La falta de energía, la reaparición del terror y el descontrol de las finanzas son partes de una realidad que el Socialismo Popular viene planteando desde 1983. Son expresiones que demuestran con claridad la gravedad de nuestra crisis y lo difícil que es el camino de la transición hacia la Democracia.
Con la falta de energía aparece en la superficie una parte de nuestra grave crisis económica que con el tiempo se repetirá en el funcionamiento portuario, en el servicio ferroviario y en el estado de nuestraS rutas.
El terror reaparece en una sociedad que sin horizontes ciertos, sin porvenir claro, muchas veces sin esperanza, baja sus brazos y disminuye su confianza en las instituciones de la democracia.
El descontrol de la realidad financiera es la expresión de la ineficacia de un equipo de economía que, al margen de sus calidades personales ha demostrado carecer de soluciones adecuadas para la crisis del país y cuya remoción venimos pidiendo desde fines de 1985. Es la expresión del imperio de la usura y la especulación sobre el trabajo y la producción; es la expresión de la supervivencia de la patria financiera. Es la expresión de la incompatibilidad absoluta —en un país en crisis— entre el mejoramiento de quienes trabajan, el crecimiento de la producción y la usura.
La grave falta de energía nos demuestra el agotamiento del viejo modelo de país. El terror —que se realimenta entre sus diversas expresiones— nos demuestra la desesperanza y el cansancio moral de nuestra sociedad. El caos financiero no sólo nos demuestra el agotamiento de un modelo de país, sino el profundo error de una metodología de gobierno que pretendió y pretende imponer planes económicos sin escuchar a los que trabajan y a los que producen en el campo y en la ciudad.
Esta es parte de la realidad que golpea constantemente a los argentinos que habían vivido el espejismo o el sueño de pensar que en 1983 se habían dejado atrás todos los grandes problemas del país. El sueño, el caramelo, era lindo, sin trabajo y sin sacrificio se había conseguido un nuevo país.
Hoy el viejo país, con todas sus miserias nos golpea la cabeza. A quienes aún no habían despertado les parece una pesadilla, pero es una realidad. El país también vive una campaña electoral, que tiene una duración y unas fechas, absolutamente negativas para nuestra realidad, pero determinadas por cálculos electoraleros.
Los partidos mayoritarios —que son la expresión populista de la crisis— no tienen propuesta para el conjunto de los argentinos y se trenzan en un canibalismo absurdo e inconsciente en medio de la grave situación y de la difícil transición que vive el país.
El socialismo denunció desde el 83 la extrema gravedad de la situación y planteó para su solución la necesidad del consenso, de la concertación entre la mayoría de los integrantes de este país, para poder salir adelante.
Las fuerzas mayoritarias carentes de una propuesta global para los argentinos apelando al miedo o al odio de cada ciudadano, para que vote en contra de su adversario. El socialismo plantea una propuesta no para dividir sino integrar la nación.
Somos consecuentes con nuestra propuesta de concertación sin exclusiones, entre todos los sectores que integran la comunidad nacional. En el país se aprecian con claridad dos estrategias, dos caminos. Uno plantea la confrontación carente de proyecto para la nación Argentina quiere dividir para reinar, peronismo y antiperonismo, civiles y militares, izquierda y derecha, etc. El otro camino planteado por el socialismo, unir, integrar, a través de la concertación, del consenso libre y democráticamente elaborado.
Este es el único camino válido para la consolidación de la convivencia democrática, para el desarrollo de las organizaciones que defienden los intereses del pueblo y de la Nación, para la maduración de un cambio real, de un cambio posible, de un cambio celeste y blanco, de un cambio fundamentalmente moral.
Como siempre en la historia, y al igual que los niños que nacen desnudos, lo nuevo viene desprovisto de recursos, de complicidades con los factores de poder del régimen, pero viene con sus raíces fuertemente enclavadas en las mejores tradiciones de nuestro pueblo y alimentada por la invencible fuerza creadora y realizadora de los argentinos, en los cuales creemos.
El pueblo no da sus fuerzas a quienes no creen en él.