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Adelante Juventud

Cuando los argentinos vivimos la crisis más profunda de nues­tra historia, motivada por la aplicación inconsulta de un plan eco­nómico contrario a los intereses de la Nación, es necesario proteger a los niños y defender a la juventud.

La inacción es la causa principal del dolor juvenil. ¡Para qué me sirven estos brazos! grita el joven sin trabajo.

La razón de la acción, no es el placer ni el egoísmo, sino la vida. Desde el primer estremecimiento del embrión, hasta la última con­vulsión del anciano. Todo movimiento del ser tiene por causa la vida.

La realidad organizada por la usura internacional, por la so­ciedad de consumo, es contraria a la vida, envenena el aire, pudre el agua e intoxica las cabezas con el contenido aberrante de su prensa, de sus radios y de sus televisores. Esta realidad cierra el acceso a los jóvenes con más inquietudes. Esta realidad disminuye la figura del padre que hoy está sin trabajo o con un sueldo de hambre, porque no supo especular o "acomodarse". Para la escala de valores oficial es un fracasado por "ineficiente".

Todo este encadenamiento de circunstancias, este mecanismo tan vasto y de acción tan nefasta que se llama sociedad de consumo, parecería haber sido especialmente creado para detener, pervertir y destruir las fuerzas y las aspiraciones de la adolescencia en el momento en que se desarrolla.

En épocas de grandeza, en épocas revolucionarias, en 1810, la juventud argentina fue la vanguardia de la Independencia Nacional.

En épocas de degradación nacional, la juventud es corrida de las aulas, expulsada de la fábrica, estafada y defraudada en sus de­rechos, burlada y ultrajada.

Con estos jóvenes, hijos del pueblo, los socialistas populares, conjuntamente con los integrantes de las mayorías nacionales, vamos a construir el futuro digno e independiente de la Nación Argentina.

Nuestro joven sufre desde muy niño las consecuencias degra­dantes de la sociedad de consumo. El niño sufre la desintegración de la familia, la ausencia del padre y de la madre que deben con­currir a lejanos trabajos, la ausencia casi permanente del padre, porque cuando el niño se levanta él ya se fue y cuando el niño se duerme él aún no llegó. La ausencia de sábados, de domingos, de feriados, para estar en familia, para convivir con la familia. El plan económico de la usura, permite que todos los días se puedan hacer horas extras, changas. La jornada de ocho horas, el descanso se­manal, pertenecen al pasado. Hoy el trabajador puede ser explotado las 24 horas del día, los siete días de la semana, las cincuenta y dos semanas del año.

Este niño, de familia desintegrada, por lo que se quiere llamar libertad de trabajo y es en verdad libertad de explotación, tiene muy pocas posibilidades de llegar a una guardería. Las públicas y gra­tuitas son muy escasas. Las privadas y pagas, son muy oaras. Este niño tiene muy pocas posibilidades de entrar a un jardín de infantes o a un preescolar gratuito, en las ciudades son muy pocos. En el campo oada vez son menos. El plan económico ha descubierto que no son rentables. Este niño puede luego comenzar la escuela pri­maria, en donde será el paragolpe entre antojadizos planes de en­señanza y métodos pedagógicos y la realidad concreta de su hogar.

La solicitud permanente de materiales de estudio chocará a diario con el limitado presupuesto de una familia trabajadora. Así el niño comenzará a masticar las limitacioijes de un hijo de trabaja­dor, las jerarquías sociales, las diferencias sociales que aparecen en manuales, fibras, fibritas, reglas, tijeritas y fiestitas.

La escuela del régimen no forma en la igualdad de los niños, sino que marca la desigualdad entre los alumnos. El que tiene puede y el que no tiene no puede.

El niño que tiene la suerte de terminar la escuela primaria se enfrentará con el ingreso al colegio secundario. Este ingreso me­dirá, no la capacidad con la cual nació el niño, sino las diferencias de aprendizaje y de medios existentes entre los hijos de un rico y de un trabajador, las diferencias existentes entre quienes viven en la ciudad y en el campo, las diferencias existentes entre los hijos de un profesional y de un trabajador. El arbitrario ingreso premiará y castigará en los hijos las diferencias de sus padres; lógicamente castigará a los hijos de quienes menos tienen.

Pero muchos niños no tendrán la suerte de ir a un colegio se­cundario, deberán ir a trabajar, les será muy difícil conseguir tra­bajo, muchos deberán agregar a la realidad de la familia desintegrada la realidad de la desocupación. Los que consigan trabajo compro­barán la no aplicación de todos los reglamentos protectores del trabajo del menor y la falta de delegaciones del Ministerio a donde ir a preguntar o ir a quejarse. Trabajar cuando se encuentre, cobrar cuando se pueda, son los elementos de seguridad que aporta la so­ciedad de consumo a la formación de la personalidad del joven que trabaja.

Casarse es muy difícil, vivienda propia es imposible y ya los padres viven apretados en las suyas.

Entrar a la universidad es más difícil, para un hijo de tra­bajador, que volar en un palo de escoba. Allí nuevos exámenes de ingreso reducen al máximo las posibilidades de quienes han come­tido el "delito" de nacer en un hogar de trabajadores, pero tampoco la universidad ofrece posibilidades formativas y de participación a quienes a ella lograron entrar. Ella es la suma incoherente de especialidades, impartidas en forma totalmente ajena y divorciada de la necesaria formación integral del joven argentino. Dificultad para vivir en familia, dificultad para estudiar, dificultad para tra­bajar, dificultad para construir un hogar.

En síntesis: dificultad para vivir, es lo que ofrece nuestra rea­lidad a la juventud nacional.

Emigrar, siempre emigrar. Del campo a la ciudad, del pequeño pueblo a la gran ciudad, del país al extranjero. Emigrar, no asen­tarse, es la maldición de la sociedad consumista. En las zonas ru­rales ya no quedan jóvenes, si esto sigue no quedarán en el país.

A pesar de este presente, la juventud no debe caer en el pesi­mismo, porque día a día se exterioriza a través de la actividad po­lítica, de la actividad sindical, de la actividad agraria, de la actividad universitaria, la firme y decidida resolución de las mayorías nacio­nales de recuperar la facultad de construir el futuro nacional en donde los jóvenes, los maduros y los ancianos, no serán extraños ni desocupados en su tierra, tendrán derecho al bienestar, a la soli­daridad en una patria independiente, respetuosa de la lucha de los pueblos por su independencia y libertad. Se habrá superado para siempre la degradación del terror, de la droga, de la pornografía, donde la precipitó un sistema económico basado en la competencia y en la explotación de los hombres por los hombres.

Hoy en setiembre, los socialistas populares ratificamos una vez más nuestra fe en el futuro de la patria, en este mes donde los brotes y las flores anuncian frutos futuros. En este mes de la juven­tud, ella anuncia la nación futura, independiente, donde exista la libertad y el bienestar para todos sus hijos.


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