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Solo la unidad y la organización conducen a la victoria

Reina un gran desorden dentro de los límites de la Patria.

La superinflación se devora los salarios de los trabajadores y las ganancias de las pequeñas y medianas empresas de la ciudad y del campo.

La danza de la muerte acelera su ritmo.

Los Frigerio, los Frondizi, los Alsogaray y los Manrique gastan sus gargantas pidiendo a las Fuerzas Armadas el golpe de Estado.

Los viejos grupos dirigentes de la Bolsa de Comercio, de la Unión Industrial, de la Sociedad Rural y de ACIEL, organizados en APEGE (Asam­blea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias), lanzan su plan de asalto final a las instituciones constitucionales del país que representan la soberanía popular. Las mayorías nacionales sufren una realidad eco­nómica que las empobrece y, día a día, contemplan el derrumbe de todo el aparato estatal que en un momento defendió sus intereses y sus derechos.

Toda la estructura del gobierno, dentro de la cual los sectores po­pulares fueron avanzando lentamente en procura de sus conquistas y en defensa de sus derechos, presenta un resquebrajamiento definitivo. El país es como un zoológico en el cual se han roto todas las jaulas: la única ley que rige ya en él es la ley de la selva. Las fieras más rapa­ces, más sanguinarias devoran y tratarán de devorar a los demás in­tegrantes.

Las fieras rapaces y sanguinarias de Argentina son los monopolios extranjeros y la oligar­quía terrateniente, que hoy atacan las reivindi­caciones, los derechos y las ganancias de los integrantes de las mayo­rías nacionales, como lo hicieron en 1930, en 1955 y en 1966.

Muchos argentinos que no han aprendido la enseñanza de la historia de nuestra Patria, todavía creen que, recorrien­do este camino, algún patriota o algún sector de patriotas podrá obte­ner ventajas. Se equivocan profundamente.

La actual situación del país, creada por los monopolios extranjeros y la oligarquía terrate­niente aprovechando las debilidades y los errores de los representantes de las mayorías nacionales, solamente producirá de­rrota y dolor para todos los argentinos.

Ningún sector del pueblo, ningún sector del empresariado nacional, ningún sector de los productores agropecuarios, ningún sector de las Fuerzas Armadas ni de la Iglesia resultó beneficiado ni en el 30, ni en el 55, ni en el 66. Los únicos beneficiados fueron, ciertamente, los monopolios extranjeros y la oligarquía terrateniente.

En todas esas oportunidades se aniquilaron las organizaciones sindicales y estudiantiles, así como los partidos políticos, y se operaron las mayores divisiones en las Fuerzas Armadas y en la propia Iglesia.

Cada vez que fue desconocida la soberanía popular, todos los inte­grantes del pueblo y sus organizaciones básicas, sindicales, juveniles, políticas, empresariales, sus Fuerzas Armadas e Iglesia sufrieron el más grande perjuicio en provecho exclusivo de los monopolios extranjeros y de la oligarquía terrateniente.

Dentro del desorden existente, los enemigos del país de adentro y de afuera actúan con un orden casi perfecto, sistemática y permanente­mente aprovecha cada error de quienes han tenido la alta responsabi­lidad de repranatar los intereses de las mayorías nacionales.

terido ia responsabilidad de gobernar cometieron dos errores. Primero, no haber comprendido que es imposible la ex stencia de un gobierno que represente los intereses populares, si el mismo no termina con los enemigos del pueblo. Estos enemigos son los que organizaron el desabastecimiento, dando origen al acaparamiento y al mercado negro; son los que planificaron detenidamente la actual situación y el próximo golpe de Estado. Mientras ellos manejen resortes funda­mentales de la economía del país, serán los eternos conspiradores contra todo gobierno que represente los intereses del pueblo. El segundo error consistió en no ha­ber creado los necesa­rios canales para la par­ticipación popular, a to­do nivel y en todas las áreas de la actividad es­tatal y privada, posibili­tando el acceso del pue­blo a consejos asesores de hospitales, de escue­las, de reparticiones de servicios públicos, a comisiones encargadas del control de precios y abastecimiento, y el ac­ceso de los trabajadores a la administración de las grandes empresas. Con relación a la juven­tud, en vez de incremen­tarse su participación, se la ha restringido, llegándose a la necedad existente en el campo universitario en donde el único objetivo que cumplen las autoridades es el de perseguir a la ju­ventud y reprimir su funcionamiento democrático.

