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Cumplir con la tradición nacional: no enviar tropas al exterior

El Partido Socialista Popular considera que en los últimos tiempos, en medio de la crisis más grande de su historia, los integrantes del pueblo han sido golpeados por una nueva noticia: la posibilidad de que la República Argentina envíe tropas a El Salvador y al Sinaí.

Argentinos de diversas ideas y autoridades de los partidos políticos que representan las mayorías nacionales han condenado el envío de nuestras Fuerzas Armadas al exterior.

Cuando se plantean cuestiones tan graves, es necesario escuchar la tradición nacional. Ella nos enseña que las Fuerzas Armadas únicamente en el respeto a la voluntad popular se integran en el cuerpo de la Nación, constituyéndose en su brazo armado, y alcanzan así la gloria que otorga el austero cum­plimiento del deber.

Las Fuerzas Armadas de la Nación se crearon por voluntad popular en 1806 para defender al territorio patrio de la invasión extranjera. Alcanzaron la gloria por vez primera en la Reconquista de Buenos Aires. Preservadas de intereses mezquinos por la genialidad del General Don José de San Martín, se or­ganizaron y liberaron medio continente de la dominación colonial. Dieron, no quitaron. Liberaron, no ocuparon, por eso son inmor­tales en la memoria de los pueblos de América.

Nuestros libertadores se hermanaron en la idea común del empleo restringido de los ejércitos.

"Serviré en la carrera de las armas mientras haya enemigos en Venezuela" (Bolívar, discurso de Angostura, en 1819).

"El General San Martín jamás derramará la san­gre de sus compatriotas, y solo desenvainará su espada contra los enemigos de la Independencia de Suramérica" (San Martín, proclama a las Provincias Unidas del Rio de la Plata, 1820).

El apoyo otorgado en abril de 1863 al General uruguayo Venancio Flores en cuestiones internas de su país, arrastró a nuestra Patria a la lamentable y desafortunada Guerra del Paraguay. En enero de 1876 se firmó con Uruguay un tratado que resolvió hacer efectiva la prescindencia en las luchas ci­viles, pero ya le pérdida de miles de vidas argentinas y latinoamericanas, era irreversible.

En la historia contemporánea del mundo, nues­tra República Argentina ha sido la abanderada de los derechos de los pueblos pequeños, de los pueblos débiles, de la mayoría de los pueblos del mundo que hoy se llaman No Alineados o del Tercer Mundo.

La Argentina, en la Primera Conferencia Panamericana (1890) sostuvo que: "Ante el derecho americano, no existen en el Continente naciones grandes o pequeñas: todas son igualmente soberanas e independientes."

Las doctrinas elaboradas por Calvo y Drago, constituyen la base del principio de "no intervención", adoptado por la Conferencia de La Haya de 1907.

Cuando el Presidente Wilson decidió la parti­cipación de su país en la Primera Guerra Mundial (1914—18), su embajador en Buenos Aires solicitó la opinión del Presidente Hipólito Yrigoyen; la que a pesar de ser contraria a la parti­cipación en la guerra, fue tan coherente con los principios del pueblo de la Nación Argentina, que mereció el reconocimiento y el respeto del presidente norteamericano. Concluida la guerra, Wilson expresó que la actitud argentina se había basado en conceptos tan acertados que merecían total respeto y su íntima simpatía. Invitó al presidente argentino a recorrer en su compa­ñía el territorio de la Unión, y le envió a decir que "cuando el buque que lo conduzca se aproxime a las costas de su patria, toda la flota norteamericana saldrá a su encuentro para rendirle los honores correspondientes."

Es la consideración que merecen loa voceros de los pueblos.

Nadie debe creer en consecuencia, que la ima­gen Internacional de Argentina se mejorará por al envío de tropas; por el contrario, lo único que se cosecharía sería desprestigio.

Yrigoyen guarda irrestricta lealtad con los pueblos de América Latina y el Caribe, y cuando muere Amado Nervo -embajador de México en Argentina y Uruguay- hace que el crucero 9 de Julio acompañe sus restos hasta al puerto de Veracruz, y de regreso, el 13 de enero de 1920, entra en el puerto de Santo Domingo, no saluda la bandera de la potencia que lo ocupa, pero cuando el pueblo iza la bandera dominicana, pausadamente veintiún cañonazos atronaron el espacio. Fue el saludo de la dignidad nacional, de la soberanía popular, de la Argentina a los pueblos de América y del mundo que luchan por su libertad.

En junio de 1950 se produce la crisis de Corea; Argentina es requerida para colaborar militarmente por el propio Secretario de las Naciones Unidas. El pueblo sale a la calle para expresar su disconformidad conque integrantes de las fuerzas armadas argentinas sirvan de carne de cañón en guerras ajenas al interés nacional. El presidente constitucional, Juan D. Perón, responde: "Haré lo que el pueblo quiera".

