Guillermo E. Estévez Boero: Discursos y Escritos

Participación como consejero estudiantil en el acto de imposición del título Honoris Causa al doctor Luis Jiménez de Asúa

PALABRAS PRONUNCIADAS POR GUILLERMO ESTÉVEZ BOERO COMO CONSEJERO ESTUDIANTIL EN EL ACTO ACADÉMICO REALIZADO CON MOTIVO DE LA ENTREGA POR PARTE DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DEL LITORAL DEL TÍTULO DE DOCTOR HONORIS CAUSA AL PROFESOR LUIS JIMÉNEZ DE ASÚA

SANTA FE, 17 DE JULIO DE 1959

 

Señor Rector, señores Decanos, señores Profesores, compañeros egresados, compañeros, señoras y señores:

Diversas circunstancias de la vida universitaria, han hecho recaer sobre mi persona la responsabilidad de hablar en un acto académico de la jerarquía y de la trascendencia del que nos congrega, y es así, como, el último de los discípulos intentará hablar del mejor de los maestros.

En su trayectoria autónoma, esta Universidad, solamente, ha brindado en dos oportunidades la máxima distinción universitaria; en el pasado a don Ricardo Rojas, hoy al maestro de maestros del Derecho Penal, don Luis Jiménez de Asúa. La extraordinaria labor y los valores morales de ambas personalidades, prueban la consecuencia y severidad de nuestra Casa en el otorgamiento del más alto galardón.

Como lo he expresado, nos encontramos ante la personalidad de un maestro, título que no proviene de la fría letra de un nombramiento, sino que lo otorga la juventud a quien ha realizado una labor cotidiana al servicio de la más antigua y humana de las ramas del derecho: el Derecho Penal; y además, por haber bregado sin reposo por la concreción de ideales que son muy caros a los estudiantes de todas las latitudes.

Ante la trayectoria de este veterano soldado del civismo y la democracia, podríamos evocar a Cicerón, cuando expresara: "Declaro que en mi juventud defendí la República, y no la desamparé en mi vejez. Desprecié las espadas de Catilina, y no he de temer las tuyas; antes bien, ofrezco gustoso mi vida si a costa de ella recupera Roma su libertad y acaba alguna vez el dolor del pueblo romano arrojando lo que tiempo ha le embaraza".

La vida del maestro nos tienta a precipitarnos por múltiples senderos y nos lleva a plantearnos la obligación de asentar interrogantes, que la juventud debe analizar si no quiere que los mismos se repitan en la historia:

¿Por qué, el maestro no ha podido brindar en los últimos decenios su sabiduría a la juventud de su patria?

¿Por qué el tirano español ha sido denominado hijo predilecto de la Silla Apostólica y es entrañable amigo de la democracia fenicia?

¿Por qué está privada la Universidad de Madrid de enaltecerse brindando una distinción como la nuestra, al antiguo catedrático?

No es la oportunidad más propicia para ensayar respuestas, pero a través de estos temas se agranda y se proyecta la figura de don Jiménez de Asúa y la de su generación. Mas, él no es ya catedrático de Madrid ni contrato alguno puede constreñirlo a ser profesor de una universidad, él ha entrado por la puerta ancha del trabajo, del sacrificio y de la rectitud moral a la categoría de maestro de la juventud. Su ciencia, ha roto las fronteras y la América morena lo proclama como universitario ejemplar; no está lejano el día en que la totalidad de las universidades de nuestra gran patria lo hayan laureado con sus máximas distinciones.

Nada mejor, que describir su labor en nuestro continente con las palabras -difíciles de superar- que hace cuarenta y nueve años, y en idéntica ocasión, se refirieran a otro hijo de la vieja España, el profesor Adolfo Posada; en la oportunidad Joaquín V. González manifestó: "La elocuencia docente y civilizadora de los maestros de afuera, que en misión de un moderno evangelio, recorren los pueblos más diversos y lejanos, conduciendo la antorcha inmortal de la ciencia, que unifica, armoniza y eleva el temple moral de las razas y las sociedades, suprime las diferencias y las jerarquías convencionales entre unas y otras, y haciendo la luz en las rutinas y en los prejuicios, descubre por el poder educador de la verdad experimental, la igualdad y la aptitud potencial de todos los hombres para el progreso y la dignificación de la existencia”.

Antiguos son, los lazos de afecto que unen a don Luis Jiménez de Asúa con la universidad argentina. En 1926 nos escribía: "A todos ustedes, profesores y estudiantes de la Argentina, les soy deudor de mi libertad".

Los estudiantes de esta ciudad toman contacto con el maestro al dar éste, en 1951, un cursillo. Las ofertas de cátedras existían, pero sabía el profesor que aquella universidad tenía seca su médula, porque estaban ausentes de ella las jóvenes generaciones, entonces se rechazan los ofrecimientos y se acepta hablar y dialogar en modestos locales, pero con los estudiantes que constituyen el verdadero objeto y desvelo del docente.

Años más tarde, don Luis Jiménez de Asúa pone su potente hombro a la ímproba y no siempre comprendida tarea de la reorganización universitaria, y durante más de dos años dicta entre nosotros, cursos de especialización; hay quienes no supieron comprender el esfuerzo, pero no llegan a percibir que al ascender esta cuesta la Universidad debe andar lentamente porque el proceso de la organización de la enseñanza superior no es otra cosa que la consecuencia del proceso educacional y cultural de un pueblo todo y dentro de estas fuerzas y en materia educacional el factor tiempo constituye un escollo que pone a prueba nuestra paciencia y nuestro tesón, pero que es insalvable.