La rueda golpe de Estado-elección-golpe de Estado seguirá girando hasta terminar definitivamente con quienes planifican los golpes de Estado: los monopolios extranjeros y la oligarquía terrateniente.

Hoy es muy posible que algún grupo de argentinos encabece un golpe de Estado. Se creerá protagonista de un movimiento destinado a reconstruir la economía del país, el orden y la moralidad pública; pero cuando se cierre el balance de su actuación, comprenderá que no fue actor de nada sino simple instrumento de los monopolios extranjeros y de la oligarquía terrateniente, que van a realizar los únicos y mejores negocios.

Los objetivos reales del golpe tienen muy poca relación con el orden y la moralidad y han sido adelantados con gran desfachatez por APEGE: suprimir las leyes de contrato de trabajo, de abastecimiento y control de precios y de horarios de comercio. En otras palabras, explotar a los trabajadores y robar al pueblo son los grandes y claros objetivos que pretenden quienes empujan hoy, y han empujado siempre, los golpes de Estado en nuestra patria.

Ante la grave situación por la que atraviesa el país el Partido Socialista Popular, que tiene un profundo respeto por todos los inte­grantes de la vida nacional, cree cumplir con su deber al plantear clara­mente cómo interpreta la situación actual de nuestra Patria.

Resulta claro que, ante el avance de los enemigos del pueblo, queda cada vez menos tiempo para organizar la defensa de los intereses popu­lares, de la soberanía popular y de la propia soberanía nacional. El único camino lo viene planteando el Comité Nacional del Partido Socialista Popular desde el mes de julio del año pasado: reconstruir la uni­dad nacional en base a un programa común. Proclamamos una vez más, con la humildad y con la responsabilidad de siempre, el insoslayable deber de los Partidos Políticos, de la C.G.T., de la C.G.E., de la Fede­ración Agraria Argentina, de las Fuerzas Armadas y de la Iglesia, de rodear la mesa común para acordar un plan nacional que asegure el respeto de la soberanía popular, la defensa de los intereses de las mayorías nacionales, y el imperio de la libertad, el bienestar y la inde­pendencia nacional. De no actuarse con celeridad, las fuerzas políticas representativas de las mayorías nacionales continuarán debatiéndose en pujas por un mayor peso específico en un poder político que ya no existirá, y en cálculos y programaciones electorales para elecciones libres que tampoco existirán.

Pase lo que pase, los integrantes de las mayorías nacionales deben tener la seguridad de que la dominación de los monopolios extranjeros y de la oligarquía terrateniente no será eterna, y de que el reino de la libertad, del bienestar y de la independencia nacional puede ser y será creado por los esfuerzos del pueblo, fundamentalmente de los tra­bajadores, organizados alrededor de un programa de Liberación Nacional.

El camino será largo y duro, pero desembocará indefectiblemente en la victoria. Es necesario comenzar a recorrerlo aquí y ahora, conso­lidando y masificando las tareas en las vecinales, en las bibliotecas, en los sindicatos, apoyando las comisiones internas, masificando los cen­tros estudiantiles, desarrollando el quehacer de las organizaciones de los pequeños y medianos empresarios de la ciudad y de los producto­res del campo, desarrollando las cooperativas de producción, de trabajo, de crédito y de consumo. Solamente un pueblo organizado puede alcan­zar la Liberación Nacional.


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