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Malvinas: contra la agresión, la Unidad Latinoamericana

En estos días los argentinos sufrimos un nuevo ultraje de nuestra soberanía. Fuerzas británicas realizan maniobras en nuestro espacio aéreo y en nuestro territorio de Malvinas, con el conocimiento y el innegable visto bueno de la administración Reagan.

Resulta evidente que las maniobras británicas no tienen sólo el objetivo de reiterar su voluntad de continuar ocupando nuestras islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur sino que están destinadas a lograr una experiencia y conocimiento directo de las condiciones del Atlántico Sur, que serán utilizadas por los EE. UU. en caso de una confrontación entre las superpotencias, para apoderarse o dominar el Pasaje de Drake, que es la gran vía de comunicación existente al Sur de Tierra del Fuego entre el océano Atlántico y el Pacífico.

Si consideramos que el arma más eficaz de los mares son los grandes submarinos nucleares capaces de disparar misiles con cargas atómicas, es evidente que estas unidades no pueden cruzar por el Canal de Panamá y sólo con mucha dificultad pueden hacerlo por el Estrecho de Bering y es por eso que la importancia geopolítica de nuestro Sur y de nuestras Malvinas es extraordinaria.

Los argentinos debemos tener una firme unidad en la defensa de nuestra soberanía —rechazando las posturas claudicantes tanto de la UCeDé como del MID—, para ser merecedores del apoyo solidario que nos han brindado los pueblos de América latina enfrentando la complicidad de la administración Reagan con la agresión del colonialismo inglés, expresada una vez más con su abstención en la OEA.

Estas maniobras británicas cuyos objetivos están claramente dirigidos a la posible confrontación entre las superpotencias, traen en forma concreta para Argentina y para América latina el peligro de transformarse en campo de batalla en caso de un enfrentamiento entre las superpotencias.

Los argentinos y sus dirigentes políticos tenemos la responsabilidad de no confundir los objetivos trascendentes de la Nación con las intrascendentes confrontaciones electorales entre el radicalismo y el justicialismo. Debemos ser constructores de una unidad nacional monolítica en defensa de nuestra soberanía, enfrentando con fuerza la degradación de la postura claudicante que plantea la declaración unilateral por parte de nuestro país del cese de hostilidades, sin exigir ningún gesto positivo de parte de los ocupantes de nuestro territorio que lo justifique. La defensa de nuestra soberanía hoy nos plantea la necesidad de producir hechos concretos tales como la intervención de las propiedades y sociedades pertenecientes al capital británico existentes en nuestro país.

La Nación no es un negocio que pueda manejarse por el fetiche de supuestas reglas del mercado. La política exterior ha de tener en cuenta los intereses materiales de la República, pero ha de estructurarse de conformidad con principios que justifican y fundamentan nuestra existencia presente y futura. Debemos los argentinos jerarquizar lo que los claudicantes tanto menosprecian: la unidad de América latina.

Este es el legado que hemos recibido de San Martín y de Bolívar; es la lección de tantos soñadores de la solidaridad humana e internacional como José Ingenieros, Manuel Ugarte y Alfredo Palacios; es el mensaje de la Reforma Universitaria de 1918; es la piedra angular de la política exterior de Hipólito lrigoyen y, conjuntamente con la unidad nacional, constituye el postrer mensaje de Juan D. Perón.

La unidad de la América latina debe ser el objetivo más codiciado de la política exterior de todas nuestras naciones, y por las mismas razones su destrucción es el objetivo permanente de la política en la región de la administración Reagan. Por eso los argentinos debemos profundizar y desarrollar una política exterior que avance en el fortalecimiento del Grupo de Contadora (Venezuela, Colombia, Panamá, México) y de su Grupo de Apoyo, como así también del Grupo de los Ocho (Argentina, Brasil, Colombia, México, Panamá, Perú, Uruguay, Venezuela) y garantizar el cumplimiento del Tratado de Esquípulas 11. Ellos hacen al futuro de América latina y al afianzamiento de nuestra independencia.

A pesar de que la claudicación ha penetrado en las entrañas del gobierno constitucional en el campo de la economía y de las empresas de Estado, a pesar de que la "patria financiera" sigue siendo el sector privilegiado por la política oficial, a pesar de las jubilaciones, de los salarios, de la incapacidad radical-justicialista para hacer funcionar nuestras escuelas, a pesar de los impuestos, a pesar de toda esta realidad contraria al trabajo y a la producción, a pesar del olvido de nuestros ex combatientes, los argentinos debemos tener, por nosotros y por nuestros hijos, la inteligencia y la paciencia necesarias para apoyar, en cada caso, lo positivo y rechazar lo negativo.

Con el mismo coraje, con la misma claridad, con la misma franqueza hoy los pueblos de América latina y sus gobiernos democráticos viven una etapa de avance en su lucha de siempre por el logro de su unidad. Nuestra madurez y nuestra capacidad crecen; en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, la sabiduría de América latina ha dejado sin espacio a una nueva provocación de la administración Reagan contra el pueblo de Cuba.

América latina y el Tercer Mundo le han dicho al provocador que tenemos la suficiente madurez como para garantizar en nuestros países la vigencia de los derechos humanos.

A pesar de todos los problemas diarios que se clavan en nuestra carne, debemos tener los argentinos tiempo y fuerza para defender la unidad de nuestro Continente, para defender la independencia de Panamá, el cumplimiento de los tratados Torrijos-Carter, el cumplimiento del plebiscito en Chile, el cumplimiento de la voluntad constituyente del pueblo de Brasil.

Para nuestra Patria Argentina y para nuestra Patria grande América latina vale la sentencia de Manuel Ugarte:

"El imperialismo podrá apoderarse del resorte de nuestras administraciones, pero a los pueblos que reviven sus epopeyas heroicas, a los pueblos que sienten las diferencias que los separan del extranjero dominador, a los pueblos que no tienen acciones en las compañías financieras ni intereses en el soborno, a esos pueblos no los puede desarraigar ni corromper nunca nadie".


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