerarquiza al capital sobre el hombre.

Esta es la realidad imperante hoy en Argentina, que tiene una organización capitalista, agravada por la presencia de los monopolios extranjeros, que hacen de nuestro país una rea­lidad capitalista dependiente, en donde la planificación eco­nómica tiene en cuenta los intereses de los grandes capita­les multinacionales y no los intereses de las grandes mayorías nacionales.

Un sistema que funciona así tiene al lucro de los capitales multinacionales como objetivo fundamental y al pueblo como secundario, transformando al hombre en una cosa u objeto que sirve en la medida que da ganancia.

La salud: Hecho social

Si entendemos por salud pública la preservación, incremento y promoción de la salud de todos los integrantes del pueblo, sabemos que no hay salud sin alimentación adecuada, que no hay salud sin vivienda confortable, sin vestimenta adecuada a las diferentes temperaturas del año, que no hay salud sin educación sanitaria, que no hay salud sin agua corriente y cloacas, que no hay salud sin un buen nivel de calidad de vida. También sabemos que no hay salud con las tierras, las aguas y el aire contaminados, que no hay salud con desocupación, que no hay salud con malas condiciones de trabajo, trabajo incentivado o doble jornada de trabajo, y que no puede haber salud mental en las actuales condiciones económicas, sociales y políticas.

Por lo tanto no podemos quedamos con el viejo concepto de que la salud es la ausencia de enfermedad en un determinado individuo, ya que ello constituye un enfoque individual y par­cial de la salud, ajeno a la realidad. La salud es un hecho social que importa a toda la sociedad y por eso constituye una responsabilidad ineludible del Estado garantizarla.

Hoy los pacientes enfermos de tuberculosis tienen la provisión gratuita y completa de todos los medicamentos necesarios pare su curación, y sin embargo, en Argentina aumentan los tu­berculosos. Esto está asociado a la mayor cantidad de horas de trabajo, a la alimentación deficiente, y a las malas condicio­nes de vida y de trabajo.

Roberto Koch (1843-1910), médico alemán que descubrió el agente causante de la tuberculosis y la vacuna para la misma, pero que además comprendió la esencia de la enfermedad, expresó: "Yo la he descubierto y curo a los enfermos, pero no puedo curar la miseria; la tuberculosis seguirá existiendo mientras el hombre no tenga vivienda adecuada, alimentación sufi­ciente, etc."

El enfermo del Mal de Chagas no es un enfermo indivi­dual, aislado, sino una dramática consecuencia del déficit de viviendas salubres, ya que la vinchuca, agente transmisor de la enfermedad vive en los ranchos de adobe y paja. Existen dos millones y medio de argentinos que padecen esta enfermedad, de los cuales cuatrocientos mil están afectados del corazón.

La mortalidad infantil es tal vez el ejemplo más evi­dente y trágico del carácter social de la salud y de la enfermedad. Las causas abrumadoramente mayoritarias que ocasionan las muertes de nuestros niños son la desnutrición, las diarreas y las infecciones. Sus índices expresan las profundas desigualdades existentes entre las diferentes zonas del país (zo­nas ricas y zonas pobres) y las desigualdades en una misma ciudad (centro y barrios marginales). Un niño argentino que muere es un infanticidio cuya responsabilidad recae en quienes diri­gen el Estado.

Hoy el avance tecnológico de la medicina permite injertar un dedo seccionado, pero no previene el accidente de trabajo que ocasionó tal lesión; y los accidentes se multiplican por el empeoramiento creciente de las condiciones de tra­bajo. Lo que sucede es que también el avance tecnológico está al servicio de la "ganancia", y muchas veces cuesta "demasia­da ganancia" evitar el riesgo.

La inseguridad del hombre en su futuro, la inestabilidad económica, la desprotección ante el infortunio, son factores de desesperación, ansiedad, y angustia, de enfermedad mental. La propaganda permanente que plantea la necesidad de consumir y querer más artículos intrascendentes e inútiles, y el lucro como único norte para todos los actos de la vida, también son causas determinantes de alteraciones de la salud mental.

Este es el ritmo que impone la sociedad actual, con los cerebros triturados en las grandes   ciudades. Ya en 1947 el Dr. Ramón Carrillo (1906-1956) Ministro de Salud Pública del primer gobierno del Gral. Perón expresó: "Aquello que es un factor social, termina siendo un factor orgánico. La desocupación, o el trabajo mal adecuado a la capacidad de cada uno, es causa de enfermedad física o mental. El vivir desesperado esta vida que se llama moderna, es vivir y al propio tiempo sufrir. Es la miseria, el anhelo frustrado, la injusticia social, la familia mal organizada, es el caos económico y social.