Raúl Scalabrini Ortiz, vocero de la nacionalidad, pronuncia una conferencia en el mes de setiembre del mismo año en el Ateneo de Estudios Sociales, pronunciándose por la no intervención argentina en la guerra de Corea.

En marzo de 1954 se reunió en Caracas la 10a. Conferencia Panamericana, con el objeto de legalizar la agre­sión a la pequeña y heroica Guatemala, que había pretendido repartir entre los campesinos las tierras de la United Fruit. El canciller Gerónimo Remorino encabezó la delegación argentina y realizó el análisis socioeconómico de América Central: conjun­tamente con México, Argentina se abstuvo en la votación final, pero se logró que de Caracas no saliera la intervención conjunta para Guatemala, como había sido la intención inicial.

En 1965, tropas invasoras desembarcaron en la República Dominicana. En esa oportunidad también Argentina fue requerida para el envío de tropas; pero el presidente Arturo Illia, poniendo incluso en juego la vida institucional del país, se negó a hacerlo y así lo determinó.

Su conducta fue una expresión de dignidad na­cional. Fue consecuente con el pensamiento de Hipólito Yrigoyen: "...Obedeciendo a profundos convencimientos e interpretando fielmente el espíritu nacional, me he trazado como inflexi­ble regla de conducta que, mientras la Nación Argentina sea presidida por mí, Jamás saldrá de ella la menor vibración en sen­tido ni forma alguna para contribuir a los desgarramientos en los países hermanos."

Juan Domingo Perón, electo por el pueblo tres veces presidente constitucional de la Nación Argentina, expresó reiteradas veces la necesidad de la unidad económica y la integración de los pueblos de Latinoamérica: “Nuestra política in­ternacional es clara y precisa. Buscamos la amistad con todos los pueblos del mundo y dedicamos nuestro mayor esfuerzo hacia la integración latinoamericana”.

Estas son las enseñanzas de la tradición na­cional. Esto es lo actuado por los gobiernos electos por las grandes mayorías nacionales. Nuestro pasado marca como base de nuestra política exterior, el derecho a la autodeterminación y a la no intervención.

Toda realidad exterior corresponde a una rea­lidad interior. El rol internacional de un país es el reflejo de su realidad nacional.

Nuestra realidad nacional presenta aspectos de descomposición y desintegración que hoy se reflejan clara y negativamente en nuestra actuación internacional.

Hoy el país carece de una política internacional definida y coherente, en consecuencia toda actitud aislada se ve condenada a sumarse en favor o en contra de la política de los bloques, actitud ajena, cuando no contraria al auténti­co interés nacional.

La ausencia de una clara y permanente inser­ción en el accionar y en los valores de los países no alinea­dos, hace sospechosa de parcialidad bloquista cada definición de política exterior en nuestro medio. Es el precio que pagan los países que no tienen une definida política exterior.

La Nación y todos sus integrantes tienen el derecho de recuperar su identidad y de emerger de la presente crisis, a través de un gobierno surgido de la voluntad popular.

El futuro de la república está en ser leal con los pueblos hermanos en el avance de la humanidad. Los pueblos del mundo y sobre todo los pueblos sometidos, oprimidos, débi­les, conocen la solidaridad del pueblo argentino con su desti­no, así se lo ha enseñado la historia de nuestra Nación.

Como socialistas, nuestro partido en el mundo es el partido de la paz. "Por encima de todo, somos el partido mundial de la paz. Y, por ese motivo, nuestra meta principal ha de ser usar nuestra influencia para evitar que las grandes po­tencias prosigan la carrera armamentista internacional y, así, ayudar a superar el hambre en el mundo." (Willy Brandt, Madrid 1980).

Como integrantes del Comité Nacional del Par­tido Socialista Popular, rechazamos el envío de tropas al exterior, concretamente a El Salvador y Sinaí; ratificamos la política exterior independiente y solidaria con la lucha de los pue­blos por la libertad y el bienestar que emana de nuestra tradición nacional, a la que no está dispuesto a renunciar el pueblo argentino.

ARGENTINICEMOS NUESTRAS MENTES, ARGENTINICEMOS NUESTRA ARGENTINA Y ARGENTINICEMOS NUESTRA POLÍTICA EXTERIOR.

Guillermo Estévez Boero, Héctor J. Cavallero, Héctor Miguel Di Biasi, Miguel A. Godoy, Juan Carlos Zabalza, Rubén Bilicich, Carlos R. Constenla, Víctor M. Mondschein, Carlos E. Spini, Oscar Bebán, Horacio Blanco, Eduardo Correa, Marcelo Gallino, Ernesto Jaimovich, Jorge López, Carlos Nibio, Oscar Santarelli, Roberto Simes, Rodolfo Succar, Hugo Vallejo.