La ausencia del Maestro ha producido un claro muy difícil de disimular y es por ello, que creo interpretar el pensamiento unánime de los estudiantes, cuando expreso que reiteraremos y redoblaremos nuestros esfuerzos, a los efectos de contarlo nuevamente y muy pronto entre nosotros.

Los desafortunados acontecimientos que enlutaron al pueblo español, no dejaron de presentar, en forma unilateral, claro está, un saldo positivo para América Latina; después de centurias, nuevas carabelas arribaron a nuestras costas, pero entre sus tripulantes ya no predominaba el sable y el dogma; era esta vez, el fruto laborioso de una nueva España que, los embates de fuerzas internacionales arrojaban en nuestras latitudes.

De inmediato pusiéronse a la tarea a lo largo de todo nuestro gran país, desde Méjico a Buenos Aires; la mayoría de ellos prefirió el sendero de la cátedra, del libro, sendero modesto y erizado de sacrificios y es por ello que penetraron en forma incuestionable en la historia cultural de nuestros pueblos.

Así entró en contacto directo, nuestra juventud con los grandes pensamientos de Europa, decantados y enriquecidos por la mentalidad siempre fértil de estos hombres.

Su suerte ha sido variada, porque variado es el destino de los peregrinos, algunos han cerrado sus ojos rodeados de hombres que nunca los comprendieron como Fernando de los Ríos; otros han actuado en latitudes donde la juventud los aprecia y los distingue. Entre ellos se encuentra el maestro.

Cuando parece que nuestra república convulsionada por todo tipo de evento deja a la juventud sin guías, sin estrellas a las cuales dirigir su barca, estos hombres con la consecuencia del agua sobre la roca, continúan penetrando en la historia, desafiando la labor amnésica de los años.

Cuando en la historia de la humanidad, la tragedia española pase a ser parte del triste prólogo de la denominada Segunda Guerra. Mundial, donde la figura del “caudillo” constituirá la de un militar afortunado más, los pueblos ya con la posibilidad de su acceso masivo a las fuentes de la cultura, seguirán comentando y analizando los valores de la elaboración que estos hombres realizan.

Hoy, cuando comienzan a desdibujarse en las profundas y oscuras aguas del pasado los nombres de los generales victoriosos o derrotados en la masacre de Europa y del Norte del África, nuestra universidad destaca a un gran maestro que es ejemplo de civismo y esto, constituye la prueba irrefutable de que en la historia de la humanidad no persisten quienes matan sino quienes crean, no persisten quienes guardan sino aquellos que se brindan.

Las reacciones químicas y la legislación impositiva dan fácil cuenta del oro amalgamado pero las persecuciones y las restricciones no pueden apagar la eterna sed de cultura y de superación de la juventud y esa sed que impulsa el incesante trajinar hacia el futuro asegura lo perenne de la labor y de los nombres de estos hombres que caminan por la vida pensando en lo que pueden dar y no en lo que pueden quitar.

Si bien es cierto que Roma tuvo la suerte de cobijar la labor creadora de un Séneca., no lo es menos que nosotros nos hemos honrado al poder brindar un techo donde otro gran español se entrega a la tarea de producir “El Ensueño y Compendio de su Vida”, el extraordinario tratado de Derecho Penal.

Cuando vemos grandes deserciones en los cuadros juveniles y maduros del país y del mundo entero, no debe en nosotros debilitarse la esperanza de un futuro mejor, en el contraste se aquilata la figura de aquellos que como el maestro, hacen de la consecuencia con los principios la norma fundamental de vida.

Es por todos estos pensamientos, que en forma desordenada traigo, que los consejeros estudiantiles hemos votado con entrañable satisfacción el otorgamiento de la distinción que hoy se entrega. No hemos votado sólo el mérito de la copiosa obra del maestro, hemos votado la reafirmación de la juventud por las formas democráticas de vida, hemos votado la adhesión juvenil a la España que fue e irremediablemente volverá a ser; hemos votado nuestro acuerdo por el trabajo y por el estudio ante la improvisación temeraria y audaz, hemos remarcado el camino del sacrificio frente al arribismo y hemos señalado la existencia de un maestro, maestro de conducta y de ciencia, pero sobre todo un gran maestro en el señalamiento de nuevos y mejores horizontes para las jóvenes generaciones.

Al laurear hoy a don Luis Jiménez de Asúa, la juventud del Litoral, como hace pocos días lo hacía la juventud de Buenos Aires, laurea los valores trascendentes del hombre y emocionada le dice:- Maestro en el camino de la cultura nacional, habéis constituido el aporte más rico y generoso que ha arribado a nuestro joven país.

Quiero terminar refiriéndome a un anhelo que expresara aquel extraordinario jurisconsulto que fuera Cicerón, cuando exclamó: "Sólo dos cosas anhelo: una dejar libre al pueblo romano; otra, que a cada cual le suceda lo que merezca por el bien o el mal que haya hecho a la Re-pública".

Maestro, que la vida os los otorgue.

 


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