Los accidentes de autos en ciudades o carreteras van en permanente aumento. Las estadísticas publicadas en los diarios del 3/12/80 consignan que en la Capital Federal, desde el 1 de enero al 31/10 del año pasado se produjeron 4.990 accidentes denunciados, con 5696 heridos y 429 muertos, según infor­ma la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires. Esto significa que la proporción de muertos es de 1,3 por día.

Sin embargo, esta sociedad consumista y caduca, en vez de limitar al automóvil, lo promociona construyendo irracionalmente autopistas y reduciendo o paralizando la red de transporte a comunitarios. Los muertos o disminuidos no importan, se benefician las compañías de seguros. La ansiedad y el nerviosis­mo de los automovilistas amplían el mercado de los tranquili­zantes. La polución de las ciudades favorece la venta de remedios milagrosos y alimentos "dietéticos" naturales, así como la necesidad de evasiones sistemáticamente industrializadas.

El alcoholismo no puede combatirse válidamente si no se modifican las causas estructurales que lo promueven.

Le existencia en Argentina de 15.000 drogadictos, co­mo acaba de manifestar en Tucumán el delegado de la Policía Federal, en declaraciones publicadas por la prensa el 2/12/80, es expresión de la enfermedad social que afecta especialmen­te a sectores crecientes de nuestra juventud. Un país que mar­gina a sus jóvenes de toda posibilidad de participación, que le cierra o traba el ingreso a toda capacitación, que no brinda seguridad en el trabajo, con gran parte de sus familias resquebrajadas o rotas, sin esparcimiento ni práctica deporti­va planificada (lo único planificado son los tragamonedas que se instalan en el centro y en los barrios, y en todas las ciu­dades y pueblos), en síntesis, un país que priva a su juventud de objetivos nacionales, empuja a los jóvenes a la drogadicción.

Lograr el bienestar del pueblo

El Partido Socialista Popular, cuyo objetivo es la de­fensa da la Argentina, y de lo mejor que ella tiene, que es su pueblo, convoca a todos los sectores de la vida nacional a re­flexionar seriamente sobre esta realidad. Los puntos de vista parciales, unilaterales, egoístas, jamás han tenido proyección como soluciones valederas. Sólo la idea cardinal de la Nación y del bienestar del pueblo constituye la única fuerza orientadora.

No se trata aquí de un problema presupuestario, de mayor o menor obsolescencia de los hospitales, de la mejor o peor cobertura de las obras sociales ni tampoco de la defensa de una concepción individualista, comercial y anacrónica de la medicina.

Aquí nos encontramos ante una sociedad crónicamente enferma, que transmite y agrava los males a todos los que en ella vivimos, y que se hace imprescindible modificar como Na­ción.

Argentina es un país extenso, con pocos habitantes, muy mal distribuidos, y con una baja tasa de natalidad. Siendo la cantidad de población muy difícil de modificar, es imprescin­dible que jerarquicemos la calidad de todos los habitantes de nuestro pueblo. Por ello el logro de la salud plena, constituye una formidable palanca para lograr el bienestar y la feli­cidad de todos los argentinos.

En 1924, al presentar ante el Senado de la Nación el proyecto para la creación de la Dirección Nacional de Salud Pública y Asistencia Social, dijo el Presidente de la Comi­sión de Higiene y Asistencia Social, compañero Alfredo Pala­cios (1880-1965): “Hablamos con orgullo de nuestra riqueza ganadera y olvidamos el espectáculo doloroso de la despobla­ción de muchas regiones argentinas, donde el capitalismo ta­la los montes y degenera la raza. Hay un fondo de egoísmo irreflexivo y de insensible dureza que viene de los planos superiores de la sociedad e impide a los hombres abordar la solución de los males colectivos que tan fácil sería extirpar con espíritu de solidaridad humana"..."Hemos olvidado, lo he dicho innumerables veces, que la verdadera riqueza de la Nación no está en la carne de los novillos, sino en la sangre de los hombres y en el ejercicio normal de todas las funcio­nes del organismo; que es rico un país donde hay muchos hom­bres sanos y fuertes y es miserable un pueblo donde el hom­bre está enfermo, es triste, resignado, y trabaja la tierra sin amor. El hombre enfermo y resignado pierde su personalidad. Concluye por ser una cosa y entonces, más importante que él son los animales”.

Hoy, 46 años después, la concepción denunciada gobier­na la Nación. Esta es la expresión del profundo drama argen­tino.

Es necesario crear una realidad nacional que jerarquizando al hombre como valor supremo, edifique una organización social que le posibilite vivir dignamente junto a su familia con 8 horas de trabajo.

El inmenso desarrollo de la medicina curativa, la tec­nología aplicada a costosos aparatos, no sólo no son suficientes, sino que además son contrarios a la producción del cambio en materia de salud que el país necesita.

A las costosas propagandas sobre trasplantes de órganos, a las empresas de salud que ofrecen rebuscados aparatos con avisos que ocupan todos los días los principales diarios del país, se opone la realidad de una gran cantidad de argentinos, cada vez mayor, que mueren por enfermedades que se pueden prevenir o curar, o sobreviven disminuidos física y psíquicamente por ca­recer de las más elementales formas de asistencia.

Un trabajador argentino que sufra de tuberculosis, que tenga su mujer disminuida por el Mal de Chagas, que haya perdi­do uno de sus hijos por desnutrición, que vea a un compañero de trabajo en la obra caerse y fracturarse las piernas, o que tra­baje 14 horas diarias para sobrevivir,... si ese trabajador no ha sido ganado por el alcohol, podrá explicarle a cualquiera , aunque alguna vez haya entrado a un consultorio módico con música funcional, que este sistema no le garantiza ni su vida ni la de sus semejantes.

Una sociedad sana, garantía para un hombre sano.

Mientras el hombre no constituya el valor supremo de la sociedad, la salud se considerará como un gasto y el Estado se declarará subsidiario. Es que el capitalismo dependiente, cuan­do mayor sea el grado de planificación conseguido por sus "téc­nicos", reduce al máximo las inversiones que benefician a las mayorías: salud, educación y vivienda, en provecho de una pro­ducción de bienes individuales de consumo. Esta es la base que determina, dentro de la actual estructura, la imposibilidad de una política de prevención que elimine las causas de la en­fermedad, en vez de quedarse en el tratamiento de los efectos. No se desconoce lo positivo de una medicina asistencial que debe brindarse, pero debe remarcarse el abismo existente entre ella y la prevención.

Para hacer realidad el goce de la salud como un dere­cho fundamental, sin distinción de razas, religión, credo político o condición económica o social, es esencial cambiar el carácter de las relaciones sociales existentes en nuestra Na­ción. Reemplazar un sistema individualista, regido por el objetivo del lucro, por otro regido por la solidaridad y fra­ternidad entre los hombres. En él, el Estado deberá garantizar la asistencia médica gratuita integral, igualitaria y obligatoria para todos los integrantes de la Nación, coordi­nando al efecto los servicios oficiales (municipales, provinciales y nacionales), sindicales y mutuales. Los servicios privados deberán integrarse voluntariamente al plan. Se otorgará prioridad absoluta a la medicina preventiva sobre la curativa. Este plan nacional de salud promoverá la partici­pación popular en todos sus niveles y etapas, y deberá estar regido por un organismo nacional en el cual participarán el Estado, el pueblo a través de sus organismos sindicales, profesionales y empresariales, las Fuerzas Armadas, los trabajadores de la salud y la Universidad.

Se garantizará la asistencia materno-infantil desde antes de la concepción y se deberá brindar a la infancia y a la juventud una asistencia especial que garantice su co­rrecto desarrollo psíquico y físico; para ello se dará im­portancia prioritaria a la educación física, a la práctica del deporte y a la recreación, como elementos indispensables para el desarrollo de la salud física y mental del pueblo.

Con respecto al medicamento, asociado a través de empresas productoras al festín del comercio de la enfermedad -con la muy notable excepción implementada por el Ministro Oñativia (1964-1966)-, no han existido iniciativas serias de encuadrarlo socialmente. Es necesario determinar precios fijos y uniformes para los medicamentos e implementar el For­mulario Terapéutico Nacional. Se deberá ejercer el control público de la industria farmacéutica a los efectos de garantizar seguridad y accesibilidad al medicamento; es preciso eliminar los actuales métodos de propaganda y promoción del mismo.

Es necesario que el pueblo, a través de sus organizaciones naturales, partidos políticos, sindicatos, vecinales, centros estudiantiles, cooperadoras escolares, clubes, bi­bliotecas, desarrolle actividades que tiendan a crear una conciencia sanitaria que le permita ampliar su participación en la defensa de su derecho a la salud. Pero esto sólo será posible a través de formas socialistas de organización so­cial que entiendan al hombre solidario del hombre, y no en el actual sistema capitalista dependiente, que ve en el hombre a la competencia y al enemigo de todos los hombres. So­lamente la organización socialista de nuestra Patria garantizará la independencia nacional y la libertad de sus habitantes, donde la realidad social y económica dejará de ser enemiga de la salud para transformarse en puntales de la misma. Esta sociedad actual garantiza enfermedad para todos. La socie­dad futura, la sociedad socialista, a través de la participa­ción orgánica de todos, a todo nivel y en todas las áreas asegurará la salud de todos.

Guillermo Estévez Boero, Héctor J. Cavallero, Héctor Miguel Di Biasi, Miguel A. Godoy, Juan Carlos Zabalza, Rubén Bilicich, Carlos R. Constenla, Víctor M. Mondschein, Carlos E. Spini, Marcelo Gallino, Ernesto Jaimovich, Jorge López, Oscar Santarelli, Roberto Simes, Rodolfo Succar.

Febrero de 1981


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